#OPINIÓN Del Guaire al Turbio: Espera #11Dic

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Fumando espero al hombre que yo quiero… Decía una canción por allá, por los años de la nona, no recuerdo si la cantaba Sarita Montiel o alguna otra diva del momento. No sé cuántos cigarrillos se fumaría la cantante-fumadora, pero a veces estas esperas son largas, pueden durar toda la vida, hasta morir por enfisema pulmonar y envenenamiento de nicotina. Fumando o no fumando, siempre estamos esperando algo: la vieja y desprestigiada cigüeña cuando se dice que una embarazada está en la dulce espera. No tan dulce, porque viene acompañada de trastornos estomacales, antojos y temor a los dolores de parto.

Por cierto, en mi familia materna, de Yaritagua, no se podía decir la vulgar palabra parto, sólo los animales parían, las hembras de la refinada raza humana daban a luz. Perdón, tampoco se podía decir hembra, sino mujer o dama. Yaritagua, población del estado Yaracuy, pero casi en Lara, por su cercanía a Barquisimeto, debió ser -no sé si lo seguirá siendo- un pueblo muy bien educado. Mis tías maternas tenían su propio lenguaje: no decían zapatos sino calzado; si tenían estreñimiento decían que estaban constipadas y a lo contrario lo llamaban continuación. Por supuesto, no usaban pantaletas sino bloomers.

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Pero me he ido por las ramas del tema de la espera. Es el problema de tener el baúl de la memoria con tanto material acumulado en una larguísima vida. Hay muchas esperas a través de ésta, incluso en vidas más cortas. Esperar es una condición humana, de vida. Desde que nacemos, esperamos, paso a paso, el desarrollo de nuestra vida, el primer grito, la primera respiración, la conciencia del entorno, el bautismo, el primer alimento sólido después de la leche materna, los primeros dientes, los primeros pasos y palabras. Es decir, la espera de crecer. Vienen después la espera de la edad escolar, la primera comunión, la confirmación, la adolescencia, la escogencia de profesión u oficio.

Es de notar que, según la edad, una espera se hace larga o corta. Para los niños, la espera de la Navidad se hace larguísima y para los adultos lo contrario. Los niños esperan con  ansia los juguetes, a los mayores nos preocupan los afanes y gastos de la fiesta; a veces sentimos que hay dos navidades por año. En esta dulce espera estamos. Ya vamos por la segunda semana de Adviento (del latín adventus, venida) primer tiempo litúrgico de la Iglesia Católica, que precede a la conmemoración del nacimiento de Cristo y nos recuerda que es tiempo de espera y penitencia, preparación para la gran fiesta de la Natividad del Señor.

En nuestra vida, siempre estamos esperando algo: que llegue el autobús, la camioneta, el tren o el taxi que nos lleve a nuestro destino; que pase un mal momento, que venga uno bueno, que vengan las vacaciones, el día de la partida, del encuentro, del adiós… ¡Tantas vivencias de incertidumbres, de tristezas y alegrías!

Vivir es esperar. Pero no sólo penas y angustias, como siempre temen los pesimistas, sino vivencias buenas, como las presienten los optimistas. Esperar el futuro con fe, eso es la esperanza, la confianza en Dios. Gran tontería es ponerse a esperar el fin del mundo con cara de entierro, cuando todavía tenemos mucho que sacar de éste, con cara festiva. Es un  tonto el que llora antes de tiempo porque todo tiene su hora.

En Venezuela estamos viviendo una hora crucial: nos rendimos ante un fraude electoral llevado adelante por un gobierno moribundo, o nos alzamos contra la iniquidad en forma valiente y decidida. Apoyar con la acción y la palabra  la valiente y constante lucha de una oposición clara y definida, liderada por una gran mujer que no teme al machismo obsceno y degradante de un grupito, desgraciadamente, de compatriotas.

No sé si muchos venezolanos se han dado cuenta de la hora que vivimos, una hora única y decisiva de la historia del país. Si el orgullo de esta nación ha sido lograr la independencia de España de sus provincias de ultramar, por un grupo de libertadores, comandados por el General Simón Bolívar -según la BBC de Londres, el más grande héroe del siglo XIX  y de la historia- no se le queda atrás y tal vez rebase en gloria, la gesta heroica de una mujer al frente de una causa opositora.

Esta generación de venezolanos no puede dejar de asistir a este esplendoroso banquete: la fragilidad femenina convertida en recio granito para adversar y vencer a los sátrapas. La astucia y brillante estratagema para desconcertar a sus adversarios. Cuando ellos van, ella ya viene de ganarles una partida. La suponen aquí o allá, pero la verdad es que hacen el tonto porque no logran localizarla. ¡Unos cuantos barbudos asustados y nerviosos porque la dama invisible les está ganando la gesta! 

En su libro póstumo “QUÉ ES EL CRISTIANISMO. Un testamento espiritual”, Benedicto XVI hace la siguiente cita de  san Juan Pablo II, de su último libro “Memoria e identidad”: ¡El mal nunca obtiene la victoria definitiva! El misterio pascual confirma que el bien resulta victorioso en última instancia; que la vida derrota a la muerte y el amor triunfa sobre el odio.

Si nuestra Antígona perdiera esta batalla, quedará siempre en nuestro ánimo y en nuestra historia que al menos hizo temblar las bases del gobierno, pero… 

¡Espera…!

Alicia Álamo Bartolomé

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