#OPINIÓN Por la puerta del sol (206): Cotizando el temporal #24Ago

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Los caminos de mi vida se fueron estrechando a medida que avanzaba el tiempo. Llegaré hasta el final sin poder izar otra bandera que no sea la de mi derrota final… (Son palabras de un hombre triste, hundido en la soledad)  

Asomarse a la vida es ir mucho más allá de ella, es confirmar que nada es eterno, que todo envejece, hasta el gran sauce se inclina ante el paso del tiempo que no perdona y todo lo acaba… Poco a poco el destino nos invita a ver más allá del tiempo la carroza que nos llevará al desconocido horizonte del más allá; desde su ventana cada uno hasta el final irá cotizando su propio temporal…  

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El tiempo es el que se encarga de deshojar el árbol para que suelte el fruto y las flores, es el que acelera nuestras horas y las horas de las plantas que roe y estruja con la mano pérfida que brinda la mies a quien sembró dolores. Todos miramos el mismo paisaje desde otra perspectiva, otro tiempo, otro punto, otro sueño, otro ideal. Sin embargo, el paisaje como el hombre irremediablemente envejece. Cuando contemplamos ante un espejo los hilos de plata de nuestros cabellos, evocamos los limbos de nuestra infancia, recordamos el vigor de nuestras energías y experimentamos en la hora que corre la decrepitud, convirtiendo en redivivo lo que ya existió. Por mucho que el individuo y la sociedad se quieran emancipar de la rítmica continuidad del tiempo, lo único que lograrán será el agotamiento de sus fuerzas ante lo imposible. 

Unos cuantos disfrutarán de una vejez feliz, otros sufrirán los embates de las enfermedades y rechazo de la sociedad, del Estado y de su propia familia. El hombre que ha vivido dando todo el tiempo su vida, su atención, su apoyo, su esfuerzo, sus conocimientos y cariño, de manera inhumana al llegar a la edad mayor se convierte en un estorbo, en un desecho humano. No cuenta con el respeto ni reconocimiento del Estado, de la sociedad, de la comprensión de la familia, de una pensión decente y justa, tampoco con la protección de un seguro médico que le permita vivir los últimos años con algo de tranquilidad. –Se pierden las fuerzas, no el razonamiento ni el derecho a vivir-

Ante la abrumadora y cruel indiferencia del mundo al viejo solo le queda no rendirse, seguir luchando para tratar de nivelar sus cargas, si es que puede penetrar esas tinieblas humanas que le permitan siquiera contar con la silueta borrosa de un futuro halagador. Estas son realidades que se ven en el transitar del día a día, es la dura vida de viejos que aunque fueron en su tiempo prósperos amigos para servir, para reír y compartir no encontraron compañía, cariño, amigos ni dolientes en su ocaso. 

¿Qué les queda? pagar el alto precio de haber vivido para los demás y contar al final de su vida solo con la esperanza, esa gracia fecunda que ilumina y perfuma lo terrible… Estos viejos no llegarán al cielo cargados de dinero, de títulos ni condecoraciones, llegarán cargados de muchas cicatrices…

Ya no necesitarán soñar ni esperar, se agotará la cifra de sus latidos, todo habrá terminado para él, todo, hasta la cotización de sus muchos temporales… Tal vez se irán con sus sueños irrealizables o con la incomodidad de no haber terminado de leer su último libro: La caída de las hojas…

Amanda Niño P.

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