Puede resultar prematuro describir el reciente rifirrafe público entre Zelenski y la Casa Blanca como un parteaguas histórico. Aquel preocupante espectáculo puede traer importantes beneficios a la larga.
De entrada se acelera el destete entre la milenaria Europa y Estados Unidos, cuyo apoyo siempre quedará sujeto a los vaivenes de la política interna del socio. Además, los siguientes pasos de Zelenski y sus aliados europeos han sido extremadamente hábiles: Ni una palabra de reproche, siempre dando por sentado que EE. UU. sigue siendo un aliado consecuente.
Se equivocan gravemente quienes invariablemente juzgan mal a Estados Unidos e identifican a Trump y Vance con el gran público norteamericano. Ya comenzaron las reacciones populares y si se desata un vendaval de encuestas negativas contra ambos puede haber volteretas aún más sorprendentes de cara a las próximas elecciones parlamentarias norteamericanas.
Zelenski pudo cometer errores de buena fe en aquella infausta reunión. Uno de ellos sería no utilizar un intérprete como escudo en un idioma que no domina, pero aún más temerario fue actuar por la libre en una puesta en escena junto a un veterano actor para quién la imagen personal priva sobre todas las cosas.
El novel vicepresidente también asumió su propio protagonismo dando fuerte casquillo al voluble anciano narcisista. Y si la opinión norteamericana les va fuertemente en contra, Trump – quien con ansias busca un Nobel para tratar de equiparar a Obama ante la historia – no dudará en señalar a cualquiera de los dos – o a ambos – como chivos expiatorios de la debacle.
Trump ya considera a Zelenski como un estorbo en su preciado objetivo, y robar escena al jefe supremo es quizás el peor de todos los pecados políticos: Sobre todo para un novato vicepresidente que compite con otros hábiles aspirantes a la sucesión imperial.
El júbilo de cuantos proclaman a Putin como verdadero ganador de aquel sainete pronto puede resultar en lo que en Venezuela llamamos “alegría de tísico”: Esa efímera euforia que algunos sienten poco antes de los estertores finales.
Trump se está jugando un todo por el todo confiando en Putin en su empeño por lograr una paz verdadera, pero que Dios agarre a los rusos confesados si luego son ellos quienes se atraviesan en los delirios del gran ególatra.
Eso, más una Europa rearmada y en defensa directa de su propia integridad frente a una mafia con saudades imperiales puede ser la combinación decisiva que a la larga logre descabezar a la descocada pandilla del Kremlin. Quizás no haya mal que por bien no venga.
Antonio A. Herrera-Vaillant