Cuando lo de moda es definirse por aquello que rechazas, sigo siendo partidario de las definiciones afirmativas. En tiempos de antipolítica, sea practicada por infalibles farsantes o creyentes glandularmente intolerantes, prefiero la política, menester que parte de la base de nuestra naturaleza imperfecta y sociable, que reconoce la natural diversidad y que en vez de vencer, como en la guerra, intenta convencer o procura acordar. A lo anterior, agréguese que creo en una política fundada en valores, guiada por una visión de la persona y la sociedad que trasciende a la noción de una pura y simple, descarnada, cruda lucha por conquistar o mantener el poder sea como sea.
Sé lo que está pensando y yo también lo asumo. Soy un tipo pasado de moda, aunque tal vez me guste más recurrir a una expresión al uso. Mi idea de la política es lo que llaman vintage, para decir retro o clásica.
Desde muy temprano en mi vida la política me llamó como actividad y como motivo de estudio. Cuando me llamó como vocación, tuvo la fuerza de convocarme a ser parte de algo más grande que yo gracias a lo cual podía incidir en cambios en favor de la gente. En la acción, la lectura, el pensamiento y la docencia, a ella he dedicado las más de mis horas. Aun no estando activo en política y no obstante que hace un cuarto de siglo puse en off el suiche de las aspiraciones personales, de la ciudadanía es imposible –e indigno- retirarse, así que no puedo evitar observarla con atención y atreverme a decir algunas cosas, aunque sea por desahogo.
La obsesión de muchos políticos y aspirantes a serlo es el control lo cual los lleva a concentrar capacidad de decisión. Secuelas de esa tendencia, máxime cuando carece de guía axiológica, es que lo que se concentra es incapacidad de decisión o incluso “capacidad” de indecisión. La primera se refiere a no saber cómo hacer y ésta, peor, a no saber qué hacer. O sea que se concentra el poder para nada.
En política, como en la vida misma que tanto se le parece, lo fundamental es tener claro el objetivo. Objeto, meta, finalidad, propósito, destino. Tener mi respuesta que suele ser nuestra respuesta, pues no es cosa individual, a las preguntas ¿Qué persigo? ¿Para qué estoy aquí?
Definido el objetivo, es mucho menos complicado decidir el cómo, o sea los medios y el cuándo, o sea la oportunidad, datos que si bien accesorios no dejan de ser importantes, porque dependen de variables propias, algunas de las cuales no están completamente bajo nuestro control. Los medios se escogen entre los disponibles, fáctica y éticamente. Mi deber es haber acopiado la mayor suma de medios necesarios. La oportunidad se determina por las condiciones, aquellos factores que nos permiten comprender cuando actuar puede favorecer nuestro objetivo y cuándo perjudicarlo.
Lo que hacen los otros, en este caso el adversario, es un condicionante que nadie sensato ignoraría, pero en ningún caso un determinante. Si mi adversario determinara mi acción le estaría concediendo la ventaja considerable de decidir por él y por mí. Y a menos que se equivoque, con lo que no hay que contar aunque sabemos que ocurre, normalmente su intención no es favorecerme.
Churchill dijo alguna vez que había decisiones buenas, malas e inevitables. El trabajo consiste, en la política y en todo, en prepararse de tal modo que se maximicen las buenas decisiones, se eviten las malas y si se cometen, ser capaces de corregirlas lo antes y lo mejor posible. Y procurar limitar al máximo las situaciones que nos coloquen entre la espada y la pared de una decisión inevitable.
En el juego de pelota aconsejan ir bateador por bateador, inning por inning, juego por juego. Pero claro, siempre con el objetivo de ganar el campeonato.
Ramón Guillermo Aveledo