#OPINIÓN Diarios Citadinos: El Papel Ciudadano #24Mar

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Al Gentío

   «La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal…

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…sino por las que se sientan a ver lo que pasa.

Albert Einstein (Nobel Física, 1921)   

«Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; 

…pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos

Martin Luther King Jr. (Nobel de Paz, 1964) 

«La memoria es la forma…

…en que seguimos contándonos a nosotros mismos nuestras historias

Alice Munro (Nobel Literatura, 2013)

  • Amanecer Ciudadano

Amanecer para cualquier mortal podría no ser tan normal. Es de mañana y me toca entre otras cosas la rutina del desayuno con el jarabe de miel, ajo y limón que incluye ir a revisar los pormenores del día. Antes, era un periódico que manchaba los dedos de tinta y el ansia, en blanco y negro, ahora es un móvil que amén de expandir las reseñas de todo el orbe, mancha de sangre el paisaje mundial, y el local, lo tiñe de rojo rojito, color de hormiga.

Luego de un desayuno frugal voy a la rutina del regar y asear el domicilio. A la edad tercera, uno es su propio mucamo, su único cómplice y un recuerdo aciago de dónde carajo se escapó el tiempo. A estas alturas es recurrente desayunar recuerdos. Recuerdo tanto a mi madre que me da espanto olvidar su influjo. Y a mi padre que ahora entiendo por qué siempre señalaba que la ancianidad es una miér-coles. Cómo no lo iba a entender. Me da cierto consuelo que papá Peppino no tenga que experimentar el presente sin futuro de hoy por estas tierras de indias, como alguna vez la llamó Colón y el criollo Pancho Herrera Luque

A eso de las diez de la mañana me dedico a alejarme de malos ambientes. Vale decir, de casi toda la vaina. Empiezo a pensar en las viandas del día y las vainas de la jornada. Las viandas cuestan un ojo de la cara, pero las vainas, ¡esas, caray!, nos cuestan la vida. Con eso en mente voy al mercado a empezar a llevar vainas. Las vainas cuestan más de lo que tengo para poder comprar, y eso que soy de los que puedo algo y no como los de barrio que pueden nada, acaso comen una vez al día y eso apuradito y algunas otras ni comen, o dejan de comer para que sus hijos al menos llenen el buche y puedan dormir sin llorar por tener sueño con hambre, un mal aire, para un infante que se alimenta de un subdesarrollo.

Luego de sacarme la nostalgia del peto, recuerdo que soy profesor y no puedo darme el lujo de deprimirme. Tengo un buen amigo que me propuso no derrotarme a mí mismo. ¡Que te derrote otro!, me dijo. Desde entonces mi gran poder es saber que un lujo es, tener una vida, comer los tres golpes al día y poseer una familia educada que te ame y te atienda.

  • Atardecer Ciudadano

Precoz nos alcanza el mediodía. El mediodía, en los trópicos, juega el rol de perverso por dos razones elementales, una, el calor, la otra, la peladera ‘e bola. Hay una tercera, la más odiosa, y mejor no mentarla mucho pues, aparte de ser la auténtica responsable de las dos iniciales razones, capaz y te meten preso por metiche y salido, aunque no seas ninguna de esas cosas. Basta con comerte la luz sin querer queriendo o estar en mala hora en el sitio equivocado con un celular soplón que, por quítame esta paja, te vende a las autoridades robo-ilusionaria con una Inteligencia Artificial manipulada, que no conoce de lealtades.

Llego de muy mal humor con el celular oculto, no vaya a ser, y con la plata extraviada entre la estanflación y la hiperventilación. Las cajeras, que parecen pertenecer al partido de gobierno, miran con odios, pues nosotros adquirimos lo que ellas nunca podrían y eso que ganan el triple de un maestro o médico, a diferencia de un policía o un militar (los mimados del régimen) que ganan como si fueran mantuanos, mientras el pueblo gana como míseros. 

No obstante, caminamos los pasillos del supermercado mirando qué podemos llevar y es cuando empieza a restarse productos básicos de la lista anterior. La bolsa cada vez está menos llena o mas vacía, viene a ser lo mismo. Los milagros no se consiguen en los abastos, y mucho menos, en las iglesias y confesionarios. Los ordenados están pendientes de la salud del Papa, de la salud del culto, pero desgraciadamente, muy poco de la salud de los fieles

Pero el feligrés no tiene si no a Dios para calmar sus desgracias y ahogar sus penas, ¡ay, qué pena! Y se olvida que se tiene a sí mismo, pero la mala educación y la ignorancia le quitan el piso de la cultura y el crecimiento propio de los individuos en los países en vías de desarrollo que han perdido su rol en la sociedad, donde por desgracia, el gobernante inclina la balanza a su favor, y no a favor de la del poblador.

Acabo de adquirir lo poco que el salario me permite. Me permite menos que ayer, y más que mañana. Me admite marchar con la frente en alto pero el ánimo y el bolso partidos. Alrededor, las miradas son equivalentes, desmoronadas, confundidas, abombadas. Uno es una bomba sin estallar o por estallar. Y el entorno es una bomba que ya está estallando. 

Siempre que acabas una tarea, otra te espera. Es bueno tener tareas. Con tanta vaina sin resolverse y el ámbito abombado, es mejor estar ocupados, que preocupados. Ocuparse cultiva saberes, siembra paciencias y fomenta la armonía síquica. Así que, me pongo a saber qué es lo que pasa, a construir las tolerancias, y a mantener el numen metafísico espeso. 

Al llegar a casa, me voy de cocinero y epicúreo al mismo tiempo. El cafecito expreso, (recuerdo de papa Peppino, que lo tomaba como para pelar pollos), me lo bebo de entrada. El fogón me espera para meter una pechuga de pollo Cordón Blue al horno con full verduras, y crema de leche con parmesano. Monto el arroz con cebolla, ajos, cilantro y aceite virgen de oliva. La boca se me hace agua, pero me porto a la altura y no lo pruebo. 

Con el almuerzo listo, voy a refrescarme al cuarto, prendo el Aire Acondicionado y arreglo una esquina de mi mesa donde coloco un mantelito con motivos ingenuos y colorido que me deleita el lunch. Mi cosmos es pequeño como un mantel, pero bien sazonado como el refrigerio gourmet que me espera. Hoy el universo no apura, y le insto a hacer lo mismo. La siesta, antesala de Morfeo y el ocaso en ciernes, nos sitian con su túnica de oscuridades.

  • Anochecer Ciudadano

La noche oscura, suele llegar sin aviso, ni protesto. Con su manto viene la vacilación, y con las dudas, las interrogantes. El sueño no se concilia tan rápido pues hay que ponerse al corriente con los asuntos de Edmundo y todo el mundo y con sor Corina, desgastados por los que quieren verlos entre rejas y acabados. La confusión es tan patente y patética que ya tiene hasta su propio código QR para escanear y un reclusorio -5 estrellas para importantes antagonistas como santos demonios. Los confundidos estamos por todos lados, hasta los mismos Confucianos, y los propios Miraflorinos están más enredados que un kilo de estopa turulata.       

En la casa del pez que escupe el agua, solo se escupen maldiciones a los que piensan que no fueron los elegidos. Y los elegidos no tiene como escupir a los que los defenestraron sin aviso o protesto. Protestar con un arma apuntándote o la promesa de cárcel si respiras en contra, no suena a táctica viable. La vida es una tómbola y hasta dicen que es una lotería de botas que se alzan sin ton ni son, por donde las mires rugir. No sé si sueño despierto o si el sueño, duerme. Pero si sé que la realidad es muy distinta según el cristal con que la veas.    

Dormido sueño que mamá está viva y hermosa como siempre, que papá aun se toma el café como si la lengua no sintiera el calor, y que yo aun soy un niño que corre los domingos en casa de la abuela Carmen y Américo antes de ir al restaurant Los Jabillos donde yantamos juntos la familia, los domingos. El sueño tiene un lado oscuro como si fuera la misma luna.  

  • Epílogo Ciudadano: Reflexión del Caos y la Dignidad

La sombra cae sobre el paisaje urbano de una Venezuela herida, como un manto que oculta esperanza e incertidumbre. En el silencio reflexivo, surgen preguntas fundamentales en torno a lo que significa ser habitante en un país al filo de la sima… ¿Quién es el ciudadano hoy? ¿Qué lo define? ¿Qué lo separa de aquel que una vez perteneció a la clase media y que ahora yace diluido entre las clases populares, esas que luchan por sobrevivir con lo poco que les queda? Son preguntas sin respuestas absolutas, pero sí, en busca de grandes verdades.

Imagine a ese ciudadano de antaño, clase media. En los días de prosperidad relativa, era alguien que disfrutaba de la posibilidad de un almuerzo en restoranes, rutina semanal simple pero valiosa. ¿Qué hizo evaporar a la clase media? ¿Políticas económicas erráticas, la corrupción y un gobierno que ignoró el pueblo en su espiral de miseria? ¿Es lógico echarle la culpa solo al sistema? ¿Qué responsabilidad tiene el propio ciudadano? El ciudadano de clase media tenía aspiraciones, sí, pero también cierta comodidad que permitió apartarse de las luchas que otros resistían. En esa omisión de acción, quizás haya una parte del porqué su lugar en la sociedad se desdibujó. Más allá de ser el mayor peregrinaje de la clase media en toda la historia coetánea mundial y hacia todas las urbes posibles donde pudieran residir. 

Ahora, el ciudadano de a pie. El vendedor errante que corre la calle buscando colocar su mercancía para llenar un plato vacío, la madre que sacrifica su ración de comida para que su hijo tenga llena la panza para poder dormir. Estas realidades nos gritan crudezas difíciles de ignorar. ¿Qué define a este ciudadano, si no su capacidad de resistencia? Su lucha es tan visceral que no queda espacio para sueños. Lo suyo es sobrevivir el día, hallar recursos para sostenerse en medio de la precariedad. ¿Es justo que un gobierno utilice este sacrificio como prueba de que su gente es fuerte? No es fortaleza; es desesperación.

Como ciudadanos, surge la pregunta: ¿qué papel jugamos en el caos? ¿Es suficiente la queja o debemos tomar el toro por los cachos? ¿Hemos hecho lo suficiente para enfrentar esta situación o hemos dejado que otros decidan, confiando en que un milagro pasará? ¿Es el ciudadano venezolano solo víctima, o un actor de una trama que lo ha puesto al borde? Estas preguntas sin juzgar, iluminan la zona gris donde lo moral y lo práctico se entrecruzan.

La dignidad del residente no se encuentra solo en el poder adquisitivo traspapelado, sino en el espíritu irreductible que subsiste pese al brete. Entre los escombros de la clase media enterrada y la lucha diaria del pobre, hay una línea frágil que conecta esperanza con arrojo colectivo. La ciudadanía no trata de pertenecer a una categoría económica, sino de tener viva el brío de cambiar el presente. ¿Qué sucede cuando esa voluntad es aplastada? Las respuestas no llegan expeditas, pero se gestan en las discusiones arduas, en el sentido de que para reconstruir la sociedad se necesita más que censuras: se necesita, compromiso.

Y así, en la penumbra de la noche que parece no concluir, el cálculo ciudadano sigue resonando como un eco, entre los silencios y los susurros de una realidad desigual. ¿Está el ciudadano dispuesto a actuar, a recuperar su papel estelar? Porque el desafío no radica solo en acusar al sistema, sino en derribar su indiferencia, en reescribir desde abajo lo que se ha perdido desde arriba. La pregunta sigue franca y la sinopsis no es más que el prólogo de una disputa que todavía está por definirse.

MAFC

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