Lo comprendo, pero no puedo evitarlo. Para unos, como quien escribe, Octubre es mes dichoso, para otros un suplicio. Esos “otros” se entiende, son una minoría, respetable como toda minoría, desde luego, pero admitamos que hasta febrero el tema beisbolero los asaltará por todos los flancos y eso es para ellos, un fastidio. Octubre es mes esperado por los fanáticos del béisbol, ese deporte que forma parte del ADN nacional, sin perjuicio del crecimiento del futbol a merced de la Vinotinto y las rivalidades globales, así como la ubicuidad popular del baloncesto en nuestros barrios. Octubre es la post-temporada de Grandes Ligas, donde esta vez participaron docena y pico de compatriotas y el play ball de nuestra Liga, institución nacional que en vuelta de dos cumplirá ochenta años, venerable edad infrecuente para organizaciones privadas o públicas por estos lados. Así que hay béisbol por todas partes, en los canales de televisión, la radio, las redes, las conversaciones. Entramos en el casi cuatrimestre del chalequeo y de ese espacio de encuentro socio-cultural entre el gerente y el motorizado.
El juego de béisbol es una invención americana que llegó a Venezuela con el cambio de siglo, en 1895 lo sitúan Daniel Gutiérrez padre e hijo y Efraím Álvarez. El cómo tiene varias teorías, pero me atrevo a pensar que el factor decisivo fue nuestra inclinación por las novedades, como ya atestiguaron cronistas coloniales. La hazaña de los héroes de 1941 le puso gasolina de avión al arraigo popular de ese deporte, como la elección democrática de la Reina del Mundial del cuarenta y cuatro o el nacimiento de rivalidades. Para hacer corto un cuento largo, resumamos en la caraqueña nacionalizada de magallaneros y caraquistas que se remonta a la de aquellos con los “royones” (partidarios del Royal Criollos) y luego con los “cerveceros”. La de Gavilanes y Pastora en Maracaibo o América y Japón en Barquisimeto, mientras en Carora era entre Torrellas y Liceo, hasta que Buenos Aires y Cardenales complicaron más la cosa.
La relación entre béisbol y cultura, bien reflejada en el museo y salón de la fama en Naguanagua, Carabobo, no es nueva ni exclusivamente beisbolera o típicamente criolla. Literatura, pintura, escultura, música, aportan testimonios abundantes aquí y en todas partes. El arte imita a la vida y viceversa. Mi esposa encuentra relación entre las acrobacias de la defensa que atrapa y lanza y el ballet. La narración y los comentarios son expresiones literarias, lo mismo que las crónicas que hoy tienen ejemplo excelente en Mari Montes. Entre mis lecturas favoritas están Men at Work de George Will, pensador orientado a la historia y la política que escribe sobre la artesanía del béisbol analizando cada papel en este juego que transcurre lento y se decide en instantes, también Eric Bronson que se atrevió a entrevistar a dieciocho profesores sobre Baseball and Philosophy, invitándonos a pensar “fuera de la caja de bateo”. En Venezuela hay muy buenos de historia, recuerdos nostálgicos, estadísticas. Pero puesto a escoger, opto por esos libros que relacionan la pelota con nuestra cultura nacional, con nuestro modo de ser. El Beisbol en Venezuela de Javier González, estudioso historiador de uña en el rabo de león es un pequeño tomo que releo con disfrute y recién, la amabilidad de su autor ha puesto en mis manos La Vida es como el Béisbol de Óscar Morales Rodríguez, venezolano residente en Viña del Mar, la ciudad chilena sobre la costa del Pacífico.
Morales recoge frases del béisbol que usamos en nuestra cotidianidad como “estar en tres y dos” y otras que por su significado deberían estarlo, como “Lo difícil no es llegar, sino mantenerse”, para a partir de ellas, inspirarnos a hacerlo bien y hacer el bien porque, al final, nos hace bien. Le estoy muy agradecido. Sólo le comento que un índice ayudaría mucho a su bien editado trabajo.
Otra paradoja buena del béisbol, además de exigir planificación estratégica y aceptar lo inesperado, es que así como nos divide, porque si cada quien es de su equipo con pasión libre, gratuita y unilateral, también nos ofrece un espacio de encuentro en la diversión, la seguridad que nos da el respeto a reglas que se cumplen, la pedagogía positiva del trabajo en equipo y el aprendizaje del fracaso. Aparte de saber que siempre habrá otra oportunidad porque “El juego no se termina hasta que se acaba”.
Otra paradoja buena del béisbol, además de exigir planificación estratégica y aceptar lo inesperado.
Ramón Guillermo Aveledo