“Defino la estupidez como un comportamiento que ignora la pregunta:
¿Qué pasará después?”
David Brooks
(Los seis principios de la estupidez en The New York Times)
Iba a comenzar con algún verso de Decisiones, la canción de Rubén Blades, pero se me atravesó este artículo de Brooks, uno de mis autores favoritos y me pareció que nos viene como anillo al dedo. Estamos ante decisiones muy difíciles que sin embargo no podemos eludir.
Abruptamente, el poder ha convocado para abril elecciones de Asamblea Nacional, gobernaciones y consejos legislativos que habrán de tomar posesión de sus cargos unos ocho meses después. Sería lógico hacernos al menos dos preguntas: ¿Por qué se decidió así y no como Maduro dijo el 9 de noviembre que serían primero las municipales, luego las regionales y finalmente las legislativas nacionales? Y ¿Cuál es la razón o razones del apuro?
En cuanto a lo primero, se prioriza el control del poder nacional porque la Asamblea tiene constitucionalmente competencias muy relevantes. También deben haber influido motivaciones propias de algún actor o algunos actores dentro del círculo que controla las decisiones del poder al más alto nivel.
El por qué del apuro es mucho más claro: para una minoría política y social aprovechar un previsible reflujo electoral tiene mucha lógica. Mientras menos sean los ciudadanos que voten, mayores serán las posibilidades de sacar ventaja sin necesidad de recurrir a “otros recursos”.
El diseño está para provocar la mayor abstención posible. A la frustración densamente extendida a raíz del 28 de julio, la sensación de que “no hay nada qué hacer”, la desconfianza en los resultados emitidos oficialmente desde la consulta del Esequibo para acá, el incremento ostensible de la represión y las restricciones, la continuada legislación contraria a los principios constitucionales, la eliminación de la tarjeta de la manito (la más votada de nuestra historia), súmese que los que desde una sincera política alternativa piensen participar, duramente golpeados en estos meses, tendrían que acelerar el paso para organizarse, acordar candidaturas, reconstruir su estructura de defensa del voto diezmada por la persecución y la emigración.
Surfeando en esa ola negativa, una campaña para “no convalidar esa farsa” la tendría muy fácil. Pero sinceramente, no creo que lo responsable sea dejarse llevar por la ola. Sería facilitar demasiado las cosas para el poder ahora, en las municipales y en un referendo que sería ineludible para una reforma constitucional como se ha propuesto.
Lo dicho acerca de las razones del poder para convocar deja claro que no me parece que ésta sea una reacción al anuncio de María Corina Machado el 19 de enero de no participar en ninguna elección mientras no se respete el resultado de la del 28 de julio. Claro que un dato como ese, favorecedor involuntario de su estrategia no es ignorado por los dirigentes oficialistas, pero su motivación, repito, se basa en sus prioridades e intereses.
Hay varias preguntas que debemos hacernos.
¿Quiere el poder que la oposición participe en las elecciones? Obviamente no. Todo lo que hace y cómo lo hace está destinado a desalentar esa participación.
¿Se legitima el poder con la participación en estas elecciones? No. La legitimación derivaría del respeto a las condiciones de una elección libre y justa y el acatamiento de sus resultados.
Sobran los argumentos de por qué no votar, pero no escucho nada convincente acerca de para qué abstenernos ¿Qué ganará con eso la causa de la mayoría que quiere un cambio para Venezuela?
Que después de lo que hemos vivido nada ganamos participando y tampoco perdemos nada absteniéndonos he oído decir. ¿No nos hace falta preguntarnos qué ganamos con volver a la abstención? Y aquí, la experiencia debería contar ¿Qué hemos ganado cuando no votamos?
Ojo, nunca he dicho ni diré que quien opine distinto a mí es estúpido. Esa sería una estupidez. Con Brooks, otra vez, coincido en que “Todos conocemos a personas de alto coeficiente intelectual que se comportan de una manera tan tonta como una piedra”. El criterio básico es plantearnos qué pasará después, cuáles serán las consecuencias de nuestra decisión.
Ramón Guillermo Aveledo