#OPINIÓN La Casa de Agua,  el dolor de un poeta y un pueblo durante la  dictadura gomecista #6Dic

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Para la historia del cine venezolano hace cuarenta años, el 16 de mayo de 1984, se registra un pertinente acontecimiento en sus anales con el lanzamiento de la película Casa de Agua, un drama pocas veces visto hasta entonces en el séptimo arte del país.

Acusada de deformar la realidad de los hechos históricos, esta producción nacional intenta explicar la dura vida del poeta de Manicuare, estado Sucre, Cruz María Salmerón Acosta (1897-1929), quien murió a muy temprana edad  de lepra, en el contexto sociopolítico de la cruel dictadura del gomezalato.   

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Mediante la técnica de la superposición de tiempos (pasado y presente) el relato de Jacobo Penzo nos va mostrando las distintas facetas de este singular y brillante poeta, convertido en una leyenda. A esto se une la narración en seco  de la madre que  va contando con voz desgarrada la triste vida del  personaje. Eso, desde luego, le da más credibilidad al filme Así la película comienza con el entierro del bardo en medio de la lluvia que avizora  su trágico final.

El agua es elemento símbolo y clave de comienzo a fin para expresar vitalidad y felicidad pero también el sufrimiento personal y colectivo por causa de una dictadura que sumió al país en el atraso cuando comenzaba el siglo XX. El guion de Tomás Eloy Martínez  logra ese cometido con sus certeros  diálogos construido con ricas expresiones lingüísticas en las cuales el lenguaje vulgar es empleado de forma muy artística garantía del logro del objetivo: comunicar un mensaje que el espectador asimile.  El desarrollo  de la trama se consume entre  Caracas y Manicuare para mostrarnos el ambiente de terror  producido por la dictadura del general Juan Vicente Gómez. 

Por tratarse de una exploración biográfica  las implicaciones psicológicas son inevitables. Salmerón Acosta es un ser torturado también por profundos sentimientos de culpa por la impotencia que siente. Ello por poder hacer nada por su familia víctima de los abusos de la dictadura  en aquel aislado pueblo del estado Sucre. Al igual que la ineficiencia de sus posiciones políticas para combatir al régimen. Es cuando el poeta afirma de manera fría y lúcida que: “Gómez tiene la tortura, el poder y el ejército”.  Ese tener conciencia plena de la realidad que se afronta para darle sentido inteligente a la lucha sin resignarse. Algo similar ocurre con la vida del hombre, sobre todo cuando se está en la adversidad.

En esta parte de la cinta director y guionista crecen al proyectar la espantosa soledad y dolor de Salmerón Acosta. Es más, lo ponen a recitar lo mejor de su producción intelectual. Las tomas en contrapicado de La Casa de Agua hablan  por sí  solas. El azul de la puerta transmite vida y esperanza. A cada momento resalta la justificación de su poesía al servicio de su  definitiva situación: la enfermedad y la muerte. Por encima de todo se trata de un hombre hecho para la  poesía, por lo tanto la política ocupa un segundo plano.

Hay dos secuencias de este relato fílmico que nos parecen de una evidente calidad. La primera ocurre cuando regresa el poeta a Manicuare sobre el lomo de un burro, tras abandonar sus estudios de Ciencias Políticas en la UCV. La misma nos recuerda de inmediato la entrada de Jesús a Jerusalén, aquel domingo de Ramos. Aquí la música lo dice todo al matizar el conmovedor momento. Sin duda, Juan Carlos Núñez se lleva los veinte puntos por la excelente banda musical. Otros méritos son apreciables en la fotografía y escenografía  que lindan en lo pictórico sobre todo en la recurrencia al claro oscuro con verde y blanco.

Otra secuencia de excelente factura es la del linchamiento del comisario gomecista a manos de los habitantes del pueblo. Estos en coro exclaman: ¡Manicuare,  Manicuare!. Luego le dan muerte. Pero no es en el hecho de matar que está el sentido de la misma sino en la unidad y conciencia que se producen en torno al suceso.

 Cabe destacar que en ningún momento el discurso desciende a los niveles del trillado panfleto. Por el contrario mantiene la calidad y logra su cometido a plenitud. Percibimos influencias del cineasta chileno Miguel Littín muy dado a en su cinematografía a estas escenas en que un colectivo se hace justicia por cuenta propia.

El peso de la relación amistosa  existente entre Cruz Salmerón Acosta y José Antonio Ramos Sucre es muy bien explotado en la obra. Es tal la influencia de esa relación que cuando Salmerón Acosta es entregado  a sus familiares lo recuerda y acepta su cruel situación  de desahucio por causa de la lepra. Entonces, pronuncia la contundente frase que presagia su trágico fin: “La poesía comienza cuando termina la vida”. 

Paralelo a todos estos acontecimientos la película también aborda la represiva situación vivida en el país durante la dictadura del tirano Juan Vicente Gómez. De esa forma asistimos a la censura impuesta por el régimen contra algunos intelectuales  de la época, como es el caso de Rufino Blanco Fombona  quien es repudiado en el transcurso de un recital de la poetisa Ana Dolores Ramos, otro de los amores del personaje principal.

El drama de los presos políticos en dictadura es reseñado por Penzo cuando familiares y las novias del protagonista intentan su libertad por medio de una gracia presidencial, ante el riesgo de la muerte. Pero el poeta se niega rotundamente en muestra de dignidad y honestidad.

Esta película de 1984 tiene el mérito de haber rotado con los patrones del cine nacional que durante la década del 70 se empeñó en la temática de la violencia, prostitutas y delincuentes con proliferación de un  lenguaje grosero. A nuestro juicio es una de las mejores obras del séptimo  arte venezolano por su certera dirección, guión, música, escenografía, fotografía y actuación. Un excelente drama que destila calidad cinematográfica por los cuatro costados de principio a fin para fracturar esquemas recurrentes hasta entonces en la filmografía nacional. 

Es cine que nos hace reflexionar sobre un pasaje de la historia contemporánea del país desde la sufrida existencia de un poeta.  Además nos alerta sobre el parmente peligro de las dictaduras de todo signo: izquierda o derecha, a las cuales solamente los oportunistas las justifican, principalmente cuando nos envuelven en la tramposa maraña de que obran a nombre del oprimido pueblo, mientras  burócratas y plutócratas disfrutan del suculento banquete. Recordemos que fascismo y comunismo invocan en sus farsas proclamas al pueblo para luego oprimirlo. 

En la  ficha técnica de La  Casa de Agua figuran: Jacobo Penzo, director; Tomás Eloy Martínez, guionista; interpretes Franklin Virgüez, Doris Well, Alicia Plaza, Hilda Vera y Elba Escobar y música de Juan Carlos Núñez.   

Freddy Torrealba Z.

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