Desahuciados, fue esta la palabra que se me vino a la mente mientras miraba el cielo en cuyo espacio las nubes se habían disipado, hacía mucho calor, lo demás estaba bastante visible, macabramente visible, sin estorbos, y sin embargo me daba tristeza y pena ver todo aquello. Pudiera parecer extraña esta reacción teniendo en cuenta que a mis años ya nada nos sorprende, es mucho lo que se ha vivido, se ha visto, se ha pensado, se ha sufrido, etc. Me preguntarán ¿Y por qué la tristeza y por qué la pena? Porque aquello que al caminar iba viendo, se detuvo en el fondo de mi alma, y desde entonces recordaré aquello como si fuera una condena, es lo que se me vino a la cabeza al contemplar cada escena, cada hombre, cada mujer, cada niño.
Vivir es descubrirse a sí mismo sumergido en un medio que nos es extraño, que nos niega constantemente, en el que avanzamos rodeados de fisonomías misteriosas, de cosas que algunas veces nos sirven y de esas otras que llamamos universo, mundo, orbe. Nadie está protegido contra lo que de repente se encuentre de frente, justo eso que nos pone a pensar viendo las calamidades y sufrimientos de otros… ¿Cómo hacer para que las cosas no nos afecten? ¿Cómo protegernos de las agresiones de la realidad, en un mundo en el que la gente pide vivir y solo los milagros consiguen que la muerte proporcione al que lo pide una tregua? Esta es la historia de gente supremamente pobre que está atrapada dentro del gran laberinto de sus vidas en el que no encuentran salida, asidero posible ni alivio a sus angustias y necesidades.
Si en tan corto tiempo pude detallar el macabro cuadro de las necesidades y comprender cuan mal repartida está en el mundo la riqueza, he llegado a pensar que el hombre es capaz de sentir la misma indiferencia y de cometer las mismas atrocidades que se le adjudican al demonio. La ciencia nos acerca a las estrellas y también a la eternidad. La moraleja de esta expresión es que hemos llegado a lejanías inimaginables del espacio; tanto cielo descubierto y sin embargo no hemos aprendido a bajar la mirada aquí hacia el terreno que pisamos los mortales y dar la mano a quien sufre y tiene hambre… La indiferencia y falta de amor hacia los más vulnerables es esa realidad con la que nos tropezamos cada día… Sus rostros demacrados y su desamparo suenan y resuenan en las profundidades del corazón, así de triste es esto. Para ellos la esperanza es el cielo, el océano de la vida su mortaja. Aquí es donde se ve el instante sombrío en donde la sociedad mira para otro lado, se aleja y abandona a aquel que tendió su mano pidiendo ayuda. Esta es una sociedad cruel e indiferente como también el sistema que los condenó al olvido…
Caminar por estas calles de nuestro planeta es confirmar la realidad de muchos pueblos que viven y sufren sus penurias aferrados a una esperanza, ellos aprenden mucho del sufrimiento propio, aprenden a sacar fuerzas de donde no las tienen para seguir en la lucha, siempre con la fe puesta en la esperanza de QUE LA MUERTE ESPERE…
Amanda Niño P.