A consecuencia de la Guerra Federal, durante la cual se cometieron atrocidades sobre todo en los llanos, la familia Hernández Cisneros, que era conservadora y naturalmente era contraria a los liberales que proclamaban la muerte a los blancos, ricos y a quienes sabían leer y escribir, huyó de Barinas a Trujillo, donde nació quien hoy es el primer santo de Venezuela: José Gregorio Hernández Cisneros.
Esa curiosidad es resaltada por el doctor Raúl Díaz Castañeda, quien nació el 24 de agosto de 1934 en Barquisimeto, estudió medicina en Mérida y Caracas, y desde 1958 reside en Valera, a donde fue enviado para ejercer en el Hospital Central de esa ciudad y hoy, a sus 91 años, sigue trabajando en la Sociedad Anticancerosa de Trujillo. Es poeta, novelista, cuentista, articulista, caricaturista y, además, miembro de la Academia de Medicina de Venezuela. Durante 57 años ha sido docente universitario.
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Su admiración por José Gregorio Hernández le ha inspirado una novela, una obra de teatro y un poema que refleja al venezolano más ejemplar como ciudadano, profesional de la medicina y científico.
¿Cuándo decidió novelar al doctor José Gregorio Hernández Cisneros?
Mi novela “José Gregorio Hernández, un milagro histórico,” publicada en el año 2014 por la Universidad Valle del Momboy y cuya edición está agotada, no es, propiamente, la biografía del Médico de los Pobres, sino de su época, la llegada de los andinos a Caracas, con los generales Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, a la presidencia de la república.
¿Cómo explica el milagro histórico?
Porque no me refiero a los miles de milagros atribuidos al doctor Hernández, sino el que él logró para sí mismo: mantenerse absolutamente limpio de pecado en una sociedad absolutamente corrompida. Dentro de ese ambiente de corrupción, de concupiscencia, de falsedades, de traiciones, José Gregorio permaneció puro. ¿Cómo pudo un hombre de esa magnitud, de esa importancia, de la intelectualidad, de su formación científica, siendo introductor de la bacteriología en Venezuela, en aquella época, haya podido sobrevivir sin entrar en la política, en una época de dictadura desastrosa? Ese es el milagro histórico que he destacado en la obra.
¿Qué le impulsó a escribirla?
Mi novela comienza con una afirmación del positivista Luis Razetti, médico cirujano creador de la Academia Nacional de Medicina. Dijo el doctor Razetti el día del entierro de José Gregorio Hernández: “José Gregorio Hernández es un maravilloso milagro de la fe, la bondad y la pureza, y por eso es el hombre más respetable que he conocido».
Siendo ateo el doctor Luis Razetti, ¿era amigo de José Gregorio Hernández?
Razetti, como casi todos los positivistas, era ateo; pero, era muy amigo de José Gregorio Hernández y cuando éste muere sintió profundamente su deceso y la frase que expresó define claramente la personalidad de quien era su respetable colega.
¿Cómo le pareció ese elogio de un médico ateo hacia un médico profundamente espiritual?
José Gregorio Hernández era ya tan impresionante que merecía ese elogio a su grandeza religiosa, expresada por un ateo. Pero pudo agregar que también era científicamente respetable, porque había introducido a Venezuela la medicina experimental. Porque esto es también un milagro que un científico experimental profesora con fervor inquebrantable su fe en Dios y en la Iglesia Católica.
¿Qué hecho interesante le llevó a escribir esa obra?
José Gregorio Hernández nació por casualidad en Isnotú.
¿Cómo es esa casualidad?
Porque en Isnotú se refugiaron sus padres Benigno María Hernández Manzaneda y Josefa Antonia Cisneros Mansilla, quienes huyeron desde Barinas, aterrorizados por las atrocidades de la Guerra Federal(1859-1863), pues ambos y el resto de la familia eran considerados políticamente godos; es decir, conservadores. La consigna de las huestes federalistas de Ezequiel Zamora era: “Muerte a los blancos, los ricos y los que sepan leer y escribir.”
¿Cómo nos puede explicar la religiosidad de José Gregorio Hernández?
José Gregorio Hernández vivió en Isnotú hasta los doce años. Sus padres y sus tìas le forjaron una religiosidad profundísima, una fe en Dios y un acercamiento a la Iglesia Católica que él llevó hasta el extremo de ingresar a la orden de los Cartujos. Pero, importante es afirmar que él vivió para sí su fe, sin convertirse en un apóstol de ella. La ejerció a todo riesgo, pero no la propagó con prédicas. Para eso le bastó la pureza de su conducta y la bondad hacia los pobres en su ejercicio profesional.
Usted como médico, ¿qué nos puede decir de José Gregorio Hernández en su condición de profesional en aquella época tan difícil?
Se graduó de médico con altos honores porque su inteligencia era superior. Comenzó su ejercicio en Isnotú para estar con su familia, pero ni aquí ni en otro pueblo o ciudad de los Andes encontró el ambiente propicio para su desarrollo profesional. Es por ello que decidió regresar a Caracas, lo que coincidió con la decisión del presidente Juan Pablo Rojas Paúl (quien ejerció desde 1888 a 1890), asesorado por profesores de la Universidad Central de enviarlo a Europa a formarse en medicina experimental, para que introdujera esos avances a Venezuela.
Tras el anuncio del 25 de febrero de este año, cuando el Papa Francisco decretó la canonización de José Gregorio Hernández, se ha difundido por las redes el bolero-plegaria Santo José Gregorio que compusiera y grabara en 1957 el famoso cantante puertorriqueño Daniel Santos y el cual fue prohibido ese mismo año por la Iglesia Católica.
¿Cuándo comenzó la devoción por el hoy médico santo?
Fue tenido por la fe popular como santo, casi inmediatamente después de su muerte. Ningún entierro en Caracas ha tenido mayor acompañamiento que el de José Gregorio Hernández porque fue multitudinario. Esa fe le atribuye numerosos milagros. Es asunto personal. Los presentados por el Cardenal Baltazar Porras en El Vaticano, a mi juicio, son dos más. Pero, fueron los que convencieron a la Santa Sede.
Usted dice que José Gregorio Hernández no intentó ser apóstol
Insisto en que no anduvo pregonando ser cristiano, ser católico. Él iba todos los días a la misa, se confesaba y hacía bondadosamente su trabajo. No fue un hombre que hiciera propaganda religiosa. Ejerció la medicina de la manera más científica posible, pero ligada a la necesidad de los pobres que no tenían con qué pagar nada. Como ahora, era difícil acceder a la salud, no tenía la gente los recursos. Y José Gregorio, además de ejercer su profesión, se dedicó a la ciencia investigativa. Todavía en esa época la Universidad se dedicaba a la teología, al Derecho, pero no estaba tomada en cuenta la ciencia de una manera significativa. Fue a finales del siglo 19 cuando las universidades comenzaron a introducir el método investigativo. En ese entonces Venezuela tenía, aproximadamente, dos millones y medio de habitantes, dispersos en una territorialidad extensa, no había comunicaciones y, en general, la única ciudad importante era Caracas. De modo que ahí surge la figura de José Gregorio Hernández, que va a ser ejemplo para el país y hoy éste siente la mayor admiración por un profesional de la medicina, que supo ejercer con la mayor bondad hacia los más necesitados.