Desde el fondo abisal de la conciencia colectiva y atravesando dolores, culpas, traiciones y emboscadas el pueblo venezolano subió nuevamente al Chimborazo de la bravura épica y transitar la ruta libertaria de Bolívar y la generación del 45.
En un principio todo fuimos soldados, todos éramos guerreros unidos por la causa de una patria emergente. Gradualmente nuestro cerebro fue abriendo ventanas de luz dentro de la oscuridad civilizatoria que nos movía a la violencia.
Subimos empinadas encuestas en base a preguntas que nunca terminan. Así fuimos organizando mundos nacidos de la curiosidad por descubrir la felicidad escondida en la profundidad de la esperanza.
Dueños de la palabra capturamos el mundo visible y el mundo imaginado, tomamos propiedad y dominio de la paz y construimos un país elevado sobre la ley y la justicia.
Del discurso salvaje constituido de razones primarias para la subsistencia, del discurso soldado donde la violencia era una rutina que daba piso a las necesidades evolutivas, pasamos al discurso donde la palabra era además de representación fáctica un aleteo desesperado de preguntas y sueños.
Con base a la palabra que nombra y la palabra que vuela sometimos la realidad inmediata a nuestros designios e introdujimos nuestra razón como parte integrante del mundo democrático.
Pero la esperanza de los débiles comienza afloramientos desde una conciencia colectiva que reclama espacios para la tolerancia y la convivencia organizada en base al respeto de la dignidad humana y la dignidad de todos los integrantes de esta nave planeta que está enferma. Por eso los soldados de las fogatas y los aullidos están acuartelados en sus muros, preguntándose si con sus armas de muerte podrán detener la fuerza de la palabra, de la idea, de la vida que tiene al hogar, las calles y las plazas como plataforma de amor y resistencia frente a violencias escatológicas.
Si la palabra logra triunfar sobre el fusil, si la idea logra dominar los instintos violentos, si el discurso racional logra neutralizar al discurso salvaje sin exterminar sus bondades para la indispensable interrelación básica del hombre con su entorno. Si sacamos a los soldados de armas letales de sus muros construidos con adobes de miedo y los hacemos militantes de la Parusía, si logramos que la palabra, la idea, la esperanza nos defienda de lo incierto, seguiremos avanzando hacia el centro de nosotros mismos.
En Venezuela existe actualmente un ejército grande y poderoso de soldados de la idea y la palabra. Están por todas partes, incluidos los recintos militares. Este ejército ya está en marcha, ha resucitado del lecho de la resignación y las esperas. No tiene partido ni es cuantificable mediante numeritos de encuestas. El pueblo soldado está en la calle con la esperanza soplando y avanzando. Todos somos soldados y estamos iniciando la resurrección.
Jorge Euclides Ramírez