Demasiada “gente pensante” desprecia y descalifica a quienes no pueden persuadir: Pero una verdadera inteligencia y madurez emocional implica comprender otras posiciones sin compartirlas, para así poder mantener una conducta cívica y sumar adeptos.
En estos días observaba el profesor Guillermo Rodríguez que “los socialistas, todos ellos, incluso los moderados y democráticos, están tan profundamente convencidos de la «verdad» de su falsa superioridad moral e intelectual, como para considerar a todos los que no los siguen como malvados, inmorales, ignorantes y estúpidos. Y se les hace difícil ocultar, todo el tiempo, lo que realmente piensan de sí mismos y de los demás.”
Eso es cierto, pero la presunta superioridad moral, arrogancia y pedantería no son privativos de la izquierda: Fueron factores decisivos al consolidar el peronismo argentino y potenciar el chavismo en Venezuela, donde el despectivo estribillo “yo vine porque quise, a mí no me pagaron” y otras contraproducentes burlas perviven en quienes automáticamente acusan a cualquiera que discrepe de ellos de “vendidos”.
En política los adversarios siempre magnifican cualquier gazapo del contrario. Pero en Estados Unidos ambos lados han llevado esa práctica a un paroxismo donde se llegó a hablar de violencia y guerras civiles. Aquello se volvió un frenesí de “conspiranoicos” de ambas partes, donde unos deliran sobre un “Estado profundo” y otros alucinan con “títeres de Putin”.
Cuando el general fronterizo Andrew Jackson asumió la presidencia en 1829 con groseros modales, populismo e inclinación militarista autoritaria, el patriciano norteamericano habló de “caudillos tropicales”. Un siglo después los Republicanos se desgañitaron llamando “dictador” y “ bolchevique” a Franklin Delano Roosevelt y pasaron unos 22 años sin llegar a la Casa Blanca. Pero sus instituciones siguen.
Habrá populismo mientras exista el voto universal, pero la experiencia de estas últimas elecciones norteamericanas vuelve a dar al mundo lecciones de lo que no conviene hacer para frenarlo. Resulta políticamente suicida descalificar a candidatos por feos, ignorantes, o vulgares donde un segmento importante de la población se siente fea, ignorante o vulgar. Más grave aún es burlarse y menospreciar a sus seguidores.
Ahora toca una transición civilizada, cívica y pacífica, como no la hubo en 2020. Esperemos que luego las aguas retomen su nivel; y que las discusiones políticas vuelvan a ser sobre temas y no sobre quienes los presentan. Porque los Savonarolas y Torquemadas jamás pasarán por este mundo como ganadores.
Antonio A. Herrera-Vaillant