El chavismo, que gobierna Venezuela desde 1999, opera bajo la consigna de eternizarse en el poder con Nicolás Maduro al mando, especialmente cuando se acercan elecciones presidenciales como las del próximo domingo 28 de julio, y endurece su discurso con descalificaciones hacia los opositores y promesas repetidas de proyectos que fueron incumplidas en el pasado.
“Más nunca volverán”, repite el mandatario en sus actos de campaña, en alusión a la oposición mayoritaria, representada ahora por el candidato Edmundo González Urrutia, abanderado de la Plataforma Unitaria Democrática (PUD).
La frase es una suerte de conjuro de quien ocupa la silla presidencial desde 2013 y aspira a mantenerla, en principio, hasta 2030.
Las ambiciones manifiestas de Maduro y de la cúpula chavista revelan el deseo de eternizarse en el Gobierno, autoproclamado revolucionario, que a menudo advierte sobre los “peligros” de que se desate una “guerra” en caso de perder los comicios, a los que acudirán con desfavorables augurios por parte de las encuestadoras tradicionales.
El insulto como arma
Como según la lógica chavista nadie que no sea de su ideología es bueno para gobernar el país, la descalificación de los candidatos opositores ha acaparado el discurso de Maduro y sus adláteres, que no tienen reparo en atacar a sus adversarios políticos con insultos y exabruptos que son transmitidos a diario por el canal estatal Venezolana de Televisión (VTV).
Sin decir los nombres de sus contendientes, pero dando suficientes señales para que quede claro a quién se refiere, el líder chavista emplea términos como “mamarracho”, “hijos de su madre”, “viejo decrépito” y “pataruco (cobarde)”, una artillería semántica que está especialmente dirigida contra González Urrutia, de 74 años.
Esta forma de hablar es emulada por los jerarcas del gobernante Partido Socialista Unido (Psuv), quienes llaman “inmundo” al candidato de la PUD, al que también vinculan con crímenes como asesinatos, sin mostrar jamás una prueba que sustente sus denuncias.
La proyección eterna
El reflejo de proyectarse eternamente en el poder no es algo nuevo para la llamada “revolución bolivariana”, pues su creador, Hugo Chávez, siempre dijo que gobernaría hasta 2021, pero falleció en 2013, tras catorce años al frente del Estado venezolano.
Nicolás Maduro, su sucesor, también pregona el carácter eterno del chavismo, asegurando que la oligarquía o la derecha, como llama a sus adversarios, no volverán a ganar la Presidencia y será el linaje político de Hugo Chávez el que gobernará Venezuela al menos durante los próximos cien años.
Desde esta óptica, Maduro ha suscrito acuerdos económicos a largo plazo con sus aliados ideológicos, como la cooperación petrolera hasta el año 2042 con Irán y muchos otros negocios con los Gobiernos de Rusia y Cuba, los cuales, al ser prácticamente secretos, serían revisados con lupa en caso de un eventual cambio político en Venezuela.
Cantar victoria
El chavismo, que no reconoce, al menos públicamente, los pronósticos adversos de cara a las elecciones, mantiene un discurso triunfalista y se aventura a convocar desde ya a celebrar en la noche del próximo domingo, cuando asegura Maduro obtendrá una “victoria irreversible”.
“Prepárense para la paliza que le va a dar el pueblo de Venezuela el 28 de julio”, proclamó el mandatario en la penúltima semana de campaña, un deseo que sigue repitiendo de manera incesante en sus mítines, todos ellos transmitidos por el canal estatal Venezolana de Televisión, y sin la presencia de prensa independiente.
A juzgar por sus discursos, la victoria está tan asegurada para el chavismo como que la PUD gritará fraude en consecuencia.
Esa relación entre el eventual triunfo de Maduro y el posterior reclamo de la oposición es el que desencadenará, según quienes están en el poder, una alteración del orden público.
De cualquier modo, el presidente no se cansa de postularse como “el único que puede mantener la paz” ante una elección que, en sus palabras, consiste en escoger entre “la paz o la guerra”.