Ningún historiador podrá discutir el impacto político generado en Venezuela por el teniente coronel retirado Hugo Chávez a fines del siglo 20 y en los primeros años del 21.
Uno puede haber adversado todo lo que aquel personaje representó desde su violento debut público hace 32 años, y al mismo tiempo reconocer el intenso fervor que en su día despertó en un importante segmento de la población venezolana.
Si en aquel tiempo ese flautista de Hamelín hubiese pedido a sus seguidores erigir estatuas de Milton Friedman en las plazas de Petare y Catia, ellos lo hubiesen hecho de inmediato y con entusiasmo, hasta con tapitas de refresco. Que haya perdido tal oportunidad es una verdadera tragedia política.
Pero no sólo se fue por el callejón sin salida del “socialismo” más primitivo sino que impuso un arcaico estilo cuartelero y autoritario que pervive en un descocado movimiento político que sus muy mediocres y corruptos sucesores se han encargado de disipar y desacreditar hasta más allá de lo imaginable. Como pasa en otros escenarios de la geografía y la historia.
Por otro lado, el mundo hoy presencia como en Estados Unidos un respetable octogenario pone a su país y a su partido por encima de sus intereses personales mientras un anciano energúmeno coloca su ego particular por encima de todo.
El fenómeno del Norte parece repetirse en Venezuela, donde una valiente y sagaz adalid ha sabido dar un oportuno paso al costado promoviendo una causa común de libertad y democracia.
Paralelamente, un torpe cateto y un puñado de pigmeos parecen dispuestos a despilfarrar todo su capital político mal heredado con el solo fin de sostenerse en el poder tras una década de repetidos fracasos.
Decía el viejo Anastasio Somoza García que incluso una dictadura requiere al menos un 25% de apoyo popular, y en Venezuela lo que alguna vez fue una importante fuerza numérica se evapora aceleradamente entre desilusiones y bancarrotas sin la menor esperanza de futuro salvo para cuatro gatos que aún se aferran al menguado botín.
Lo cierto es que el actual régimen venezolano ya poco le sirve a nadie: Ni a sus otrora aliados externos, ni al sector castrense más amplio, y mucho menos a la mayoría de los seguidores que en algún momento depositaron allí sus esperanzas.
El movimiento democrático les ha tendido la mano de todas las maneras posibles. Con una salida electoral decorosa el próximo domingo podrían preservar un mínimo de oxígeno político para una eventual resurrección cívica. ¿Habrá entre ellos algunos que sepan agarrar el cabo que se les está tirando? Ya veremos.
Antonio A. Herrera-Vaillant