En el proceso de generación por el hombre de la cultura irrumpe en el mercado El Manteco la música de variadas formas: en vivo, por rockola, radio y pickup. Hecho que matizaba de arte aquel ambiente de intercambio comercial de especies agropecuarias.
De tal manera que por esa causa, antes del 3 de octubre de 1983, el mercado El Manteco era una fiesta todos los días para regocijo de vecinos, comerciantes y visitantes.
Pese a las agotadoras jornadas de trabajo de más de ocho horas diarias también se gozaba de lo lindo al compás de este arte sonoro en que confluyen: ritmo, armonía, melodía y timbre.
Ese arte emanaba de las rockolas, la radio, pickup o tocadisco, artistas callejeros y dos clubes sociales existentes en el sector comercial conformado por 35 manazas.
Primero son los juglares y cantores populares de la Venezuela ágrafa sin ilustración oficiantes de la mejor música folclórica sin las complicaciones de la música académica. Entre estos se rememora al mendigo invidente Pablera quien con su cuatro divertía a todos. Un personaje popular al que el poeta Antonio Urdaneta escribió un libro editado por la UCV.
Será constante hasta la fecha de la mudanza el 3 de octubre de 1983 la presencia de músicos y cantantes los cuales recorrían las calles del mercado a cambio de unas monedas. Son frecuentes los conjuntos tradicionales conformados por: cuatro, maracas, tambor y charrasca más uno o varios solistas. Su género preferido es el del folclor.
La música llena así una parte de las ocho horas de entretenimiento del hombre para aliviar aquellas agotadoras y prolongadas jornadas de trabajo. Es la consumación del breve encuentro con el arte musical para el fugaz disfrute en aquel ambiente de prosaicas costumbres culturales.
La técnica comunicacional copa el sector, entre estas la rockola, pickup y radio. Un hecho que torna más cercano el disfrute de la música. Con la música de las rockolas El Manteco es una fiesta todo el día. Los caleteros solían hacer una pausa durante la agotadora jornada de traslado de mercancía en carretillas y carruchas ingresando a los bares para escuchar la música de rockola acompañado de alguna bebida espirituosa. En el bar restaurante El Estoril de Juan Concalve Da Corte eso era frecuente. El género preferido es la ranchera mexicana con el tema Dos Pasajes de Lupe y Polo convertido en su himno musical.
Los personajes populares entregados a la música no podían faltar. Uno de ellos es Canelito dedicado a la venta de ese derivado del pan. De estatura alta, ojos verdes de gato y vestimenta de liki liki era todo un show.
Se trata de un intérprete de la guitarra y el canto. Este tenía la particularidad de imitar al bolerista puertorriqueño Panchito Riset. Cuando se presentaba apelaba a la voz de falsete con la voz alargada que provocaba risas en la gente.
Silverio Ramírez era el carpintero del sector y apasionado del arte musical. Un ejecutante de la flauta y el cuatro. Sus conciertos callejeros deleitaban siempre a los presentes.
Diciembre era la época del año cuando Canelito ofrecía su arte a la gente de El Manteco hasta el extremo de que se lo disputaban. Cuando la Divina Pastora llegaba a la hoy Basílica Menor El Cristo de los padres pasionistas le cantaba lloroso en señal de devoción, fe y respeto.
Ese mes abría en la zona con un tema a todo volumen en las rockolas. Nos referimos a “Navidad” un pasillo ecuatoriano en la voz de Julio Jaramillo. Una sentimental canción que refiere la ausencia de la querida madre que hacía llorar a Nestalia “Vitalia” Mogollón frente a su rockola.
También en la iglesia El Cristo con las tradicionales misas de aguinaldo acompañadas de villancicos y parrandas. Durante el transcurso del año los padres pasionistas colocaban música sacra.
Por la radio su gente también la pasaba bien. Así pues, la época de oro de la música venezolana, durante la década de 1950 de aires nacionalistas, tendrá presencia en El Manteco. Entonces se escuchaba con: los Hermanos Gómez, Pilar Torrealba, Los Trovadores Caroreños, Juan Ramón Barrios con su Trío Curarí, Félix Morón, Benito Quiroz y su galerón Paseo a Macuto, Juan Vicente Torrealba y Rafael Montaño, entre otros. En establecimientos comerciales y hogares no faltaba un radiorreceptor.
Un botiquín emblemático es el de Pedro Castillo en la esquina de la calle 32 con carrera 25. Allí se realizaban peñas musicales con la participación de entre otros músicos de Tino Carrasco y Rodrigo Riera. En ese lugar principio Amado López como cuatrista y quien posteriormente fundó su academia Cuatros y más Cuatros en la carrera 23 entre 29 y 30.
En los clubes Comercio y Cuatricentenario eran constantes las presentaciones de orquestas locales, nacionales e internacionales. Citamos a los Corraleros del Majagual, la Billos Caracas, Los Melódicos, Orlando y su Combo, Los Blanco, El Super Combo los Tropicales y de Colombia Los Corraleros del Majagual. Del patio La Orquesta Alegría, Alí Rojas, Chichito Rosales y Santaella y su Combo. En carnaval los mantequeros se daban cita en sus espacios.
Cabe destacar además la economía artesanal del comercio de instrumentos musicales, entre estos cuatros, maracas, charrascas y violines. Entre sus comerciantes tenemos al padre del pintor Esteban Castillo, el de los hermanos Díaz Castañeda y Pablo Canela con su negocio en la carrera 21 entre 29 y 30.
La única venta de discos de vinil, en 33 y 45 revoluciones por minuto, funcionó en la carrera 21 entre 31 y 32. El establecimiento ofrecía las novedades discográficas del momento a precios módicos, cónsonos con la prosperidad económica del pujante mercado.
Estas actividades se hicieron extensivas hasta la década de 1970. Un testimonio de la Venezuela tradicional en transición hacia una sociedad de masas que trajo la modernización del país que arranca durante la dictadura perezjimenista. Un tiempo cuando en la ciudad desaparecen los serenateros y patinadores de diciembre al tiempo que llegaban las discotecas norteamericanas.
La mudanza del mercado en octubre 1983 tuvo música. La despedida musical estuvo a cargo del historiador y poeta Pompilio Santeliz, quien guitarra en mano una madrugada le cantó una serenata al mercado que se marchaba a MERCABAR.
Son las expresiones artísticas de la mantecaneidad que llevó a uno de sus habitantes, el comerciante Marcial Firpo, a expresar en un grafiti: ”El Manteco es arte”.
Freddy Torrealba Z.