El civismo (del latín civis, ciudadano y civitas, civitatis, ciudad) o urbanidad se refiere a las pautas mínimas de comportamiento social que permiten a los practicantes convivir en sociedad de manera civilizada. El civismo nace de la relación de una persona con su localidad, nación y estado.
Un ejemplo de civismo es cómo se comporta la gente y cómo convive en sociedad. Se basa en el respeto al prójimo, al entorno natural, al ambiente y los objetos públicos; la buena educación, urbanidad y cortesía.
El uso del término civismo tuvo su origen en la Revolución francesa e inicialmente, aparece unido a la secularización de la vida que ésta supuso.
Las normas del civismo parten del hecho de respetarse mutuamente para tener una convivencia agradable, acatando a la Constitución Nacional, las leyes y reglamentos de la República, incluidos los Derechos Humanos, las leyes protectoras del ambiente y las de tránsito terrestre.
Por ejemplo, los vecinos usan continuamente las instalaciones y los servicios de la comunidad y se interrelacionan continuamente, por eso, es vital que haya una buena convivencia entre ellos, es decir, ser educado y amable de manera que no haya conflictos.
Pudiéndose poner en práctica el principio del derecho que expresa:
“El derecho de las personas termina donde comienza el derecho de los demás.”
Se puede entender como la capacidad de saber vivir en sociedad respetando y teniendo consideración al resto de individuos que componen la misma, siguiendo unas normas de conducta y de educación, que varían según la cultura del colectivo en cuestión.
La educación a veces es vista como un prerrequisito que ayuda a los ciudadanos a tomar siempre buenas decisiones. Una buena educación comienza en casa, en las tertulias alrededor de una mesa del comedor y el ejemplo de los líderes de las familias, complementado con las enseñanzas aprendidas en las escuelas, colegios, liceos, institutos de educación superior y universidades.
Las virtudes cívicas se enseñan históricamente como una cuestión de principal preocupación en las sociedades con ciudades.
Cuando un gobernante toma las decisiones sobre asuntos públicos, son sus virtudes las que influyen en esas decisiones. Cuando una clase más amplia de personas se convierte en la que toma las decisiones, son sus virtudes las que caracterizan los tipos de decisiones que se toman. Esta forma de toma de decisiones se considera superior para determinar qué protege mejor los intereses de la mayoría.
Las constituciones adquirieron importancia para definir la virtud pública de las repúblicas. Las primeras formas de desarrollo constitucional se vieron en Alemania y en las revueltas holandesas e inglesas de los siglos XVI y XVII.
Roma, incluso más que Grecia, produjo varios filósofos moralistas como Cicerón e historiadores moralistas como Tácito, Salustio, Plutarco y Livio. Muchas de estas figuras estuvieron personalmente involucradas en las luchas de poder que tuvieron lugar a finales de la República romana o escribieron elegías a la libertad que se perdió durante su transición al Imperio Romano. Tendían a culpar de esta pérdida de libertad a la percibida falta de virtud cívica en sus contemporáneos.
Se quería restablecer el antiguo ideal de la virtud cívica a través de la educación. En lugar de castigar a los pecadores, se creía que el pecado podía prevenirse criando hijos virtuosos. Vivir en la ciudad se volvió importante para la élite, porque la gente de la ciudad se ve obligada a comportarse bien cuando se comunica con los demás.
Aspectos importantes de la virtud cívica son: conversación cívica (escuchar a los demás, llegar a acuerdos, mantenerse informado para poder hacer un aporte relevante), comportamiento civilizado (vestir decentemente, contener sentimientos y necesidades), trabajo (la gente tiene que hacer una contribución útil a la sociedad). Pero, se centró más en el comportamiento individual que en una comunión de personas. La autoridad de los padres era popular.
La virtud cívica fue muy popular durante un movimiento cultural e intelectual europeo que tuvo lugar desde mediados del siglo XVIII hasta principios del siglo XIX, especialmente en Inglaterra, Francia y Alemania. Inspiró profundos cambios culturales y sociales; la Revolución francesa y el racionalismo fueron algunos de sus efectos más drásticos. El siglo XVIII es conocido, por estos motivos, como el Siglo de las Luces.
La autoridad de los padres comenzó a decaer. La libertad se hizo popular. Pero las personas sólo pueden ser libres conteniendo sus emociones para dejar algo de espacio para los demás.
“El civismo expresa la condición de ciudadano consciente de sus deberes”.
“Es deber cívico recuperar nuestros principios y valores tradicionales”.
Maximiliano Pérez Apóstol