#OPINIÓN Barriga llena, no cree en hambre ajena #21Ago

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Si logras el triunfo y tus deseos, no olvides al necesitado que también es humano.

Un habitante de la calle

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Barriga llena, no cree en hambre ajena.- Frase proverbial que indica que, cuando no somos nosotros los que sufrimos una determinada necesidad, entonces tendemos a olvidar o a no creer que haya gente que pasa hambre o calamidades de diversa naturaleza. Al estar nosotros saciados presumimos equivocadamente que los demás también lo están, o no nos importa que otros tengan hambre, o simplemente lo damos por descontado. Por eso la frase podría contraerse a «barriga llena no le da la gana de creer en hambre ajena». El asunto estriba en la ética de las intenciones, en la pureza de nuestra conciencia. ¿Y qué es la conciencia?. Dijo Víctor Hugo el escritor de «Los Miserables» que: “la conciencia es la presencia de Dios en el hombre”, y quien no tiene a Dios consigo es un alma innoble, caprichosa y desorientada, altiva y carente de mansedumbre. De modo que debemos revisarnos esa tendencia a creer, o a preferir intencionalmente creer que el otro no necesita lo que es evidente, a pesar de que se ha quebrado exponiéndonos su necesidad porque nos creen mejores personas o porque percibimos su urgencia a través de nuestros sentidos y preferimos no preocuparnos ni ocuparnos en ese asunto cuya tribulación envuelve el alma del prójimo; y para desentendernos elegimos voltear la mirada para que no se aprovechen de nuestro bolsillo, o nos hacernos los ignorantes ante quien clama con desespero porque no somos empáticos – no nos ponemos en los zapatos del otro, porque estamos convencidos de que no nos pasará igual que al menesteroso –. Es esa actitud una decisión voluntaria o dolosa por el egoísmo y la avaricia de no compartir, ¿o en realidad es que no tenemos qué darle a quien nos ruega ayuda?. ¿Cuándo nuestra alma es pura?. Variedad de situaciones o abanico de posibilidades encierran la voluntad de no compartir aun teniendo como hacerlo.

Cristo menesteroso.- Preferimos mirar de soslayo y esquivamos por encima del hombro que es el mismo Cristo que nos está pidiendo que seamos como el Cirineo y ayudemos a cargar la cruz – la necesidad – del otro que nos está clamando ayuda. Nos negamos a entender, porque no nos da la gana dar de lo nuestro y nos molesta que hayamos sido escogidos por el propio Cristo para ayudar a ese prójimo que implora nuestra ayuda, porque para Dios nada está oculto y si te ha enviado a alguien a pedirte auxilio es porque quiere que seas sus manos, es porque ha sido el propio Cristo que envió hacia ti al necesitado y te está probando para saber si eres merecedor de esa abundancia que ha puesto en tus manos, pero de cuyos frutos egoístamente no quieres compartir. De modo que si tienes una bendición que no tienen otros, debes darle espiritualidad a tu ganancia, porque no te ha sido dada sin propósito. Y entonces sacudes tu cabeza en negación cuando tu corazón está lleno de miserias y te encabritas y te niegas deliberadamente a saciar el hambre, la sed o la necesidad de medicina o vestimenta que alguien te está implorando y viene a tu mente “ese se quiere aprovechar de mí, todo lo que yo trabajo como para venir a regalar mi dinero a ese o a aquella”. Y con esta actitud demuestras que eres un analfabeta espiritual, que al ser examinado por Cristo has salido reprobado.

El queso y el pan que obsequió José. Aconteció un día que un sexagenario quebrantado de salud e imposibilitado para el trabajo por las secuelas de un virus, con llanto se quebró ante José, un hombre a quien creía poseedor de un espíritu más evolucionado, o por lo menos lo tenía en alta estima por considerarlo “una buena persona” y por varios días consecutivos le hizo saber que tenía hambre, que su estado de salud le impedía trabajar y que le rogaba que le regalara comida. Entonces con una extravagancia despreciable al fin José se presentó pomposo en casa del hambriento y lo hizo exhibiendo su camioneta nueva en la que trajo espectadores para que fueran testigos de que estaba regalándole a este hombre, literalmente “un trozo de queso y un pan”. En la flamante camioneta José se trajo a su esposa, a sus hijos, y a sus empleados para que se cercioraran de que efectivamente estaba haciendo un “enorme” gesto de caridad. Apretujados en ella, a la camioneta no le cabía tanta gente, estaba repleta de ojos para certificar que el próspero comerciante estaba regalando a quien se lo había implorado, un trozo queso y un pan”. No obstante la humillación en público, el hambriento tomó con humildad el “trozo de queso y el pan” y le dio las gracias a José. Y José aún teniendo para dar más y mejores viandas, y pudiendo haberlo hecho en silencio, se sintió henchido de hacer alarde ante otros de lo que estaba regalando a quien le mendigó auxilio. Algo así, como mucho ruido y pocas nueces. Solo imagínense un carruaje romano, que con trompetas y vítores, aclamaban y aplaudían la acción gloriosa de José. ¡Que todos se fijen que estoy regalándole un trozo de queso y un pan a quien me lo pidió porque tiene hambre”. Al respecto en Mateo 6:2, Dios nos dice “Por eso, cuando des limosna, no toques trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa”.

¡Mentira, no creo que usted se halle en esa situación!.- Dicho de otro modo, no me fastidie porque no le voy a ayudar, no tengo ninguna intención de desprenderme de algo que me pertenece ni mucho menos de mi dinero que me cuesta tanto trabajo producir, para ayudarle a usted gratuitamente en su necesidad. Así se zafan con frivolidad aquellos que aun teniendo y pudiendo ayudar, les parece que al negarle en la propia cara su necesidad al necesitado, entonces con sosería alardean de su viveza de no dejarse “atracar” por quien pide, por quien ruega, por quien les suplica ayuda y comprensión. Entonces con desgarbo y creyéndose “listísimos”, se salen por la tangente, y niegan y prefieren olvidar que es el mismo Cristo que les está pidiendo un bocado, una cobija, una vestimenta, una medicina y que ha rogado quebrado en llanto con desesperación imaginando que el otro tiene un buen corazón, creyendo en un espíritu más evolucionado y se lleva el chasco de encontrarse con la sorpresa, de que a quien le pide , se hace el sorprendido para zafarse de no ayudar y le dice : ¡Mentira, no creo que usted se halle en esa situación!. Y luego comienza el bombardeo elocuente de evasivas ante la desgracia del menesteroso que creyó en el buen corazón de a quien escogió para que ganara tickets para que su nombre fuera escrito en el libro de la vida, pero prefirió que su nombre fuera estampado en el libro de la muerte.

«Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25, 35-36).

Dr. Crisanto Gregorio León

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