Nuestra seriedad no es amable: ceño fruncido, labios chorreados, mirada adusta, ¡uy! No, hay que sonreír. La sonrisa ajena nos ilumina, la nuestra nos acerca al otro. Nunca vas a atraer con la amargura del llanto, a no ser por la mera y cristiana compasión; en cambio, un rostro alegre es como néctar de flores para colibríes e insectos. A mí me recomendó Fedora Alemán, nuestra gran soprano, cuando llegué a Paris para quedarme una temporada y estaba temerosa del tratamiento de los franceses, de fama desagradable y seco: “Alicia, sonríe siempre, hasta para comprar una estampilla. A los franceses no les gusta ver caras adustas. A mí me ha dado resultado”. Pensé para mí: claro, la sonrisa de una mujer tan bella…, pero yo… Sin embargo, seguí el consejo. En nueve meses de vida en la Ciudad Luz, jamás tuve un desagradable roce con sus habitantes.
Tanto me gusta sonreír que tengo una seria afición por el inmortal comediante mexicano Mario Moreno “Cantinflas”. Afición que ha crecido y enriquecido en este retiro voluntario en mi casa, donde la pantalla chica llena mis horas. He vuelto a ver y rever la mayoría de las películas del cómico que vi en su estreno en el país. Y estoy de acuerdo con la opinión de Charles Chaplin: Cantinflas era el mejor actor humorístico del mundo en ese momento. Vuelvo a reír y sonreír con sus conocido gestos faciales, sus pantalones cayéndose, su franela rota, el retazo elevado a gabardina y su lenguaje absurdamente cuerdo. Según los diversos personajes que interpretó -sobre todo en su última etapa de preocupación social- su vestuario fue cambiando al ser vaquero, maestro, profesor, cura o médico, pero sin dejar de tener siempre su toque cantinflero. Tanta ha sido su influencia en nuestro mundo hispano, que el término que acabo de emplear, “cantinflero”, forma parte del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.
Mario Moreno -Cantinflas- nació en Ciudad de México el 12 de agosto de 1911 y murió allí mismo el 20 de abril de 1993. Nunca dejó de ser mexicano. Hoy tendría 113 años. No alcanzó a vivir en el siglo XXI, pero se sigue proyectando en éste. El discurso de sus films está presente. Si no me creen, busquen la cinta “Su Excelencia”, donde hay una antológica intervención ante la ONU, todavía vigente. Cuando vi esta película en su estreno en Caracas, en el cine Lido, esta escena me sacó lágrimas de emoción. ¡Un cómico que hasta hace llorar! La última película de Cantinflas es “El barrendero”, de 1982. Remató con un personaje de baja extracción social, el “pelaíto”, como el que lo catapultó a la fama en su temprano film, “Ahí está el detalle”, pero esta vez un “pelaíto” con genuina preocupación gremial.
El humor siempre será un buen alimento para un pueblo. Un país sin humoristas es tierra muerta. Por eso me preocupo cuando leo a Laureano Márquez escribir en serio. No. No me quites el aroma de la risa, bombita respiratoria para sobrevivir en este caos.
No hay que bajar cabezas, ni entregarse al afán del aquí y ahora, que produce desilusión, desaliento. Todo tiene su tiempo. Sigamos paso a paso la hasta ahora brillante estrategia liderada por María Corina Machado. Nunca faltar a su llamado a la calle. Y los ancianos inválidos que no podemos estar allí, emplear las neuronas que nos quedan en hablar, gritar, si es necesario, escribir y quién sabe si ser majaderos o impertinentes. El asunto es seguir en la lucha. Y si eres joven y sano, no tienes perdón de Dios si la abandonas.
Y mientras tanto ríe. Ante las humoradas de un Cantinflas o de los humoristas criollos que mantienen su vigencia. Es más, ríe a carcajadas ante la tragicomedia política. La justicia y el bien triunfarán, de eso no tengo la menor duda.
¡Ah! Y aquí vale un lugar común: el que ríe de último ríe mejor.
Alicia Álamo Bartolomé