En 1835 Florencio Jiménez atacó y sitió Barquisimeto

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A la memoria de nuestra Enma Jiménez, 

descendiente directa del prócer quiboreño. 

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A ella debo la inquietud de conocer la increíble 

personalidad del general.

Corría el convulso año del Señor de 1835 en la Venezuela diezmada y ahora gobernada por un civil, el Dr. José María Vargas, quien tenía en su contra más conspiradores que adeptos. 

Barquisimeto era tan solo un pueblo desolado por la guerra de emancipación; y por sus solariegas callejuelas se rumoraba que esa plaza sería invadida por el bravo general José Florencio Jiménez Sandoval, un reconocido héroe de la Guerra de Independencia, quien se habría alzado en Quíbor, su pueblo natal, el 21 de septiembre de ese año treinta y cinco en favor de la Revolución de las Reformas, deponiendo al alcalde del Cantón Quíbor. 

General José Florencio Jiménez

Por su parte, el general revolucionario Antonio Díaz desde su hacienda Campo Alegre en Curarigua, con dos escuadrones de infantería, tomó la población de Carora. Al día siguiente, el veterano quiboreño atacó y sitió el gran bastión de Barquisimeto. 

El pretexto del movimiento insurreccional que encabezaba el general Santiago Mariño era acabar con el poder autocrático encarnado por el general José Antonio Páez y su oligarquía.

El gobernador de la Provincia, Juan Elizondo, el jefe político Vicente Fortoul y demás empleados públicos se refugiaron en la fortaleza denominada El Campamento. La ciudad estaba bajo el control de la insurrección reformista y numerosos cuerpos inertes yacían en las veredas de aquella ciudad en ruinas. 

El auxilio llegó de Cabudare

En vista de la gravedad del escenario, el Dr. Juan de Dios Ponte, eminente político cabudareño, junto al coronel Juan Francisco Chirinos, comandante de la plaza de Barquisimeto, lograron reunir una tropa de caballería en Cabudare y remontaron la meseta barquisimetana para auxiliar a los sitiados.

La tropa del general Jiménez era en su mayoría bisoños y negros esclavos de las haciendas enclavadas en Valle de Quíbor, que no estaban aptos para la guerra. La debilidad de la facción se notaba a leguas. Enclenques, taciturnos, diferían mucho del soldado ágil y fuerte que otrora comandaría en las campañas neogranadinas y del sur bajo la jefatura directa del mariscal Antonio José de Sucre.

Ponte y Chirinos al mando de un lote de combatientes cabudareños franquearon El Campamento remontando por las estribaciones de la meseta. Atacaron sin piedad a los desprevenidos reclutas del general Jiménez.

Se registran fogosos combates alrededor del atrincheramiento de las fuerzas gubernamentales, que tras la avanzada de la caballería cabudareña, los insurrectos inician la retirada bajo fuego cruzado y algunos choques de lanza y espada.

El general Jiménez al estudiar que no tenía posibilidades de triunfar en vista del poco apoyo de la población, decidió a la sazón ordenar la retirada, escapando al tomar la vía de El Tocuyo, en un intento de reunirse con las fuerzas del general Díaz, quien luego de invadir la plaza de Carora es derrotado en un enfrentamiento sin cuartel. Díaz es tomado prisionero y conducido a Barquisimeto para ser juzgado.

Por otra parte, el contingente rebelde de Jiménez se replegó tras una escaramuza violenta que terminó el día 25 de septiembre con decenas de muertos, heridos y prisioneros del lado de los reformistas.

La municipalidad asumió entonces como medida, asignar recursos para perseguir a los amotinados y para ello designó al coronel y presbítero Andrés Torrellas el cumplimiento de la empresa. 

Consumada la derrota absoluta de los facinerosos, el general Jiménez depuso las armas y se entregó sin resistencia, y su falta le fue perdonada, no así la de varios de sus compatriotas de aventura. Apresado fue confinado a la isla de Margarita, allí permaneció por dos años, regresando a Quíbor el 25 de diciembre de 1837, para dedicarse a la agricultura y a comerciar víveres hacia Puerto Cabello.

El 20 de agosto de 1835, Vargas recuperó la presidencia de la República. Por su parte, Mariño y sus seguidores se refugiaron en el oriente del país, protegidos por Monagas. 

El patíbulo no perdonó la demora

Los conspiradores fueron sentenciados a la pena capital en un juicio sumario. El 28 de diciembre de ese año, fueron conducidos al muro sur de la iglesia frente a la antigua Plaza Altagracia de Barquisimeto para ser fusilados por traición y sedición. 

Eran ocho en total: Los comandantes Lorenzo Álvarez Mosquera, Juan Santiago Torrealba y Pedro Hurtado Anzoátegui; Antonio Díaz, Félix Linares, José María Vásquez y los hermanos Mármol, todos habían servido en casi todas las campañas de la Guerra de Independencia suramericana. 

Lorenzo Álvarez Mosquera, fue el único barquisimetano de los 100 venezolanos que vencieron en la batalla de las Queseras del Medio en 1819, al mando de Páez; pero también fue uno de los jinetes predilectos de Simón Bolívar, por su capacidad de evasión, rastreo del enemigo y conocedor de caminos, cuando había necesidad de llevar correo entre tropas distantes.

En el caso de los hermanos Antonio y José Mármol habían utilizado la actividad periodística para atacar a varios personajes vinculados al gobierno y, según cuenta la tradición oral, que ambos fueron al patíbulo cantando una canción que habían compuesto durante su cautiverio, para despedirse de sus hijos, de su familia, de sus amigos y de la patria que los vio nacer. 

El doctor Simón Wohnsiedler -apunta el historiador Silva Uzcátegui-, conservaba las calaveras de los hermanos Mármol, en las cuales se veían los agujeros producidos por las balas de aquella ejecución. 

Entre los sacerdotes que acompañaron a los condenados, consolándoles hasta el lugar de la hora final, iba un joven recién llegado a la ciudad: el presbítero Doctor José María Raldíriz.

El presidente Vargas había firmado, por intermedio de la Corte de Justicia, la suspensión de las ejecuciones para los conspiradores, la cual fue aprobada en Caracas el día 26 de diciembre, pero debido a la distancia, el perdón llegó el 31 de ese mes, cuando ya el castigo había sido perpetrado. Las crónicas atestiguan, que este correo había sido retenido en Cabudare “por personajes influyentes de esta ciudad” hasta días posteriores a la ejecución.

Luis Alberto Perozo Padua

Periodista y escritor

[email protected]

IG/TW: @LuisPerozoPadua

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