El actual panorama político de la región ha hecho que en Venezuela ya se diga que mudarse a otro país latinoamericano es como cambiar de camarote en el Titanic. Pero no hay nada especialmente nuevo bajo el sol de este hemisferio. El populismo, la demagogia y el caudillismo con vocación de poder hegemónico, asociados al militarismo, están en nuestra América desde hace dos siglos.
Los próceres precursores de la independencia tenían claro el modelo que deseaban emular. Lo resumió el venezolano Manuel García de Sena el 28 de marzo de 1814 cuando escribió al Secretario de Estado James Monroe: “La prosperidad de estos Estados Unidos no puede ser ignorada; es un recordatorio permanente que atrae irresistiblemente a las naciones vecinas esclavizadas a seguir su ejemplo”.
También comparten esa idea los millones de latinoamericanos que buscan más al Norte una mejor existencia: Y la logran, y de manera extraordinaria en muchos casos. Son la viva prueba de que el problema no es de gente de estas tierras sino de sistemas.
Pero las fallas aquí se reconocieron desde los primeros tiempos. Ya el 14 de mayo de 1817 el expresidente norteamericano Tomás Jefferson le escribía al marqués de Lafayette: “Quisiera dar mejores esperanzas a nuestros hermanos al Sur. Ya no está en duda el logro de su independencia de España. Pero queda una duda muy seria: ¿Que les pasará luego? La ignorancia y el fanatismo, así como otras locuras, son incapaces de autogobernarse. Caerán bajo el despotismo militar y se convertirán en instrumentos mortíferos de las ambiciones de sus respectivos “bonapartes”; y Ud., sabrá si el gobierno de uno solo resulta en una mayor felicidad.”
Más severo fue el propio Simón Bolívar, en carta al general Juan José Flores del 30 de noviembre de 1830: “Este país (La Gran Colombia) caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. Si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último periodo de la América...”
El diagnóstico está claro; y, como dicen que la letra entra con sangre, hagamos votos para que los altibajos de la actualidad se transformen en vacuna y aprendizaje para que al final se entienda que “la democracia es la peor forma de gobierno, con la excepción de todas las demás que se han intentado”, como dijo el inolvidable Winston Churchill. Tocará a generaciones emergentes superar la maldición de Bolívar.
Antonio A. Herrera-Vaillant