“…Un mundo dominado exclusivamente por las emociones sería un lugar caótico, donde el progreso y la sobrevivencia se imposibilitarían, peor aún si estas se constituyeron en la principal motivación de los líderes políticos mundiales para la toma de decisiones…”
Jorge Puigbó
Hace muchos años tuve un amigo que le gustaba mucho jugar por dinero, apostaba en casi todos los eventos en los cuales se prometía un premio, las carreras de caballos y la lotería eran sus preferidos, pero no eran los únicos, todos los juegos de azar, sin importar cuales fueran, eran para él una atracción irresistible. Su entorno familiar, incluso sus amigos, sufrían las consecuencias de dicha adicción y le reclamaban constantemente, pero el efecto que le producía el envite, la adrenalina que le generaba en su organismo, podía más que cualquier otra consideración, la compulsión era enfermiza. Llegaba a tanto su ceguera que cuando las autoridades descubrieron un gran fraude en la lotería nacional y se demostró que, la manipulación del sorteo imposibilitaba ganar, él todavía continuaba con sus apuestas, tal era su adicción, y, asimismo, tampoco le importaba que las carreras de caballos estuvieran «arregladas», una falsa esperanza y la necesidad imperiosa de sentir la emoción profunda de arriesgar valores en una apuesta, convencido de poder ganar algo más valioso, controlaba sus decisiones. Una explicación aceptada nos indica que el cerebro humano posee un sistema de recompensa que impulsa la repetición de algunas de nuestras actuaciones o conductas y se debe a que, las mismas, nos provocan sensaciones placenteras, por eso nos agrada repetirlas.
Cabría, entonces, una primera reflexión o interrogante: ¿Si repetimos conductas que nos gustan y rechazamos aquello que nos desagrada, donde queda el criterio y la razón como conductores y moderadores de las mismas? Solo se comprende si entendemos el dominio que sobre determinadas personas ejerce el sistema de recompensa que posee el cerebro humano y que nos impele a repetir una conducta. Como ingrediente que forma parte de una respuesta, nos encontramos con varias sustancias, una llamada adrenalina que, según los entendidos puede llegar a ser adictiva debido a que, conjuntamente con otro neurotransmisor denominado dopamina, conocida como la hormona de la felicidad, la cual es emitida para premiar las respuestas que dan placer, hacen disfrutar al individuo e impulsan así la repetición de determinadas conductas. Cuando no se obtiene la recompensa encarnada en la sensación que producen los neurotransmisores, determinados individuos sienten frustración y hasta se deprimen, por lo cual, para evitarlo, se acostumbran a exponerse constantemente a situaciones de alto riesgo las cuales les producen intensas emociones, un proceso natural en el cual el cerebro reacciona ante una situación de stress y ordena la emisión de substancias que acondicionan al cuerpo para una respuesta adecuada, como hemos señalado. La adrenalina es segregada inmediatamente ante una situación de estrés, prepara al cuerpo para la defensa o el ataque. La segunda es el premio, produce placer a la persona y estimula la repetición de la emoción que se obtiene frente a una acción real o a su recuerdo, porque la imaginación también las produce, debido a que el ser humano tiene raciocinio, nivel cognitivo, por ello pensar o imaginar determinadas situaciones produce, aunque a menor escala, respuestas del cerebro. Soñar y desear es placentero.
Todas estas reacciones de nuestro organismo tienen como objeto mantener cierto comportamiento relacionado con nuestra sobrevivencia: alimentarse, dormir, tener relaciones sexuales, son solo algunas y todas producen placer y activan el sistema de recompensa, por eso queremos repetirlas. Cuando no se obtiene la recompensa de la dopamina el individuo se siente frustrado y deprimido. En un artículo del 24 de enero del 2020, encargado por la BBC a los profesores Ricardo Twumasi y Sukhi Shergill del King´s College de Londres y titulado “Dopamina el químico que nos hace sentir bien y nos puede convertir en adictos al juego”, se afirma: “Tomar riesgos es parte de la naturaleza humana. Ya sea jugando con una máquina tragamonedas o montando una patineta: todos los días hacemos algo que nos ofrece tanto un potencial de riesgo como recompensa. Lo que nos motiva a asumir estos riesgos es la liberación de dopamina…”, este aspecto se suma a lo ya expresado.
Un mundo dominado exclusivamente por las emociones sería un lugar caótico, donde el progreso y la supervivencia se imposibilitarían, peor aún, si estas se constituyeron en la principal motivación de los líderes políticos mundiales para la toma de decisiones. A objeto de entender mejor de que se trata, citamos un párrafo de un trabajo titulado “Psicología de la Emoción”, de los autores Enrique G. Fernández-Abascal y María Pilar Jiménez Sánchez, editorial universitaria Ramon Areces: “…La emoción es un proceso psicológico que nos prepara para adaptarnos y responder al entorno. Su función principal es la adaptación, que es la clave para entender la máxima premisa de cualquier organismo vivo: la supervivencia. Las emociones humanas son fruto de una acción más deliberada la cual, además del estado emocional inmediato de nuestro organismo, tiene en cuenta otros factores, como la situación externa, el conocimiento previo adquirido, el repertorio de conductas emocionales y sobre todo nuestra habilidad para anticipar, hacer planes y tomar decisiones sobre nuestra conducta futura. Estos factores tienen mucho que ver con nuestras capacidades cognitivas…” En resumidas cuentas, como conclusión, el equilibrio de la persona es complejo, pero la experiencia acumulada, la educación asimilada, la capacidad para analizar una situación o circunstancia, tiene que constituirse en un freno, o condicionante, de las emociones, sobre todo si se trata de tomar decisiones que afectan al resto de la población.
Siempre es conveniente leer y revisar conceptos en este caso se trata de comprender algún aspecto interesante acerca de lo compleja que es la conducta de algunas personas, y tratar de darnos una explicación del porqué, o la razón, que impulsa o motiva, esas actuaciones aparentemente irreflexivas, temerarias y sorprendentes, de allí surgió la idea de escribir acerca de este tema, para tratar de entender y explicar ciertas actuaciones que se apartan de lo que suponemos es una sana lógica, sobre todo las que son ejecutadas por dirigentes políticos en todo el mundo y de cuya inteligencia no dudamos, pero sí de las motivaciones para realizarlas. Es una frase que parece sacada de una telenovela: “Se dejo llevar por sus emociones”, solo que, desde la Biblia ya se llamaba la atención sobre sus consecuencias.
Jorge Puigbó