#OPINIÓN “Podrás ser gente” #30Dic

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Voy a contar una historia que ya he contado antes, pero que vale la pena recordar: la de Irina Nimchikova, dueña de la Posada Makrovia en Morrocoy.

Irina nació en Rusia. Su familia, rusos blancos contrarios a la revolución bolchevique, ante la inminencia del peligro que representaban estos, huyó a un pequeño pueblo de la entonces Yugoslavia, donde los sorprendió la II Guerra Mundial. Cuando los nazis invadieron el pueblo donde vivían, la familia sufrió su cuota de terror, pues ellos consideraban a los rusos como una «banda de criminales judeo-bolcheviques» aunque no fueran judíos o bolcheviques. Como tales, eran “sub humanos” lo que se traducía en que no se les permitía entrar en los refugios durante los bombardeos.

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Finalmente, uno destruyó el pueblo por completo y la única que se salvó fue Irina, que se resguardaba en la parte de la casa que no se cayó. Sus padres, familiares y amigos, murieron todos. La joven quedó sola a los dieciséis años.

Cuando terminó la guerra, Irina fue a un campo de refugiados de las Naciones Unidas. Su idea inicial era irse a Canadá. Pero en Canadá le pedían papeles y ella no tenía nada. Una amiga que había hecho en esos días se iba a Brasil e Irina intentó irse con ella, una vez más en vano, porque también le pedían algún tipo de identificación. ¿Qué identificación podía tener alguien que había perdido todo?…

Mientras ella caminaba de un stand al otro, un hombre pequeño de aspecto afable no le quitaba la vista de encima. Cuando se retiró -frustrada del fracaso de viajar a Brasil- él se le acercó y se le presentó. Era de apellido Colmenares y trabajaba en el Consulado de Venezuela. “¿No has considerado Venezuela como posibilidad?”, le preguntó. Irina me contó que buscó el nombre “Venezuela” en su memoria. Recordó que había estudiado el Río Orinoco en sexto grado, lo último grado que había cursado antes de la guerra. Era la única referencia que tenía. “¿Y qué puedo hacer yo en Venezuela?”, le preguntó. La respuesta del señor Colmenares es una de las más hermosas que he escuchado sobre nuestro país: “en Venezuela podrás ser gente”.

“¿Cómo no venirme a un lugar donde podría ser lo que se me había negado en la vida?” me dijo mientras me tomaba las manos. Lloramos las dos. “Aquí estoy y aquí sigo” me manifestó con absoluta determinación.

Termino este año deseando que muy pronto podamos volver a decir que Venezuela es un país donde se puede ser gente.

Carolina Jaimes Branger

@cjaimesb

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