El martes 13 de mayo de 1958, a las 11 de la mañana como estaba previsto, el avión de la Fuerza Aérea norteamericana con el vicepresidente Richard Nixon y su comitiva a bordo, aterrizó en Maiquetía, Venezuela, proveniente de Bogotá. Era la octava y última estación de un recorrido de 18 días (del 27 de abril al 15 de mayo) por todos los países de América del Sur, con la excepción de Brasil y Chile.
El presidente de Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower, encomendó a Nixon, realizara una gira de buena voluntad por América Latina. Eran tiempos de la Guerra Fría, y el continente se sacudía entre fuertes cambios políticos.
En Venezuela, apenas unos meses antes había caído la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, y Washington estaba interesado en saber sí podría contar con el nuevo gobierno dirigido por el contralmirante Wolfang Larrazábal, quien a su vez quería mostrar la estabilidad del país tras el derrocamiento de la dictadura.
Recibido con gritos e insultos
Minutos después de aterrizar el avión de Nixon, mientras se entonaba el himno nacional de Estados Unidos y sonaban los 21 cañonazos de saludo, una multitud encolerizada, en su mayoría estudiantes universitarios, comenzaron a gritar consignas e improperios contra el invitado estadounidense.
Los manifestantes se irritaron al extremo cuando el alto funcionario se acercó a la muchedumbre encrespada para saludarlos. Allí, él y su esposa, Pat Nixon, recibieron una cascada de escupitajos alcanzado incluso a la primera dama. También le desgarraron el traje al vicepresidente en medio de la revuelta.
Rápidamente el Servicio Secreto introdujo a los Nixon en un Cadillac 63-CD y la caravana salió del aeropuerto rumbo al Panteón Nacional para poner una ofrenda de flores en la tumba de Bolívar. En el camino, la actividad fue suspendida cuando reportaron que una turba esperaba a la caravana frente al recinto donde reposan los restos del Libertador. Desde Washington se decidió la suspensión del evento y que los Nixon irían directamente a la sede de la embajada norteamericana, en Florida.
“¡Muerte a Nixon!”
Al atravesar la avenida Sucre el automóvil del vicepresidente fue asaltado con tal saña que Nixon por poco perece en Caracas. No resultó muerto de milagro, como él lo relató en su libro Seis crisis.
El vehículo fue rodeado por manifestantes violentos que arrancaron y retorcieron las banderas de Estados Unidos y Venezuela, que adornaban el auto oficial; embistieron con furia las puertas y ventanas utilizando tubos, y lo movieron de un lado a otro, amenazando con volcarlo mientras gritaban “¡Muerte a Nixon!” y “¡Nixon, vete a casa!”, al tiempo que de todas partes llovían piedras, huevos, tomates y cuantos objetos contundentes encontraron.
El ataque fue tan violento que lograron romper los vidrios de seguridad y una esquirla impactó a Nixon en la cara. Oscar García Velutini, el canciller de Venezuela que venía en el vehículo oficial también resultó herido.
Según lo recordó Nixon en sus memorias: “Me puse prácticamente enfermo al ver la furia en los ojos de los adolescentes, que eran poco mayores que mi hija de doce años”.
Evidentemente, el recorrido por la capital de Venezuela había sido mal organizado. La seguridad, a cargo de la Policía actuó con timidez y nada hicieron para enfrentar a los violentos manifestantes, de manera que los 12 agentes del Servicio Secreto que venían en la caravana hicieron frente a la turba sacando sus armas. Fueron ellos quienes apartaron al gentío que rodeaba el Cadillac. En medio de la confusión, el chofer pudo acelerar y así escapó, evitando una tragedia.
El reconocimiento de la prensa
Robert Amerson, era el agregado de prensa de esa legación en mayo del 58. Estuvo presente en todo, incluso desde la mañana en el aeropuerto. Tres décadas más tarde habló de eso en una entrevista.
–Había un sentimiento nacionalista y contra los Estados Unidos, que no solo había condecorado a Pérez Jiménez dos semanas antes de su caída, sino que lo había exiliado en Miami, lo mismo que Pedro Estrada, su odiado jefe de la policía secreta. Todas estas cosas habían tenido un fuerte efecto emocional y había atizado el resentimiento.
“Algunos sintieron preocupación”, dijo Amerson, “ante la posibilidad de que la sede de la Embajada pudiera ser atacada, pero eso nunca estuvo plateado. También se cuestionó la conveniencia de que el vicepresidente diera la conferencia de prensa, como estaba en agenda, pero él mismo se impuso y exigió que no se suspendiera.
Nixon se comportó con gran dignidad. Nunca ha sido más alta en mi estima de lo que fue en aquel momento. Nixon habló con los periodistas con gran serenidad y sensatez. No debió ser fácil, después de ver a su esposa escupida y abucheada. No debió ser fácil, pero tuvo reacción de estadista. Ese día Nixon se ganó mi respeto”.
La prensa venezolana reseñó con muy bien despliegue ese encuentro con los reporteros. Una de las cosas que llamaron la atención fue el aplauso que los periodistas norteamericanos, que no se caracterizan precisamente por hacerle halagos al poder, le dieron a Nixon cuando llegó al salón donde lo esperaban para entrevistarlo.
–No es muy agradable lo ocurrido –respondió Nixon- como tampoco lo es el que hayan escupido a mi señora. No es muy agradable que, al recorrer las calles de una ciudad famosa por su hospitalidad, mis acompañantes tuvieran que haber corrido tan grave peligro.
Desplazamiento de la flota norteamericana
Funcionarios de la embajada de EE. UU. informaron por teléfono al presidente Eisenhower y desde El Pentágono, ordenó al almirante Arleigh Burke, jefe de Operaciones de la Armada, la inmediata movilización de la 4ta flota del Pacífico hacia la costa venezolana.
Se desplegaron más de 1.000 paracaidistas e infantes de marina al Mar Caribe con el fin de preparar una operación de rescate en caso de que la integridad del vicepresidente siguiera comprometida.
De acuerdo con una nota de 1958 de la agencia United Press International, dos compañías de paracaidistas del Fuerte Campbell, en Kentucky, se movilizaron en turbohélice hacia Puerto Rico. Otras dos compañías de Infantería del Camp LeJeune, en Carolina del Norte, volaron también a la base de Guantánamo, en Cuba. Finalmente, se activó también al portaaviones Tarawa.
El gobierno de Eisenhower instó a Caracas a garantizar la seguridad de Nixon, por lo que se reforzaron con militares venezolanos y marines estadounidenses la sede de la embajada y de la Cancillería.
Al día siguiente, el miércoles 14, personal militar venezolano escoltó a Nixon y a su esposa hasta el aeropuerto, marchándose sin obstáculos y sin trastornos. Su ruta de regreso a La Guaira fue exactamente la misma, solo que ahora escoltado en vehículos blindados por un fuerte contingente militar, y acompañado por el propio Larrazábal.
A pesar de que la gira fue un fracaso en términos de mejorar la imagen de EE. UU. en Suramérica, Nixon aterrizó en el aeropuerto de Washington y fue recibido como un héroe entre los aplausos de 15.000 personas, entre ellos Eisenhower y los miembros de su gabinete, quienes acudieron al encuentro a felicitado por su manejo de la situación y por evitar que la violencia escalara.
Hasta la fecha, nunca se ha maltratado a un visitante extranjero en Venezuela con tal saña y virulencia como la que probó Nixon, quien representaba a un país que había dado guarida al depuesto dictador.
Luis Alberto Perozo Padua
Periodista especializado en crónicas históricas
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