La elección del Sumo Pontífice de la Iglesia católica, un proceso envuelto en siglos de tradición y un aura de secreto, culmina con una de las imágenes más reconocibles a nivel global: la fumata blanca que emerge triunfal de la chimenea de la Capilla Sixtina.
En el Vaticano, el Papa concentra los poderes legislativo, judicial y ejecutivo, guiando espiritualmente a una vasta comunidad de más de mil millones de fieles en todo el mundo.
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De acuerdo a una publicación de CNN en Español, la historia de la Iglesia católica se fundamenta en la figura de San Pedro, considerado el primer Papa tras recibir la autoridad directamente de Jesucristo. A lo largo de los siglos, la Cátedra de San Pedro ha sido ocupada por 266 pontífices.
El cónclave
El cónclave, una reunión privada de cardenales menores de 80 años, se erige como el método secular para la elección papal. Bajo la mirada eterna de los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, estos cardenales depositan sus votos en un ambiente de recogimiento y deliberación. Si bien la normativa eclesiástica establece que teóricamente cualquier varón católico podría ser elegido, la práctica desde el siglo XIV ha consolidado la elección dentro del Colegio Cardenalicio.
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Este influyente colegio, tal como detalla la nota informativa, está integrado por cardenales provenientes de diversos rincones del planeta, muchos de ellos obispos y arzobispos designados por el propio Papa para liderar diócesis y arquidiócesis alrededor del mundo.
Tras emitir su sufragio, cada cardenal deposita su papeleta en un cáliz ubicado ante el altar, dando paso a un minucioso escrutinio. La elección se considera confirmada cuando un candidato alcanza una mayoría cualificada de dos tercios de los votos emitidos.
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La ausencia de consenso se comunica al mundo exterior a través del humo negro. Por el contrario, la tan esperada fumata blanca irrumpe en el cielo vaticano como señal inequívoca de que la Iglesia católica tiene un nuevo líder espiritual.
La tradición marca que un lapso de entre 30 y 60 minutos transcurre desde la aparición de la fumata blanca hasta la presentación oficial del nuevo Papa en el balcón de la Plaza de San Pedro. Desde allí, el recién electo pontífice imparte su primera bendición solemne, la «Urbi et Orbi» – a la ciudad de Roma y al mundo entero.