Majestuoso y enigmático, el quetzal resplandeciente (Pharomachrus mocinno) es una de las aves más bellas y simbólicas de América. Su plumaje iridiscente, su elegante cresta y su larga cola han cautivado a diversas culturas desde tiempos prehispánicos. Considerado sagrado por los mayas y aztecas, el quetzal es hoy un emblema de libertad, belleza y biodiversidad.
El macho exhibe un plumaje verde metálico con reflejos dorados y azulados, un pecho de color rojo intenso y una cola que puede llegar a medir hasta un metro de longitud. En contraste, la hembra presenta colores más apagados, sin la icónica cola larga, pero con la misma elegancia.
Es un ave solitaria fuera de la temporada de reproducción y su vuelo es distintivo, caracterizado por movimientos suaves y ondulantes. Su canto es melódico, aunque discreto, lo que lo hace difícil de detectar en la espesura del bosque.
Durante la época de apareamiento, que ocurre entre marzo y junio, el macho realiza exhibiciones de vuelo para atraer a la hembra. Juntos excavan nidos en troncos de árboles en descomposición o utilizan cavidades abandonadas por pájaros carpinteros.
Para las civilizaciones prehispánicas, el quetzal tenía un profundo significado espiritual. Los mayas lo asociaban con Kukulkán, la serpiente emplumada, mientras que los aztecas lo vinculaban con Quetzalcóatl, su equivalente en la mitología náhuatl. Su plumaje era utilizado en vestimentas de la nobleza, aunque su caza estaba prohibida, ya que se consideraba un ave sagrada.
Se dice que, durante la conquista española, el quetzal dejó de cantar en señal de luto por la caída de las civilizaciones indígenas, representando el espíritu de los guerreros caídos en batalla.
En la actualidad, el quetzal es el ave nacional de Guatemala y aparece en su escudo y billetes. Su nombre también da título a la moneda oficial del país, reflejando su importancia cultural e histórica.