El anhelo de libertad que brota espontáneo y esperanzado a lo largo y ancho del país, especialmente en los sectores más deprimidos, que son la inmensa mayoría, e incluso en aquellos antes afectos al régimen, no podrá ser escamoteado, desconocido, burlado, sin consecuencias.
Cuando apenas falta un mes para las elecciones del 28 de julio, no hay forma, legal y en paz, de que este unánime sentimiento de Cambio y de abierto repudio a Nicolás Maduro, pueda soportar un fraude electoral, el cual tendría que ser descomunal, el más grosero e intragable que pueda imaginarse. De la misma factura de la farsa que antecedió a la caída de Pérez Jiménez. («Vámonos, que el pescuezo no retoña»).
Y si a pesar de todas las evidencias y alarmas, el tirano de ahora se atreve a asestarle un bestial manotazo al proceso comicial que él mismo adelantó en un desastroso error de cálculo, si eso fatalmente ocurre nadie estaría en condiciones de asegurar que después de perpetrada semejante estafa a la voluntad colectiva, aquí no pasará nada. Que agacharemos cobarde y silenciosamente la cabeza.
El régimen atraviesa por su peor prueba en 25 años, un escenario impensable para ellos desde su impúdico y arrogante pedestal. El impotente poderoso se sabe en definitiva desgracia, sin salida honrosa frente a un desastre que teme inminente. En medio del pesado fastidio que ha cundido en la histérica camarilla palaciega, ni la siembra de miedo ni la compra de conciencia, les funciona ya. Perdieron sin remedio toda traza de respeto y credibilidad. No encuentran cómo salir del foso que ellos mismos cavaron con sus mentiras, latrocinios y crímenes. Con el sol a sus culpables espaldas, el tirano y su entorno están desconcertados, todo su repertorio de triquiñuelas ha explotado como petardo infamante en sus caras indispuestas.
En contraste con esas vergüenzas oficiales, sobre la ofendida faz de una patria hasta ayer resignada, se yergue la fulgurante imagen de María Corina Machado, personificación de un sentimiento tan puro e irreductible como el de la reanimada dignidad de un pueblo que se cansó de tolerar lo intolerable.
JAO