Eran las 5:00 de la tarde de aquel jueves 7 de marzo de 2019 cuando Venezuela se sumió en la oscuridad. Una falla en la central hidroeléctrica de Guri desencadenó un apagón que paralizó al país entero, afectando a 23 estados y dejando al descubierto la fragilidad de una nación sumida en una profunda crisis eléctrica.
Lo que siguió fueron cinco días de incertidumbre y caos. La promesa del entonces ministro de Energía Eléctrica, Luis Motta Domínguez, de restablecer el servicio en tres horas, se diluyó en la frustración de una población que ya había experimentado apagones similares en el pasado.
La oscuridad se convirtió en el escenario de una cotidianidad marcada por la escasez y el desespero. El calor sofocante, la falta de agua y la inseguridad se conjugaron para crear un ambiente de tensión y angustia. Los venezolanos, acostumbrados a una vida moderna, se vieron obligados a recurrir a métodos ancestrales para sobrevivir: cartones como ventiladores, residuos de papel bañados en querosene para cocinar y espantar zancudos, y largas caminatas en busca de agua potable.
Lea también: ESPECIAL | Apagón en Venezuela: Las sombras persisten
La economía se paralizó. Los bancos cerraron sus puertas, el efectivo escaseó y la falta de combustible agravó la situación. La comunicación con el exterior se interrumpió, dejando a miles de familias incomunicadas. Los centros comerciales se convirtieron en refugios improvisados, donde los ciudadanos buscaban desesperadamente cargar sus teléfonos y dar señales de vida.
La noche se hizo eterna, y la oscuridad, paradójicamente, permitió a los venezolanos redescubrir la belleza de la luna y de un cielo estrellado. Pero la calma aparente se rompió cuando el desespero se apoderó de las calles. La falta de luz, agua, comida y gas doméstico llevó a muchos al límite. Los saqueos se multiplicaron en 13 estados, recordando los oscuros días del Caracazo en 1989.
El balance del apagón fue devastador: 26 personas fallecidas, 124 detenidos en protestas y más de 500 establecimientos saqueados. Seis años después, las causas del apagón siguen siendo objeto de debate, mientras que las consecuencias aún se sienten en la vida diaria de los venezolanos. Los racionamientos de energía continúan, y la promesa de un sistema eléctrico estable parece cada vez más lejana.