Cuando se pregunta a cualquier persona de nuestra orgullosa y arrogante cultura de Occidente cuál fue el primer libro que fue impreso en la historia de la humanidad, la respuesta no se hace esperar entre los interrogados: La Biblia. En efecto, en febrero de 1455 el orfebre germano Johannes Gutenberg la imprime en su taller de la ciudad sureña de Maguncia, Alemania, en dos volúmenes y 1.282 páginas. Es el incunable más famoso de todos los tiempos y con ella se inicia la masificación de los libros en Europa, un proceso de cultura que hará posible la expansión de las universidades, el Humanismo y el Renacimiento, el llamado “Descubrimiento” de América, la Revolución Científica del siglo XVII y el dieciochesco Siglo de las Luces o Siglo de la Razón. Se inicia así, dice Ignacio Ramonet, el tercer gran hito comunicacional después de la palabra y de la invención de la escritura.
¿Será cierto lo que acabamos de decir? ¿Es evidencia clara, inobjetable y segura?
Dicho esto, examinemos lo relativo al primer libro impreso en el mundo y que Jack Goody (El robo de la historia, 2009) apenas menciona de pasada. Fue el investigador, arqueólogo y sinólogo húngaro-británico, Aurel Stein (1862-1943), quien descubre en 1907 en unas cuevas de Dunhuang, al norte de China, en el desierto de Gobi, el libro impreso más antiguo del que tengamos noticia: El Sutra del diamante, texto budista escrito originalmente en una lengua sagrada indú, el sánscrito y en caligrafía Gupta, que hasta tiene fecha de impresión: 11 de mayo de 868 después de Cristo, noveno año de la era Xiantong de la dinastía Tang. Lo que quiere decir que El Sutra de Diamante fue impreso casi 600 años antes que la Biblia de Gutenberg, es decir que tiene El Sutra 1.153 larguísimos años de haber sido impreso.
En este maravilloso libro se enseña la práctica del desapego o la abstención del apego mental y de la no-permanencia. El Sutra ha dado comienzo a una cultura artística, una veneración y una gran cantidad de comentarios, unos 800, en el extremo Oriente: Japón, Corea, Tíbet, China, Vietnam, Mongolia. Un sutra es un texto que recoge las palabras de Buda, nacido en el siglo VI antes de Cristo al norte de la India. Sus discípulos aprendían de memoria estos discursos y los transmitían de generación en generación.
Al final de El sutra del diamante, Subhuti, un discípulo de Buda, le pregunta a “el iluminado” cómo debería titularse el sermón, a lo que Buda le responde que deberá ser conocido como «El Diamante Cortador de Sabiduría Trascendental» porque «la enseñanza es fuerte y afilada como un diamante que corta a través de los malos enjuiciamientos y la ilusión». El humanismo del siglo XXI sería impensable sin las enseñanzas del iluminado Siddhartha Guatana, pues hogaño ellas han sido adoptadas por la juventud de las grandes urbes europeas y norteamericanas.
Este precioso documento descubierto por Aurel Stein entre unos 40.000 libros y manuscritos de seda y papel, mide cinco metros de largo y se conservó casi intacto debido al clima seco de Dunhuang, ciudad que está situada en la antigua Ruta de la Seda, muy cercana a la actual Republica de Mongolia. La Biblioteca Británica conserva la copia y en internet podemos consultarla. Es tiempo que el Reino Unido, la “Pérfida Albión”, devuelva tan precioso impreso a sus legítimos dueños que no son otros que los habitantes de la República Popular China.
El Sutra del Diamante, es el impreso más antiguo del que hay noticia y puede que haya otros más arcaicos, fue realizado con un sistema de placas de madera. Para ser exactos, no es el primer ejemplo de impresión por ese método que se conserva, pero sí el que lleva fecha concreta especificada: 11 de mayo del 868 después de Cristo. Es un manuscrito en forma de rollo de algo más de cuatro metros de longitud que también se adelantó en otra cosa, el ser un trabajo de creación concebido para el gran público, proceso cultural que creíamos sólo europeo, tal como indica su colofón o nota final:
“Hecho de forma gratuita para la distribución universal gratuita por Wang Jie en nombre de sus dos padres el 13 de la cuarta luna del noveno año del Xiantong.”
Erróneamente se ha pensado entonces que esa explosión del conocimiento y el incremento generalizado de la lectura que hizo posible que la ciencia triunfara como modelo de conocimiento en el siglo XVII, que se produjo tras la invención de la imprenta, fue un proceso que solamente se produjo en Europa, tal como escribe el historiador británico Peter Burke en su magistral Historia social del conocimiento. De Gutenberg a Diderot. O también Historia de la lectura en el mundo occidental, obra coordinada por Roger Chartier y Guiglelmo Cavallo.
Fue la milenaria cultura o civilización china quien abrió el camino del libro impreso y de las enormes consecuencias que de ello se derivan, como dice el británico Josep Needham en su Ciencia y civilización en China, obra monumental en 15 volúmenes editada en 1954. Es justicia histórica hacer tal reconocimiento, junto a otros portentos de la ciencia y de la técnica que Europa se los apropió: el papel, la brújula magnética y la pólvora, inventos que sin ellos sería poco menos que imaginable la arrogante y despectiva cultura de Occidente, una cultura que hogaño parece ser superada en muchos aspectos por las de la India, Japón y China.
Luis Eduardo Cortés Riera