El país suramericano da pasos firmes hacia el desarrollo energético y económico gracias a inversiones sostenidas, asociaciones estratégicas y estabilidad institucional. En contraste, Venezuela —histórica potencia petrolera— continúa arrastrando una crisis estructural que la mantiene estancada pese a tener las mayores reservas de crudo extra pesado del mundo.
Guyana confirmó esta semana que está lista para producir hasta 900.000 barriles de petróleo diarios antes de finalizar el año, gracias a la incorporación de su cuarta planta flotante de producción, almacenamiento y descarga: el buque FPSO One Guyana, recién llegado al bloque Stabroek, en alta mar.
El buque, con capacidad para producir 250.000 barriles diarios y almacenar hasta 2 millones, se suma a los FPSO Liza Destiny, Liza Unity y Prosperity, todos operados por la multinacional ExxonMobil en asociación con Hess y CNOOC.
Esta infraestructura sitúa a Guyana como uno de los países con mayor crecimiento petrolero del mundo, apenas una década después del hallazgo de sus primeros yacimientos en 2015.
“El One Guyana no solo es un logro técnico, es un símbolo de cómo estamos usando nuestros recursos para crear empleo, aumentar los ingresos públicos y transformar el país”, declaró el ministro de Recursos Naturales, Vickram Bharrat.
La paradoja venezolana
A pesar de contar con las mayores reservas de crudo del planeta —más de 300.000 millones de barriles, según la OPEP—, Venezuela apenas logra mantener una producción que oscila entre los 700.000 y 800.000 barriles diarios, con frecuentes caídas por fallas eléctricas, filtraciones, parálisis operativa y falta de insumos.
Mientras tanto, gran parte de la infraestructura petrolera del país se encuentra en estado crítico: refinerías a media máquina, pozos inactivos y redes de distribución deterioradas.
El país ha intentado reactivar su industria con apoyo limitado de aliados como Irán, pero los resultados han sido insuficientes para una recuperación real y sostenible.
La producción de Guyana no solo se acelera, sino que se encamina a superar a potencias tradicionales como Venezuela, que sigue atrapada en un ciclo de declive estructural, sanciones, corrupción y desinversión.
Mientras Guyana moderniza su industria petrolera con tecnología de punta, Venezuela enfrenta fallas recurrentes en sus refinerías, escasez de inversión extranjera y un entramado burocrático que ahuyenta a potenciales socios.
Tensiones sobre el Esequibo
El anuncio del Gobierno guyanés no pasó desapercibido en Caracas. La Administración de Nicolás Maduro rechazó la llegada del FPSO One Guyana al bloque Stabroek, por encontrarse —según Venezuela— en una “zona marítima pendiente por delimitar” en el área del Esequibo, territorio en disputa entre ambos países.
“Guyana y ExxonMobil están violando principios fundamentales del derecho internacional”, denunció la Cancillería venezolana, advirtiendo que no reconocerá los derechos sobre el crudo extraído ni las concesiones otorgadas en el área en disputa.
Estas tensiones forman parte de un conflicto histórico por el Esequibo que se ha intensificado con el auge petrolero guyanés. En diciembre de 2023, ambos países firmaron el Acuerdo de Argyle para rebajar la tensión diplomática, pero Caracas considera que Georgetown ha incumplido el pacto con la operación del nuevo buque.
Una oportunidad que se va agotando
Para analistas energéticos, el caso de Guyana pone en evidencia lo que Venezuela podría haber logrado si hubiera estabilizado su industria y reconstruido la confianza internacional. Mientras Guyana atrae inversión, diversifica su economía y acumula fondos soberanos para proyectos sociales, Venezuela sigue dependiendo de acuerdos bilaterales puntuales y una producción inestable que no garantiza ingresos suficientes para sostener el país