#OPINIÓN Don Juancho Álvarez, un hombre sabio #30Jun

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Es lógico que quienes andamos entre libros pensemos que la sabiduría se encuentra repartida entre muchos textos de insignes escritores. En lo personal siento buena recompensa espiritual leyendo a Herman Hesse y Mircia Eliade y entre los franceses prefiero a Víctor Hugo y Balzac antes que a Flaubert, a pesar de las completas explicaciones que en tono recriminatorio me ha dado uno de los caroreños más ilustrados de hoy día como es mi gran amigo Milton Enrique Meléndez, periodista y filósofo con varios libros escritos.

Pero por más que uno lea libros la realidad casi siempre parece estar blindada con pragmatismos  inexpugnables para la inteligencia, y no se trata de tener buen criterio práctico para triunfar sobre los secretos de la existencia, es simplemente transitar el camino correcto entre los muchos espejismos que nos presenta como alternativas la tramposa racionalidad cartesiana.

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Confieso que he tenido varios intentos por entender la aventura humana .En una oportunidad me dediqué a leer sobre psicología y casi que convertí a Freud en el oráculo de mis exploraciones mentales. Luego fui fanático de los sociólogos y casi que me convierto en uno de esos revolucionarios fundamentalistas. Me dio miedo y  me puse a estudiar Derecho y si no tengo que venirme de Caracas me gradúo de abogado y pierdo mi carrera de periodista. Gracias a Dios continuo de reportero, buscando verdades escondidas entre las siluetas cambiantes de la permanente metamorfosis humana. En una de esas búsquedas me encontré a Yayo  Oropeza, quien de Naguanagua en Valencia llegó  al Planeta marina huyendo de unos profesores de Economía que sabían mucho de números pero no conocían a Keynes, Von Hayek, Galbraith ni Shumpeter. Carlos Eduardo me puso a leer Economía, cosa que le agradezco porque es la ciencia que mejor explica las razones de la gran hipocresía social.

Cuando Yayo  aterriza en la Quinta Marina llegó cargado de un extraordinario caroreñismo, oportuno para neutralizar la influencia invasora de los orientales, a cuyo bando yo por cierto me había pasado jugando truco, bebiendo ron El Muco y vacacionando en Barcelona y Puerto La Cruz. Yayo nos devolvió al universo caroreño e impuso la fuerza de su personalidad a los invasores costeños de Margarita, Barcelona y Carúpano. En la madrugada levantaba a todo el mundo al filo de las cinco de la mañana y para ganarle al gallo, cuando en Los Chaguaramos no había gallineros y a esa hora nadie tenía tareas pendientes. En las noches Yayo fungía de profesor y daba cátedras variados sobre la manera de enamorar a hijas de militares, ganaderos, comerciantes, panaderos, empresarios, médicos, abogados, profesores para cada sector tenía estrategias formidables en la teoría pero que particularmente a él nunca le funcionaron.

Pero los mejores cuentos de Yayo tenían que ver con su pasantía por la Hacienda San Jacinto de Don Juancho Álvarez, estos relatos tenían la magia de García Márquez y la calidez del Puente Bolívar y La Toñona. Yayo fue peón en San Jacinto en momentos cuando decidió irse a las guerrillas y en el camino lo atajó Don Juancho a pedimento de su amigo Don Manuel Oropeza, el papá de Yayo.

La imagen que nos presentaba Yayo de Don Juancho Álvarez me parecía poco creíble, nos hablaba de un hombre que hacía cosas comparables a las de una Universidad, siembras con semillas de percolación profunda, cruces genéticos con alta eficiencia, riego por sistemas de nivelación planimétrica, en fin, nos mostraba una hacienda San Jacinto poblada de una tecnología modernísima en perfecta convivencia con el encanto de la simplicidad rural donde lo cotidiano se convierte en una nostalgia anticipada y en un romance panteísta donde el corazón le gana la batalla a la soledad .

En una oportunidad el doctor Carlos Eduardo Oropeza Gutiérrez, quien trabajaba como Asesor Económico de Corpoccidente, fue designado como ponente principal en un Foro sobre Economía en San Felipe, Estado Yaracuy. Temprano en la mañana recibió una llamada de Don Juancho Álvarez quien había leído la noticia en el periódico  y quería acompañarlo en el evento. Yayo me pidió que lo acompañara de Barquisimeto a Carora y de allí a San Felipe para buscar a su viejo amigo protector. En el Hotel nos estaban esperando Don Juancho quien nos pidió que hiciéramos el viaje de vuelta en una camioneta de su propiedad y lo complacimos. Durante el viaje de Carora a San Felipe conversamos bastante y nos quedó grabada una frase: “Cualquier hombre sirve para lo que sea si le quitan la pereza”… No nos habló de negocios, nos habló de la vida, más allá de la palabra lo sentimos un hombre intrépido, sin miedos, sin complejos, libre y habilitado por una sabiduría sin rebuscamientos, una sabiduría forjada en el trabajo, el esfuerzo, la bondad y la paciencia. Gran hombre Don Juancho.

Jorge Euclides Ramírez

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