Mi tía, María Elena Curiel de Branger, fue una mujer adelantada a su época. A finales de los años cuarenta entró a la UCV a estudiar ingeniería. ¡Una locura! ¿Qué hacía una mujer en las aulas que tradicionalmente habían estado reservadas a los hombres? No era una sola mujer, en realidad. Con ella estudió quien fue su gran amiga de toda la vida, Iginia Álamo Bartolomé. Además, fue una mujer bella físicamente. Mi tío Edgar Branger, quien fue su compañero de estudios, decía que todos sus compañeros estaban enamorados de ella. Fue una excelente alumna y empezó a trabajar al nomás graduarse. Tanto mi tía como Iginia, habían tenido en la universidad unas admirables precursoras, que se “atrevieron” a estudiar carreras “para hombres”, como las hermanas Adriana Delfina Duarte, Delfina Matilde Duarte y Dolores Delfina Duarte, graduadas de agrimensoras en 1899, María de Jesús León, dentista en 1924, María Fernanda Bawden, María Dolores Quintero y Olivia Díaz Albarrán, farmaceutas, la primera en 1924 y las segundas en 1935. Lya Imber de Coronil fue la primera en graduarse de médico en 1936, año en que también se graduó de abogada Luisa Amelia Pérez Perozo. Las primeras graduadas en ingeniería civil fueron Carmen Josefina Iturbe y Helena Quiroba en 1944. Cecilia Martín fue la primera geóloga en 1947. Ese año también egresó de la Escuela de Filosofía y Letras Margot Benacerraf. Flor Hernández García y Rosa Margarita La Roche, a quien tuve el honor de conocer bien, egresaron en 1950 como las primeras ingenieras químicas. De manera que cuando mi tía se graduó, tan sólo poco más de una docena de mujeres la habían precedido.
Se casó “tarde” (para los estándares de la época) con mi tío Ignacio Branger Moreno y tuvo cinco hijos. Pero ser esposa y madre no le impidió seguir su carrera profesional: trabajó en Ingeniería Municipal en San Cristóbal, donde era indoblegable otorgando permisos de construcción. Si algo no estaba 100% en orden, no iba. Punto. Tratárase de quien se tratare. Nunca tuvo la “tentación” de “ayudar” a un amigo. Los ingenieros de San Cristóbal sabían que con “Doña Mary”, como la llamaban, no se podía hacer algo incorrecto. Hubo quienes la criticaron porque trabajaba “aun teniendo marido e hijos, cuando no tenía ninguna necesidad”. Esas voces jamás entendieron lo que significaba la realización personal de una mujer, más allá de ser esposa y madre. En eso mi tía fue una precursora y me siento orgullosa de ello. Cuando se retiró, lo hizo con el aplauso, la admiración y la consideración de todos los que la conocieron.
Como esposa, fue una compañera insigne para mi tío. Fue mamá gallina con sus hijos, pendiente siempre de los cinco. Hasta su muerte, mantuvo la belleza y la elegancia que siempre la caracterizaron. Recuerdo que yo, de niña, la veía con admiración y quería imitarla en todo: desde pintarme la boca de color coral (que mi mamá no usaba) hasta ser ingeniero como ella.
Lamento profundamente que la Academia de la Ingeniería jamás le haya hecho un homenaje, como se lo propuse varias veces. Ni siquiera haberla hecho Miembro Honorario, algo que se había ganado cuando algunos de quienes se lo negaron eran niños. Pero el peor machismo es el que emana de las mismas mujeres.
Mujer de temple y carácter, también fue suave en sus maneras. Se fue el 19 de diciembre, en paz, como siempre vivió. Vaya esta sentida despedida a su memoria. Su vida es motivo de celebración.
Carolina Jaimes Branger
@cjaimesb