El mundo atraviesa tiempos de polarización y confrontación, lo que ha vuelto más evidente que el verdadero desafío para las democracias occidentales no es una disputa entre ideologías tradicionales de izquierda o derecha, sino entre quienes valoramos y defendemos la democracia, y aquellos que buscan imponer su autoridad sin respeto alguno por las voces disidentes. En este contexto, los líderes políticos que no toleran la crítica ni respetan al adversario representan una seria amenaza para el progreso de las naciones y el bienestar de sus ciudadanos. Cuando el debate de ideas se sustituye por el insulto, la descalificación y exclusión, la democracia se desmorona y con ella los derechos y libertades de todos.
Los líderes mundiales que etiquetan como enemigos a sus opositores, que evitan los argumentos y prefieren la agresión verbal, que restringen la participación e imponen sus decisiones sin consultar, socavan la posibilidad de cualquier consenso, base fundamental de la democracia. Este comportamiento autoritario asfixia el debate público y elimina los espacios de discusión necesarios para construir un país plural. La democracia requiere respeto a la diversidad de opiniones, y cuando esta base se rompe, el sistema se debilita, dejando al ciudadano vulnerable ante decisiones arbitrarias y excluyentes. Del debate de ideas nacen las mejores soluciones a los problemas que enfrentamos los ciudadanos. Limitarnos a decisiones unidireccionales significa limitar las posibilidades para avanzar como sociedad.
Además, la desinformación -en todos los rincones del planeta- se ha convertido en una herramienta cotidiana para desacreditar al adversario y confundir a la población. La proliferación de noticias falsas y manipulaciones mediáticas dificulta que los ciudadanos puedan tomar decisiones informadas y favorece el auge de liderazgos que se construyen sobre la confusión, el miedo y la mentira. La desinformación no solo ataca la verdad, sino que socava la confianza en las instituciones y fragmenta a la sociedad en bandos irreconciliables, impidiendo cualquier posibilidad de diálogo.
Defender la democracia no solo implica ejercer el derecho al voto, es un ejercicio cotidiano, una práctica que se construye en cada espacio de interacción: en el hogar, trabajo, comunidades y en el ámbito público. La democracia es una forma de vida que exige respeto mutuo, compromiso con los valores y una apertura constante a escuchar y aprender de quienes piensan distinto.
Cada vez que una sociedad permite que el insulto reemplace el argumento o que la violencia verbal desplace al diálogo, retrocede en sus aspiraciones de justicia, libertad y bienestar. El autoritarismo en cualquiera de sus formas y en cualquier lugar del mundo, nos empobrece a todos, mientras que la democracia nos fortalece al permitirnos construir juntos un futuro más justo e inclusivo.
Es responsabilidad de cada ciudadano defender y proteger los principios democráticos porque al hacerlo, estamos defendiendo nuestros derechos y libertades. La democracia es el pilar que sostiene nuestros sueños y aspiraciones y sin ella, perdemos la oportunidad de construir realidades en las que todos podamos convivir en paz y prosperidad. Hoy, cuando abundan liderazgos autoritarios a nivel mundial, es esencial que cada uno de nosotros tome partido en defensa de la democracia, no solo como un sistema de gobierno, sino como un valor esencial que nos permite vivir en una sociedad justa y libre.
Stalin González