Cuando Venezuela tenía relaciones armónicas con Estados Unidos, Colombia, Europa y el resto de naciones democráticas del mundo occidental, disfrutamos de una vida sin escasez ni desabastecimiento, teníamos los problemas que tienen todas las democracias del mundo pero en nuestros abastos y supermercados había abundancia y variedad de productos industriales y agrícolas. En el más alejado caserío de nuestra geografía y en todos los barrios de las ciudades había bodegas con existencia de los productos básicos…
En esos tiempos cuando la economía hogareña se apretaba, los padres decían que comerían caraotas y verduras hasta que la situación mejorara para adquirir proteínas y frutas. Por supuesto que había limitaciones, como en todos los países que funcionan con base a la economía de mercado, donde hay fluctuaciones constantes en el equilibrio de la oferta y la demanda, pero nadie pensaba irse de Venezuela por privaciones materiales.
Al pelearnos con todos nuestros relacionados de la órbita capitalista y establecer lazos estrechos con Cuba, Rusia, China, Irán, Turquía, Bielorrusia y afines, todo cambió. La pobreza, el hambre, las enfermedades, la violencia, y la impiedad se nos abalanzaron como una manada furiosa de lobos implacables. Ahora como nación estamos en la categoría de los más pobres del planeta. Simplemente porque estos países aunque tienen un relativo o alto poder militar tienen gobiernos hegemónicos donde los derechos ciudadanos son conculcados y les da igual si el pueblo vive mal o bien.
En su última visita a Venezuela el alto comisionado para los derechos humanos de la ONU, Volker Turk dio unas declaraciones a su salida del país, en el aeropuerto, donde denuncia sin pelos en la lengua que la diáspora venezolana se debe al hambre, el colapso de los servicios públicos y la extrema pobreza en que vive el 80 por ciento de los ciudadanos.
Hace pocos días el relator para los derechos de alimentación de la ONU, Michael Fakhri, luego de una visita de dos semanas a Venezuela ratificó esta denuncia al decir que un 82 por ciento de la población vive en pobreza y un 53 en pobreza estructural, que son aquellos ciudadanos que prácticamente no tienen nada para subsistir.
Por ello es obligatorio hacer un balance sobre lo que hemos recibido de los nuevos aliados y que hemos perdido, porque de ser la cuarta economía de América Latina y un país con índices positivos en salud, niveles de educación libertades económicas, desempeño democrático y disfrute de libertades esenciales, hoy somos un territorio víctima de una de las pobrezas más grandes del planeta, con cerco de libertades políticas y de prensa, con colapso generalizado en todos los servicios, con salarios indignos. Con una hambruna que ha obligado a la migración forzada de ocho millones de habitantes.
Hemos perdido gracias a estos nuevos aliados el nivel de vida que antes teníamos y en materia financiera Cuba se lleva petróleo regalado y además hay que pagar millones de dólares por supuestos médicos de la misión barrio adentro. Con China se creó un fondo donde perdimos miles de millones de dólares sin que haya obras a la vista. El convenio petrolero con Irán está bajo sospecha por los 23 mil millones de dólares que extravió Tarek El Aisami, hombre de confianza de la teocracia iraní en Venezuela. Con Turquía se comercializa el oro sangriento del arco minero del Orinoco y como es a través del mercado negro seguramente el país recibe una miseria como ganancia, aunque poco importa eso porque de ese dinero, mucho o poco, nadie da cuentas. En fin, al cambiar nuestras relaciones con Occidente para estrechar lazos con países orientales prácticamente cambiaron la libertad, la esperanza, el progreso, por un infierno de calamidades.
Jorge Euclides Ramírez
