La novela histórica, surgida en el siglo XIX, tiene en el caroreño Juan Páez Ávila a un consecuente oficiante. Un género que plantea el exigente reto al creador de fusionar y a la vez trastocar la historiografía en literatura oscilando entre lo real y la ficción.
Su obra novelística la ha moldeado con esos componentes en que convergen el fino escritor y el acucioso historiador. Un ejemplo de ello es su obra La otra Banda cuyo protagonista es el periodista y político Cecilio “Chío” Zubillaga Perera y su escenario la Carora de los retrógrados terratenientes.
En Coroneles de Carohana continúa ahondando en esos acontecimientos de la historia de ese pedazo del territorio larense que el autor ha investigado y convertido en materia prima de su literatura.
El autor traza su relato con la técnica de la yuxtaposición de planos en que fusiona certeramente pasado y presente que hace la trama más atractiva. Así salta de uno a otro intercalando, incluso en algunos capítulos, el tiempo presente en el pretérito como ocurre al final del primer capítulo para sorprender al espectador. La superposición funciona como un ingenioso encadenamiento del relato de adelante hacia atrás y viceversa insertando fragmentos de un tiempo a otro.
De esa manera, a partir del primer párrafo, el libro no da tregua al lector por lo atrayente de la trama moldeada con un ascendente ritmo. Ello pese a que el mismo está elaborado con un castellano clásico de oraciones largas que suman hasta 70 palabras que podría restarle dinamismo, pero resulta todo lo contrario. El autor sale airoso con este tipo de oraciones compuestas y con cláusula. Es uno de los aciertos desde la forma de Páez Ávila en esta obra de 278 páginas editada por Comala.com y diseño de portada de Eduardo Orozco.
Por lo que uno de los méritos de esta obra es su interesante trama. El autor la resuelve exitosamente concitando el apego del lector al contenido de comienzo a fin sin descender en ningún momento. Eso es propio de un buen narrador. Una trama atractiva es garantía del éxito de una novela o cuento. Y esta novela de Páez Ávila se caracteriza por una trama entretenida.
Otros componentes que adereza con magistral habilidad de un literato son el tono, ritmo y sicología de los personajes. Al respecto, destaca el principal Juan de los Reyes Vargas, un polémico caudillo de la Guerra de independencia a quien historiadores han calificado de sanguinario y brutal incurso en abusos.
La novela discurre apoyada en una variedad de fenómenos sociales a manera de temas paralelos. Los mismos lo proveen de la suficiente sustancia, entre estos el principal de la violencia más corrupción, política, caudillismo, machismo, desigualdad e injusticia social.
El principio nos depara el tema de la cosmovisión del mundo existente entre el conquistador español y el indígena. Es el encuentro con lo mágico-religioso con su pizca filosófica. Un escabroso asunto en que el europeo se creía superior para subestimar al nativo al considerarlo inferior, bruto y salvaje. Reyes Vargas compara a la Patria con su Dios el Sol a quien rendían culto los indios ajaguas del Cantón de Carora.
En tal sentido resulta sumamente interesante el diálogo que éste establece con el fraile Idelfonso Riera Aguinagalde, por el peso muy humano del mismo. Aquí se pone de manifiesto la imaginación del autor para dejarnos la mejor ficción literaria.
Estamos ante la superposición de planos, pues el padre Idelfonso Riera Aguinagalde es un personaje de la Guerra Federal que estalla en 1859 y el Indio Reyes Vargas de los tiempos de la Guerra de la Independencia.
Luego los ascendentes del Indio Reyes Vargas pasan a ser los dueños del territorio de Carohana del Norte donde controlan el poder económico y político. Son los que hacen negocios con los gobiernos de turno signados por la constante corrupción que reseña descarnadamente el libro.
Los privilegiados beneficiarios de los contratos para la construcción de obras públicas, entre éstas: una represa, un aeropuerto, un fuerte militar y una autopista. De esa forma se hacen de jugosas ganancias económicas de las cuales alardean en medio de su ignorancia.
Una familia pasto de las supersticiones y los peligrosos prejuicios. Víctima de estas distorsionadas concepciones de la vida es Octavio Vargas condenado a veinte años de encadenamiento por considerarlo un estigma familiar sin ser realmente loco. Un objeto, en vida desde los ocho años, de la maldad, injusticia y absurdo por conveniencia social de una familia de poder.
En este sentido Páez Ávila evidencia una poderosa capacidad para la imaginación y la inventiva. La víctima, en medio de la desventaja del aislamiento del mundo, desarrolla el sentido del oído para sobreponerse a la adversidad, situación tratada por el autor con notable y desbordante originalidad.
La mudanza de Carohana del Norte, por causa de la construcción de una represa, cuyas aguas inundan el pueblo, se convierte en tenso tema. Una acción ejecutada en nombre del progreso a la que se oponen sus habitantes protectores de su pasado cultural con su cementerio, cuyos cadáveres tienen que desenterrar y trasladar a otro camposanto. Un hecho real acontecido en el desaparecido pueblo de Atarigua.
En la obra es apreciable el influjo de la corriente literaria del realismo mágico. El mismo es apreciable en varios de los hechos que integran las secuencias y escenas del libro en que resaltan: lo extraño, telúrico, folclórico, tradicional, curioso, inverosímil y paradójico de cualquier comunidad.
Esta es otra de las magníficas novelas del nacido en el caserío San Antonio del municipio Torres, el 28 de abril de 1936, en la cual confirma su evidente talento para la literatura histórica. El testimonio intelectual de un excelente novelista y cuentista en un tranquear por la historiografía y la literatura conjuntado con el ejercicio del periodismo.
Freddy Torrealba Z.