El mundo civilizado y el liderazgo democrático nacional vienen insistiendo en negociar con el régimen vías pacíficas y constitucionales para restituir a Venezuela en sus cauces de libertad, respetando la voluntad soberana de la mayoría.
El mandatario electo Edmundo González Urrutia y la dirigencia opositora encabezada por María Corina Machado insisten reiteradamente en una reconciliación sin venganzas y en un nuevo comienzo. Reconciliación no significa que unos se plieguen a otros, sino que cada lado acepte y respete el derecho del otro a sus respectivas posiciones.
Nadie en su sano juicio pretende atacar, maltratar o discriminar por sus meras ideas a esos 3.3 millones que votaron por el fracasado candidato del PSUV, ni a tantos otros que aún creen en su caudillo difunto. Se podrá gobernar sin ellos o con ellos, pero jamás contra ellos.
En un enfrentamiento tan prolongado se han intercambiado toda suerte de improperios y amenazas. Pero en democracia quien no la debe no la teme, y esa gran mayoría de partidarios del régimen que no han cometido delito alguno sabe perfectamente que en Venezuela el modo idóneo de zanjar enfrentamientos y conflictos siempre será la muy criolla frase: “dejémoslo de ese tamaño”.
Ante la realidad de una derrota política tan clara y aplastante cualquier gobierno medianamente normal estaría buscando formas dignas de retirarse conservando algún futuro político.
Pero como cree el ladrón que todos son de su misma condición un minúsculo cogollo de cabecillas se resiste: La mala conciencia y una intrínseca cobardía los lleva a hundirse cada vez más en sus propias miasmas, insistiendo en grotescas farsas que ni ellos mismos se creen.
Con el brillante ejemplo cívico del pasado 28 de julio la nación venezolana viene recuperando prestigio y credibilidad ante el mundo civilizado, así como una creciente autoestima entre sus propios ciudadanos – vengan del bando que vengan. Se vislumbra un mejor porvenir para todos.
Eso incluye a muchos oficialistas de limpia conciencia, civiles y militares, a quienes ahora corresponde deslindarse de un pequeño puñado de dirigentes fallidos, reconocer la realidad de los hechos, y proteger su eventual patrimonio político. Ya tendrán nuevas oportunidades de contrastar propuestas cívicamente en futuros comicios a todo nivel.
Para que todo eso ocurra esos mismos sectores del oficialismo necesitan reconocer la voluntad mayoritaria de la población, dar un paso conjunto al frente y dejar de lado a esa minúscula camarilla de gallos fracasados, empeñados en negarnos a todos un mejor futuro.
Antonio A. Herrera-Vaillant
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