Las personas cuyos nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero entrarán a la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, y vivirán para siempre en el cielo con Dios.
Apocalipsis 21:10
El sarcasmo de un alma en pena.- Estuve haciendo cuentas del dinero que me ahorré por no ayudar a quien yo sé que necesita auxilio en Navidad y que viene menesteroso durante todo el año o más de un septenio suplicando mi ayuda. Y prefiero hacerme el distraído espiritual y que esa persona siga en abandono, porque al fin ni siquiera es mi familia. Entonces se me alzó la avaricia y pomposo me sentí henchido porque según mi parecer no caí en la trampa de que me quitara un dinero aquel o aquella que se la echa de tener más astucia que yo. ¡Ja!, es que nadie me puede manipular digo. Porque es mentira que aquel tiene hambre y cómo va a tener hambre si yo no tengo hambre, es mi argumento, por eso de que “barriga llena no cree en hambre ajena”. La gente seguro pide por pedir y sin necesitar de verdad, pierde su dignidad y se quiebra ante mi, solo por hacer teatro, para fastidiarme, para que yo crea que tiene hambre, para fingir que está enferma, para que yo crea que no tiene que vestir, para que yo crea que no tiene que comer en Navidad y menos durante todo el año arrastrando un hambre crónica que no me dio la gana de calmar en ningún momento, cuando pude hacerlo. Pero !aja! , no me dio la gana. Arguyo en mi codicia e inconsciencia: a lo mejor su ropa interior no está rota ni desgastada como dice, o es mentira que no usa ropa interior porque no tiene ni con qué comprarla. Y solo lo dice por fastidiarme. Seguro los zapatos rotos que calza, solo se los ha puesto enseñando los dedos afuera por hacerme una mala jugada, engañarme y quitarme dinero. Esos que piden y se disfrazan de necesitados aunque están enfermos, harapientos y desnutridos en realidad son gente opulenta que vive en la calle para ocultar su riqueza o que pide medicinas o ruega un trapo para cubrirse porque es gente que aunque no puede caminar porque no tiene salud o le han amputado las piernas por un accidente o alguna enfermedad se la echa de inútil. Que gente tan cara de tabla, mira que mandarse a cortar las piernas para que yo le dé de comer o le compre medicinas. Pues no, a mí no me van a quitar dinero. Hay gente que no tiene buena vista porque sufre de cataratas y no ha conseguido operarse ni por la beneficencia pública ni por sí misma porque carece de recursos, o alguna dolencia crónica e incurable física o la edad le impide trabajar y entonces decide en holgazanería no trabajar solo para molestarme pidiéndome. Pero es que yo he trabajado todo el año muy fuerte, para poder gastar en mis vicios, para poderme dar mis gustos y gastos superfluos, para que venga ahora un necesitado a pedirme. ¡Que vaina es esa, digo!. Yo no me voy a dejar quitar ni un peso. Yo soy muy listo como para caer en ese juego de ¡una limosnita por el amor de Dios! No creo que Dios me esté poniendo a prueba, no, no creo. No creo que ese o aquella que me pida sea el mismo Cristo, eso es imposible. Mejor no me dejo timar. ¡Que prójimo ni que prójimo, a mí no me sacan ni un peso, ni un dólar , ni un duro!. ¿Que se ha creído ese o aquella al venir a pedirme ayuda ?. Ni que yo fuera beneficencia pública. ¡Cuando me muera me voy a llevar en mi tumba en mi cofre, mis riquezas, el automóvil, la moto, la casa, el piso o el apartamento y todo el dinero que me ahorré incluso por mi tacañería y avaricia!. No, no doy limosna, no quiero, no, no me da la gana. Mi dinero es mío, mío, y nadie me lo quita ni que necesite de un auxilio para sobrevivir de mí no lo conseguirá. ¡Abrase visto! Mejor le digo que no tengo, que mis obligaciones familiares me lo impiden o mejor para que sienta que yo si tengo y él o ella no tiene lo que yo sí, pero que entienda que no le quiero dar absolutamente nada; le digo que debo pagar la cuota del auto nuevo y de la camioneta, que me compré un piso o apartamento y no puedo derrochar el dinero en gestos minúsculos de bondad. No quiero dar de lo mío a nadie, es que no entienden, mi avaricia y mi extremo egoísmo me lo impiden. No suelto ninguna moneda para otros, que trabajen así estén postrados por hambre o enfermedad en cama. No señor, no doy nada y menos a extraños, porque yo puedo derrochar lo que quiera en mí, para eso es mi dinero, pero soy incapaz de dar un gesto de amor ni siquiera en Navidad. Yo trabajo mucho para que venga otro a vivir de regalado a costa mía, con tanto esfuerzo que me ha costado tener lo que tengo. ¿Ajá y porque no le pide a otro digo yo? ¿Por qué se ha colgado de mí y no de otro u otra? Dios te está poniendo a prueba para el momento en que debas rendir cuentas ante el tribunal de Dios. “Es que yo no soy el rico Epulón»: argumenta el tacaño para sentirse justificado de no dar de lo que tiene ni un poco en caridad. Pero es el caso que comparado con el pobre, con el necesitado, con el enfermo en estado de abandono, con el que te pide de comer, con el que pide unos zapatos o una ropa interior, con el que te ruega auxilio; equiparado con ellos, tú sí eres rico, empero eres tan miserable que no ves más allá de tu narices, con tus gríngolas de la avaricia. Y no pasaste la prueba del amor al prójimo.
Deja de ser miserable hasta con tu alma.- ¿Sabías que tu alma te implora que hagas bondad? Pues sí, el alma requiere con absoluta necesidad que seas bondadoso, caritativo, y en extremo desprendido de las cosas materiales, sobre todo si estás en mejor posición circunstancial que otros para obtenerlas y para tenerlas. Tu alma te mira expectante de que derrotes la avaricia y la codicia que la envuelven en la tenebrosa oscuridad de los infiernos. Ser caritativo y generoso es un laxante de los pecados del alma. Vencer a tu yo egoísta y a tu ego avaricioso es una purga que limpia el alma y la pone óptima para agradar a Dios y para ganarse los atrios del cielo. Alguien dirá que esto es una tontería. Pero simplemente para obtener las respuestas correctas analicen la realidad de la vida y la realidad de la muerte. Respondamos a esta interrogante: Si al morir no nos podemos llevar nada material de lo que poseemos o hemos acumulado, entonces ¿que nos llevaremos? La respuesta es muy sencilla: Nos llevaremos nuestra alma en las condiciones en que la hemos tratado, mancillado o bendecido. Alguno dirá. Pero si las cosas materiales que tengo me cuestan trabajo y dedicación. Pues bien, ese trabajo y esa dedicación forman parte de la purga del alma, si le das a tus bienes materiales un sentido sanador. Si, un sentido sanador para ti y para tus familiares, pero también para el prójimo que requiere de auxilio, de ayuda y socorro. Además , no quiere el alma que sufras de codicia ni de avaricia porque siempre de algo te puedes desprender para contribuir al bienestar de otros mientras estás en la tierra y si la codicia y la avaricia te impiden mantener tu alma en purga, entonces al morir tu alma se irá negra con una aura lesionada y serás tú culpable del daño que le has hecho a tu propia alma por mentir, por ser codicioso con los bienes materiales y de fortuna que Dios puso a tu disposición no solo para ti, sino también para aquellos que no pudieron o no tuvieron las oportunidades que Dios te proveyó a ti precisamente para purgar tu alma para cuando estés en presencia de Él ante el tribunal que ha de juzgar a vivos y a muertos. ¿O acaso no sabes que entre los que no heredarán el reino de los cielos están los avaros? Dios sabe cuánto dinero o fortuna tienes, y aunque lo escondas de los ojos de quien te pide o del necesitado que ruega tu ayuda, Dios si sabe lo que tienes o posees. Porque es precisamente Dios quien lo ha puesto en tu camino para ayudarte a purgar tu alma, a Dios no puedes engañar porque Él es omnisciente, omnipresente y omnipotente. Aunque no son las únicas monedas para liberar tu alma, esos pocos pesos, o reales, o dólares o duros o euros que niegas a quien te pide o a quien ruega tu ayuda porque necesita con urgencia, son los pagos para purgar tu alma ante el tribunal de Dios y al esconderlos del menesteroso para no dar ni un poquito de lo que tienes en caridad, entonces de igual forma escondes y mutilas toda posibilidad de purgar y limpiar tu alma para que tu nombre sea escrito en el libro de la vida. Pero recuerda que es la ética de las intenciones lo que da validez a tus actos de generosidad o bondad, porque Dios no quiere que lo hagas pomposo y con bullas y con trompetas para que todos se enteren de lo que estás dando. Obsequia y socorre en silencio y sin aspavientos al necesitado y Dios te premiará con bombos y platillos. Y no dejemos al azar una muerte súbita en la que no podamos arrepentirnos antes de morir. Leemos en Lucas 12:15-20: “Y les dijo: Mirad y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”. No esperemos el momento de la muerte para arrepentirnos de lo bueno que no hicimos y pudimos hacer, cuando en vida se nos dio conocimiento y lo desdeñamos.
La parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro.- Por su falta de amor al prójimo el rico Epulón se fue al infierno. Es una historia bíblica que aparece en el Evangelio de Lucas, en los versículos 16:19-31. En aquellos días dijo Jesús esta parábola: «Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico… pero hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. «Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: «Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama.» Pero Abraham le dijo: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros.» «Replicó: «Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento.» Díjole Abraham: «Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan.» Él dijo: «No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán.» Le contestó: «Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite.»»
Es en las noches de diciembre, cuando el termómetro está a cero, cuando más pensamos en el sol.
Los miserables, Víctor Hugo.
Dr. Crisanto Gregorio León