«La muerte no es el fin de todo, sino un nuevo comienzo», escribió el Papa Francisco en el prefacio el libro “En espera de un nuevo comienzo. Reflexiones sobre la vejez”, una obra del cardenal Angelo Scola, arzobispo emérito de Milán.
La carta, con fecha del 7 de febrero, escrita antes de ser ingresado al hospital por una neumonía bilateral que deterioró su salud tras 38 días de hospitalización, cobra un significado especial a pocos días de su muerte, resonando en los fieles como un testamento espiritual.
En el prefacio Francisco, redactó una profunda reflexión sobre la vejez, el sufrimiento y la vida eterna. Un texto breve, pero intensamente personal, que revela no solo la lucidez del pontífice en sus últimos meses, sino también una serenidad esperanzada frente al misterio de la muerte.
Una nueva etapa, no un final
“El título lo dice con sabiduría: es un nuevo comienzo”, escribe Francisco en referencia al libro de Scola. Para el Papa, la vida eterna no era una abstracción teológica, sino una realidad que comienza ya en la tierra, en los actos cotidianos de quienes aman.
“Viviremos algo que nunca hemos vivido plenamente: la eternidad”, afirma.
Este enfoque no es nuevo en la espiritualidad cristiana, pero Francisco lo expresó a través de su propia experiencia física y espiritual en el ocaso de su vida, que le otorga un significado especial.
En el texto, el Papa Francisco habló desde la vulnerabilidad, desde la conciencia de la cercanía del final, pero sin angustia. Su mensaje es claro: el envejecimiento no es un problema, sino una etapa con sentido propio.
Reivindicar la vejez, rechazar el descarte
Una de las ideas centrales del texto es la necesidad de resignificar la vejez en las sociedades modernas. Francisco, que en otros documentos había condenado la “cultura del descarte”, vuelve aquí sobre esa crítica. “Decir ‘viejo’ no significa ‘ser desechado’”, señala. Y va más allá: “Decir viejo, en cambio, significa decir experiencia, sabiduría, conocimiento, discernimiento, reflexión, escucha, lentitud… ¡Valores que necesitamos desesperadamente!”.
Agradece al cardenal Scola por reivindicar el uso del término “viejo” sin eufemismos ni vergüenza. En sus palabras, se percibe una defensa decidida de la dignidad de quienes han recorrido largo camino, y un llamado a integrar sus voces en un mundo cada vez más acelerado, joven y desmemoriado.
Los abuelos como guardianes de la memoria
El Papa también reflexiona sobre el rol social y afectivo de los mayores. Particular énfasis pone en los abuelos, a quienes considera piezas fundamentales en la transmisión de valores duraderos a las nuevas generaciones.
“Su ejemplo, sus palabras, su sabiduría pueden inculcar en los más jóvenes una visión de largo plazo”, escribe, en una clara apelación a restaurar el tejido intergeneracional.
En un tiempo en que las familias muchas veces viven fragmentadas y los vínculos comunitarios son frágiles, la figura del abuelo —no solo en el plano familiar, sino también en el espiritual— emerge como fuente de estabilidad y memoria colectiva.
El afecto como centro de la fe
Francisco no se limita al análisis sociocultural. Su reflexión tiene una profundidad teológica marcada por la influencia de pensadores como Hans Urs von Balthasar y el Papa Emérito, Benedicto XVI, Joseph Ratzinger. Pero más allá del pensamiento, lo que atraviesa el texto es el afecto.
“El cristianismo no es tanto una acción intelectual o una elección moral, sino más bien el afecto a una Persona, ese Cristo que vino a nuestro encuentro”, expresó el Pontífice.
El pontífice habla de una fe encarnada, que se vive en la carne debilitada por la edad, pero sostenida por la esperanza. La muerte, lejos de ser vista como una derrota, es asumida como parte del misterio redentor.
Una despedida anticipada
En las últimas líneas del prefacio, Francisco evoca el momento en que se revistió con el hábito papal en la Capilla Sixtina, en marzo de 2013. Desde esa evocación simbólica, se dirige nuevamente a Scola, con gratitud y afecto: “Ahora, ambos, más viejos que aquel día (…) pero siempre unidos por la gratitud hacia este Dios amoroso que nos ofrece vida y esperanza a cualquier edad de nuestra vida”.
Hoy, esas palabras adquieren otro color. Escritas semanas antes de su muerte, resuenan como una despedida anticipada. No hay dramatismo en el tono, sino una paz profunda. La misma que hoy acompaña su partida y que da sentido a sus últimas líneas: la muerte, para él, no fue el fin, sino realmente un nuevo inicio.
