Una votación democrática llevó a Hugo Chávez al poder hace ya 26 años – toda una generación – y en 2002 fue restituido al mando precisamente en nombre de aquella democracia.
El chavismo se amparó mucho en la democracia – por magullada y atropellada que la tuviese. Quizás hubiese llegado a evolucionar hacia parecerse al kirchnerismo argentino o a otros grupos socialistas camuflados de “ progresistas” – como Mujica, Lula, Petro o la Sheinbaum – que con mayor o menor civismo aceptan la alternabilidad tras elecciones.
En su tiempo disfrutó de una extraordinaria bonanza petrolera con los ingresos más altos de la historia de Venezuela. Ese auge – y los célebres dólares subsidiados de CADIVI – hacen que hoy algunos lleguen a suspirar “con Chávez se vivía mejor”, a pesar de todo lo que sabemos.
Pero el desaparecido Teniente Coronel careció siempre de acompañantes de mayor talento o principios. Se rodeó de quienes pudo y de quienes se le pegaron. Y es precisamente un muy reducido grupo de esos insignificantes parásitos el que ha llevado a Venezuela cuesta abajo en su rodada hasta un casi total hundimiento.
Hoy quedará cierto grupo de nostálgicos que dirá que de estar vivo el caudillo nada de esto hubiese pasado: pero su etiqueta política quedó desacreditada, pulverizada por un torpe y despótico puñado que se apoderó de todo tras aquella misteriosa muerte debido a un cáncer “inoculado”.
Las fuerzas democráticas venezolanas han pasado todos estos años y hasta la semana pasada presionando incruentamente por devolver el país a sus naturales cauces democráticos, de contrastación cívica de propuestas y alternabilidad en el poder. Se han producido innumerables diálogos y se han realizado diversos ejercicios electorales con ese propósito.
Los aprovechados del movimiento chavista tuvieron todo el tiempo desde el 28 de julio hasta el 10 de enero para negociar una salida decorosa. Pero no. Quienes hace ya más de diez años se apropiaron de aquel legado político optaron por ponerse plenamente en manos de una guardia pretoriana.
El 10 de enero de 2025 se les fue el autobús y ahora luce inevitable que este largo cuento que comenzó en cuarteles termine en cuarteles: Porque lo peor de los pretorianos es que – como en Roma – terminan quitando y poniendo emperadores a su antojo, generalmente por vías más o menos cruentas.
Nunca falta quien diga quítate tú para ponerme yo. Yo quiero más. Yo lo puedo hacer mejor. Cualquiera tiene su ambición o corazoncito. Y salga sapo o salga rana, lamentablemente hoy parecemos enfilados a un inevitable episodio pretoriano.
Antonio A. Herrera-Vaillant
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