“La vida es obra” dice Cecilio Acosta, el sabio modesto de San Diego de los Altos. Obrar, bien lo sabemos, necesita pensamiento y éste, a su vez, requiere estudio y permanente cotejo del conocimiento teórico con la experiencia práctica. Leer en los libros y leer en la vida.
Del liderazgo, sea político, económico o social, esperamos acción que conduzca a logros. Acción que para ser productiva, nunca es improvisación ni mero voluntarismo, convocatoria a hacer desde la pasión desnuda. La pasión hace falta en el liderazgo porque inspira al comunicar entusiasmo y compromiso, pero la pasión sin razón se consume a sí misma.
Quien lidera necesita comprender, para eso hay que saber. En Venezuela, así como hay mucha gente haciendo en empresas de la ciudad y el campo, organizaciones sociales, educación, salud, servicio público, la política o las comunidades religiosas, aún en medio de las enormes dificultades que conocemos, también hay gente pensando y escribiendo, para ayudarnos a todos, en particular a quienes nos conducen o aspiran a conducirnos, a escoger lo apropiado, desechar lo desechable y decidir lo acertado.
Pensamiento, lecturas, de los que se advierte déficit en el liderazgo actual.
La semana pasada tuve ocasión de participar en la presentación de dos libros importante, escritos por venezolanos a quienes la crisis estimula a pensar y a compartir sus reflexiones. De ambos, valoro la serenidad en la inconformidad, la búsqueda en la confusión.
Hablo de La Rosa y la Hoz. El secuestro de una idea de Simón García (Dahbar) y de Hacer el bien y hacer bien las cosas. Instrumentos para hacer lo correcto y decidir correctamente de Víctor Guédez (Venamcham). García es un político, Guédez un educador. Uno y otro ejercen sus vocaciones honradamente. Esa honradez incluye una visión multidimensional alimentada por una amplia cultura y una insaciable curiosidad.
Desde un revisionismo profundo, García aboga por liberar al socialismo democrático del que es creyente, del triple secuestro de Marx, Lenin y Stalin, para “aserrar los grilletes” y disponerse a responder, sin complejos, a las preguntas difíciles de este tiempo. Su trabajo, prologado por Mires, es un recorrido histórico que plantea retos provocadores a la inteligencia, desafíos al prejuicio y el lugar común. Aún para el lector que se asoma a sus páginas desde una idea de la sociedad y la política distinta, como es mi caso, se trata de material interesante y rico.
Desde su experiencia como docente, consultor y autor en temas de ética gerencial y responsabilidad social empresarial, Guédez nos muestra con sencillez que no es superficialidad ni ignora los “signos de suprema inquietud” de nuestro tiempo, que hay caminos prácticos para canalizar constructivamente nuestra inconformidad con duras realidades sociales y globales como pobreza, guerras, desigualdad, contaminación, así como los desencuentros, resentimientos, venganzas en las relaciones humanas. Caminos prácticos que no es lo mismo que caminos fáciles, vías que parten de comprender que la crisis es condición natural de la historia.
Destaco sus capítulos sobre las condiciones para las decisiones éticas y liderazgo, crisis y cambio. Ética que no es para santos, filósofos o héroes, sino para hombres y mujeres normales que deben decidir. El éxito, intrínsecamente transitorio, no es pedestal. El liderazgo requiere visión, realismo y logro. Y recurre a Marina: la ética es el salvavidas de la inteligencia, por no haber sido capaz de resolver los problemas que generó.
Volviendo a Don Cecilio “La vida es obra”, pero obrar no es hacer por hacer. La Academia define obrar como “Hacer algo, trabajar en ello” o “Construir, edificar, hacer una obra”. Para hacer algo y hacerlo bien, leamos, pensemos, aprendamos de la experiencia propia y de la ajena.
Comprender para saber, pensar para actuar.
Ramón Guillermo Aveledo