La guerra implacable entre las fuerzas del Mal (de Satanás) y las fuerzas del Bien (de Dios) hoy en día es más fuerte que nunca. No se ve, pero es real. El Demonio, mentiroso de oficio, hace creer que va a ganar esta lucha. La Cuaresma, que comenzamos con el Miércoles de Ceniza, nos invita a apertrecharnos para esa lucha espiritual.
¿Cuáles son nuestras armas? El ayuno, la limosna y la oración. Ejercicios que ayudan a desprendernos de lo que nos impide ganar el combate espiritual.
Jesús tuvo su combate espiritual cuando después de haber pasado cuarenta días de ayuno y oración en el desierto, “fue tentado por el Demonio” (Lc. 4, 1-13).
Allí, Jesucristo hizo que Satanás probara su derrota, la que completó con su Cruz y su Resurrección. Y será plena y terminante el día de su venida gloriosa, cuando regrese a establecer su reinado definitivo y ponga a todos sus enemigos bajo sus pies.
Tentación de poder, El Demonio invita a Jesús a convertir las piedras en pan para calmar su hambre. Ceder a los sentidos para consentir el cuerpo, muy presente en nuestros días: no hay que sufrir, si con poder se puede aliviar cualquier cosa.
Avaricia y poder temporal, acompañada de mentiras: “A mí me ha sido entregado todo el poder y la gloria de (todos los reinos de la tierra) y yo los doy a quien quiero”. ¡A cuántos no ha engañado el Demonio diciendo ser el dueño de lo creado, y que si se le rinden y lo adoran a él, en vez de a Dios, él les dará lo que le pidan!
Orgullo y soberbia, triunfo y gloria. Tentar al mismo Dios con la Palabra de Dios. Le sugirió que se lanzara de la parte más alta del Templo porque, de acuerdo a la Escritura, los Ángeles vendrían a rescatarlo en el aire. Imaginemos lo que hubiera sucedido con un milagro así: ¡Jesús reducido a superman!
No vamos a estar libres de tentaciones. La santidad no consiste en no ser tentado, sino en sino en superar la tentación. Contamos con todas las gracias de parte de Dios, para ganar las batallas espirituales y la batalla final.
Isabel Vidal de Tenreiro