Colegio de Ingenieros
23/07/2024
Barquisimeto
Buenos días
Los periodistas venezolanos hemos sido, sin quererlo, cronistas y actores, al propio tiempo, de la cruel devastación que, desde el poder y sus tentáculos, se ha desatado en perjuicio de la libertad de expresión del pensamiento. Esto es, del derecho inalienable de los ciudadanos a estar informados y a opinar sin temor a represalias.
Hablamos de un derecho que se considera consustancial a todas las personas y, aparte de diversos tratados, está consagrado en el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Una de las más claras señales de la abierta vulneración de este derecho es, sin duda, que, como es el caso evidente de Venezuela, existan presos de conciencia.
A veces las cifras, las estadísticas, resultan frías para describir una tragedia. Pero el balance de 408 medios de comunicación cerrados en 20 años, según las cuentas de Espacio Público, habla de una feroz degollina comunicacional, de una intolerancia contumaz ante la crítica y el disenso. (Esa amarga experiencia nos tocó de cerca: la vivimos, o sufrimos, en El Impulso, después de más de un siglo de acrisolada tradición periodística). 285 emisoras de radio dejaron de operar en el mismo lapso, por causas que tienen un mismo origen, una misma obsesión totalitaria.
Esa ciega vocación liberticida no se ha detenido, hasta ahora. Paulatinamente ha abarcado con sus garras: medios impresos, estaciones de radio, plataformas digitales, canales de televisión, unos clausurados, otros comprados, para silenciarlos, con dineros de inconfesable procedencia. Además del acoso a periodistas, defensores de derechos humanos, políticos, sindicalistas, se ha encarcelado a tuiteros, perseguido o extrañado a gremialistas, humoristas y cantantes, confiscado equipos de sonido en los actos públicos de la oposición, pretendido erigir ese esperpento de la Verdad Única, que acaba en mentira oficial. Se ha desterrado el recurso de la réplica, instaurado la más descarada opacidad, la censura, y hasta algo que es más pernicioso aún: la autocensura. Esto, al punto de que hay palabras prohibidas, tachadas con lápiz rojo. Palabras como democracia, libertad, crisis, escasez, apagón, colas. Y dictadura, lo que tenemos. Y transición, lo que vendrá. Y nombres como el de María Corina Machado. Conatel ha proscrito la pronunciación de su nombre, a menos que sea para ofenderla. Así, en el vértigo de ese mundo al revés, de continuo vemos a fascistas tildando de lo que ellos son, a los demás, a personeros sobrecogidos por incurable resentimiento, acusando de incitar odio precisamente a sus víctimas.
Mientras la desinformación gubernamental se encadena impunemente, día y noche, con sus inocultables muestras de pánico, por el final que avizoran, son contados con los dedos de una sola mano los espacios abiertos de televisión a los que ha sido invitado ese hombre moderado y culto que es Edmundo González Urrutia, proclamado presidente por la voluntad de una determinante mayoría de venezolanos, negados a toda posibilidad de que sea burlado, o torcido, su mandato electoral del 28 de julio, decisión ya patentizada en la generalidad de las encuestas y en el sostenido y fervoroso clamor de las calles.
Guarecidos en las empoderadas redes sociales y con el auxilio de las plataformas que logran proyectar la luz que el desgobierno niega, hemos llegado hasta aquí. Podríamos seguir enunciando durante horas las razones por las cuales tenemos una tarea pendiente con la conquista de la libertad, no solo la de expresión del pensamiento, la íntegra y señera libertad, “uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”, en el buen decir del Quijote. Invocamos la libertad que, no debemos olvidar, en el día de mañana nos corresponderá hacer cierta, y nos pondrá a prueba a todos, cuando esos que detentan ahora el poder, y niegan toda garantía democrática, se amparen en las libertades recién alcanzadas, en sus alevosos intentos por socavar a una democracia que, todavía imprecisa e insegura por el largo desuso, para lograr esplendor y durabilidad requerirá la mayor suma de inteligencia, sensatez y habilidades políticas y gerenciales, por parte de los arquitectos de esa nueva era tan ansiada, y, también, la comprensión y el concurso de la sociedad venezolana en su conjunto.
Formar demócratas para el ejercicio pleno de la democracia. Educar una generación tras otra de ciudadanos libres que atesoren la libertad, aprendan a pensar y a ser libres, y sean conscientes de que es necesario ganarla no una vez, en gesta épica, histórica, sino que esa es una hazaña de todos los días, tan cotidiana como la tentación de algunos a abusarla. Tal será, a mi juicio, la mejor manera de honrar esa palpitante y hermosa promesa de redención que presenciamos, en estos días, a la medida justa de un reclamo que no aguanta más.
Muchas gracias.