#OPINIÓN Alegre y bonito #15Dic

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Alegre y Bonitos son dos pueblitos de montaña a distancia de un kilómetro por una carretera hecha a mano entre piedras y el vacío. Con el frío asomado sobre barrancos la neblina se desliza homogénea por el camino y el andar paso a pasito se hace costumbre de sobrevivencia.

Carmen Julia vive en Alegre pero tiene su siembra de ajos un poco más arriba muy próxima a Bonito, por ello su territorio de confianza está en el mirar al cielo como si fuese iglesia común de ambos poblados.

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El frío se encarama todo el día sobre hileras de árboles con mechones de barba de palo en todas las ramas, tejiendo una frazada vegetal para protección de los pájaros que habitan en la sordina del viento. Caminar por la carretera entre Bonito y Alegre es entrar a cada rato a una fuente de agua que discurre entre piedras como sonajero de alabanza para celebrar el triunfo de la calma sobre la envidia.

Los pobladores de Alegre y Bonito no conocen la mezquindad porque todo lo comparten. En Bonito está el manantial de agua que surte a los dos pueblos.  En Alegre está un estanque construido a mano, con paredes de piedra, barro y madera curada con candela y grasa de culebra. El agua llega al estanque y hace espuma como si se tratara de un brindis con vino espumoso.

Carmen Julia todas las tardes se sentaba a la orilla del estanque para leer un libro de poemas que le había regalado  osé Gerardo y también escribía en un cuaderno cartas imaginarias dirigidas a un Obispo, al que no conocía  personalmente pero que había visto en sueños, cuando la casaba con el novio que había subido tres años atrás montaña arriba y no había regresado. Le pedía al prelado le dijera si su novio se había hecho cunaguaro o mochuelo para ella ir a buscarlo en las noches, cuando hasta las velas eran lágrimas amarillas. Nadie le había dicho que él no había subido a la montaña sino que había viajado a la capital y allí lo había arrollado un auto y murió.

Entre mirar las nubes y escribir de pronto observó un hilo oscuro entre las blancas burbujas, Se puso a mirar con detenimiento hasta descubrir que nacía de la parte superior del estanque acostado al cerro. Intrigada por el descubrimiento fue a preguntarles a Maximiliano y Juan Pedro, hombres con muchos estudios en asuntos de la naturaleza y juntos decidieron convocar una reunión con representantes de ambos pueblos, en el estanque, y allí ver que podía  ser el hilo oscuro entre el agua.

Asistieron habitantes de Alegre y Bonito con entusiasmo de exploradores y miedo de alarma ante hallazgo tan extraño para gente y paisaje acostumbrados al tiempo circular de la cosecha y los días repetidos, según un calendario regido por los cambios milenarios de la Luna. Mucho hablaron y nada decidieron hasta que Félix, Alberto y Giorgio propusieron  traer unos doctores especialistas en agua y barro para que tomaran muestras y procedieron a un estudio. Así se hizo y a la semana dictaminaron que el hilo oscuro era una filtración que procedía de una mina de arcillas, situada en el corazón del cerro.

Será peligroso, será bueno, que puede pasarnos. Fueron algunas de las preguntas que se hicieron en los dos pueblitos. Alguien de mucho leer y con aire de erudito dijo que seguro eran arcillas de caolín y de ser explotadas harían ricos a todo el mundo en la comarca, porque eran especiales para piezas de porcelana, objetos médicos y aislantes eléctricos. Todos apoyaron el comentario sin objeciones aunque Gerardo, Alí y Raúl advirtieron que había muchas arcillas y las más abundantes eran las rojas y por ello no había que hacerse ilusiones a la ligera.

Nadie les prestó atención animados por la ilusión de ponerse ricos sin trabajar, solamente como beneficiarios  de una fortuna enterrada en una montaña que ellos consideraban de su propiedad. Así que decidieron en medio de jolgorio tumultuoso abrirle la panza al cerro para extraer de sus entrañas el mineral que les haría millonarios, sin necesidad de estar atados a una dura supervivencia de afanoso sembrar y cosechar.

Los paisanos de Bonito y Alegre eran agricultores y no sabían las técnicas de excavación, por ello acudieron a los vecinos de un pueblo más grande, ubicado al piedemonte, para que los orientaran. El Cubo del Hoyo se llamaba y ante la información los caciques del este pueblo, que  nada  sabían tampoco de excavar ni de minería les dijeron a los inocentes de Alegre y Bonito que ellos eran especialistas en excavar y hacer hoyos y que precisamente por esta habilidad su pueblo tenía ese nombre.

Acordados los ingenuos por su ilusión y los pícaros por su ambición y holganza subieron en equipo improvisado de minería a reventar laderas de un cerro donde la imaginación había depositado una riqueza fácil e incalculable. A la entrada de Alegre los espero Don Abe y leyó de un libro de antropología que según estudios, en esa zona los aborígenes fabricaban utensilios con arcilla roja, indicativo que de haber una mina no era de caolín, mineral blanco del cual no había vestigio de existencia en kilómetros a la redonda. Carmen Julia agregó que emprender trabajos de excavación sin tener seguridad del bien supuesto era un acto de codicia contrario al respeto por la naturaleza que por siglos la comunidad de Bonito y Alegre habían mantenido.

De nada sirvieron los alertas y las invocaciones morales porque el empuje de los deseos primarios activó el músculo de la inmediatez y el afán de vidurria. Una sombra bajó para cubrir como presagio el inicio del descabellado proyecto. Una soledad de ramas caídas y frio húmedo conectó emociones con el llanto del musgo y los trinos de angustia de pajaritos en fuga.

Los cubanoyos, gentilicio dado por Omaira, Yonaide y Oneida a los nacidos en  El Cubo del Hoyo, fueron instalados en los hogares de ambos pueblos, con todas las comodidades y condumio incluido. A la voz de Adelante Camaradas le entraron de lleno a su proceso destructor, rompieron el estanque, abrieron el cerro del cual solamente salió tierra roja, talaron los árboles para suplir con la venta de madera la ruina de la agricultura, los cubanoyos se hicieron dueños de Alegre y Bonito, los más jóvenes emigraron y los mayores se retiraron a la montaña ,liderados por Lino, Yuyita, Marco Tulio y Nancy para desde allí hacer planes de rescatar la tranquilidad y bienestar que una vez hubo donde nacieron y crecieron.

Carmen Julia encontró montaña arriba un nuevo lugar para leer y escribir, ahora no hace cartas al Obispo de sus sueños sino a un señor catire que tiene aviones y soldados. El resto de víctimas de este sueño fracasado nos quitamos el miedo y el frío con un abrigo de esperanza y el salmo Dios es mi pastor nada me falta.

Jorge Euclides Ramírez

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