«No todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” Mat.7:2.
Mis apreciados, el CONFLICTO CÓSMICO entre el bien y el mal. Entre Cristo y satanás se acerca cada vez más. Y esto anuncia su INMINENTE venida por 2da vez a esta Tierra. Por lo cual la SALVACIÓN aunque es una dádiva divina se va centrar en la forma de adoración que manifestamos delante de nuestro Creador. Es GRACIA DIVINA pero definitivamente no es BARATA.
Esto me recuerda un texto bíblico que no tiene desperdicio “No todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” Mat.7:21. La PREGUNTA que yo haría en este momento es : ¿Quiénes son los que llaman a DIOS nuestro CREADOR, a nuestro Salvador y Redentor «Señor… Señor»? Respuesta: ¿Los islámicos, budistas, mahometanos o los ateos? !NO! Somos nosotros los cristianos. Entonces la advertencia es para nosotros y únicamente para nosotros.
Esto simplemente significa, que si no hacemos la voluntad del Padre contenida en las Escrituras. Si no hay obediencia, si no hacemos lo que ÉL enseña y recomienda, no hay entrada “en el reino de los cielos”. Pablo es un representante genuino de un hombre que después de odiar a los seguidores de Cristo, abrazó sus convicciones con fe y mucha pasión. Cuando fue por primera vez a Éfeso, percibió el potencial que dicha ciudad tenía para llevar el mensaje de arrepentimiento y salvación que aprendió de la cruz del calvario y galvanizado en sus convicciones volvió allí.
El escritor cristiano John M. Fowler en su libro nos ilustra acerca de esto. “Éfeso ubicada en el borde occidental del Asia Menor. De fácil acceso por el Mar Egeo, estaba en pleno apogeo de su gloria para los siglos I y II D de C. Era la cuarta ciudad en tamaño del Imperio Romano y capital del Asia Menor. Se jactaba de una herencia de riquezas, filosofías y jurisprudencia romana. Pero el punto de mayor atracción no era otra cosa que, el templo de Diana, diosa de la fertilidad. Conocida como Artemisa por los griegos y como Diana por los romanos. El templo reconstruido por Erostrato, el cual duró aproximadamente 220 años, era de mármol y recubierto de oro, medía unos ciento treinta metros de largo y setenta de ancho. Y en su santuario interior se ubicaba la estatua de Diana. En el tiempo de Pablo era considerada una de las siete maravillas del mundo. El comercio, la industria y la economía de la ciudad dependían de las multitudes que venían a adorar a Diana. La diosa tenía muchos adoradores en el mundo “toda Asia y el mundo entero” Hech. 19:27. Y tenía muchos seguidores que practicaban el esoterismo, la magia y la astrología. En esta ciudad, con tamañas características, obnubilada por la adoración de la diosa de la fertilidad, entró Pablo con el mensaje verdadero que blindaba sus convicciones, proclamando que el único digno de adoración era el DIOS de las Santas Escrituras. Hech. 19:26. El apóstol Pablo pasó allí 3 años y pudo fracturar el error que condenaba a la perdición a mucha gente. Pudo dejar allí una de las iglesias cristianas más fieles al mensaje del Señor.
Pero Pablo no interpretada Las Escrituras. No las leía simplemente o las vociferaba. Las ESCUDRIÑABA… Investigaba… Cotejaba texto en su debido contexto e iba permanente al Antiguo Testamento para afincar sus convicciones. Así el ESPÍRITU SANTO le guiaba y podía impresionar a sus interlocutores… Pero no era Pablo quien les convencía… ¡Por favor…! Era y es EL ESPÍRITU SANTO DE DIOS quien hace el MILAGRO de la conversión en nosotros… Si lo dejamos… Pero hay que ESCUDRIÑAR las ESCRITURAS porque son las que dan testimonio de La SALVACIÓN y de nuestro SEÑOR. De lo contrario andaremos en tinieblas peligrosas.
¡Hasta el próximo Artículo Dios mediante!
William Amaro Gutiérrez