Aunque a simple vista el okapi parece un híbrido entre una cebra y un antílope, su pariente más cercano es la jirafa.
Ambos pertenecen a la familia Giraffidae, compartiendo características anatómicas como un cuello alargado y una lengua prensil extremadamente larga. Esta lengua, que puede alcanzar hasta 35 cm de longitud, le permite al okapi alimentarse de hojas, brotes y frutas que crecen en las ramas más altas de los árboles, una adaptación clave para su supervivencia en el bosque.
Su pelaje es de color marrón, brillante y sedoso, mientras que sus patas tienen franjas blancas y negras similares a las de una cebra. Estas marcas no solo son estéticamente llamativas, sino que también ayudan a los okapis a camuflarse entre las sombras del bosque y a seguir las huellas visuales de sus madres cuando son crías.
A diferencia de su pariente, la jirafa, que suele formar grupos pequeños, los okapis prefieren vivir de manera aislada, interactuando con otros únicamente durante la temporada de apareamiento. Su comportamiento tímido y reservado, junto con su hábitat en las profundidades del bosque, lo convierten en un animal difícil de observar en estado salvaje.
Los okapis tienen hábitos diurnos y dedican gran parte de su día a buscar alimento. Gracias a sus pezuñas resistentes, pueden moverse con agilidad por terrenos irregulares y pantanosos.
Pueden emitir sonidos para comunicarse, como chasquidos o infrasonidos que son inaudibles para los humanos, pero útiles para mantener contacto en la espesura del bosque.
Para algunas tribus locales del Congo, el okapi es considerado un espíritu guardián de los bosques debido a su habilidad para pasar desapercibido en su entorno.
Aparece en billetes y monedas del Congo como símbolo de identidad cultural y orgullo nacional.