Pasado el mediodía del viernes lluvioso del 9 de abril de 1948, Jorge Eliecer Gaitán salía del edificio en donde tenía sus oficinas en Bogotá para atender una invitación a almorzar en el cercano Hotel Continental. Al llegar a la calle tres disparos le quitaron la vida.
Líder liberal, jurista, escritor, profesor y político, se desempeñó en diferentes ámbitos de la vida pública y académica: Ministro de Educación, alcalde de Bogotá, Rector de la Universidad Libre. Se doctoró en la Real Universidad de Roma, Magna Cum Laude. Cuando fue vilmente inmolado era un fuerte candidato presidencial cuya popularidad auguraba un seguro triunfo.
El asesinato de Gaitán provocó una poblada que se dirigió al Palacio de Gobierno, por lo que a través de la acción de cinco tanques de guerra que defendían a las instalaciones gubernamentales, se masacró a unas 300 personas. La violencia se extendió por toda la capital en lo que se conoce como el “Bogotazo” que destruyó a 142 edificaciones del centro de la ciudad y se desplegó por todo el país, calculándose que en los años que duró este período histórico colombiano, denominado “La Violencia”, se produjeron trescientos mil muertos y el desplazamiento forzoso de la quinta parte de la población.
Como consecuencia de esta virulenta época de “La Violencia”, se constituyeron grupos de auto defensa comunista que desembocaron en los movimientos guerrilleros de la FARC y el ELN y como contrapartida grupos paramilitares que los combatían. Después de más de tres cuartas partes de siglo, de 76 años, Colombia se sigue debatiendo en una situación de violencia política que pareciera no tener fin, consecuencia de un asesinato sin sentido que le quitó a la población de ese país la posibilidad de llevar a la Presidencia de la República al líder que clamaba una mayoría contundente.
El rumor que se acrecienta día a día es que mediante una jugarreta propia de las tropelías del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), en complicidad con el tiránico régimen que nos asola, se pretende invalidar la candidatura de Edmundo González Urrutia a través de la nulidad de la tarjeta que lo representa en las elecciones presidenciales: la tarjeta de la MUD. Se procura la muerte política o electoral de este candidato. No gastaremos alegatos para demostrar lo que todos sabemos, es una burda farsa. Solo diremos que en caso de que hubiera alguna razón para tal nulidad, el lapso para ejercer la acción respectiva se venció. La tarjeta de la MUD y la candidatura de González Urrutia son inamovibles legalmente.
Lo que si quisiéremos advertir a los alienados orates que abren esa posibilidad, al oficialismo arbitrario y corrupto, que pareciera no tener límites para abusar de manera violenta de su poder a través de subterfugios de un TSJ vergonzosamente obediente, es que se vean en aquella realidad histórica de la Bogotá y luego de toda Colombia de 1948.
La pujanza que se advierte cotidianamente en todo el territorio nacional, el vigor y reciedumbre que se ve en ciudades, pueblos, caseríos de miles de miles de ciudadanos que hacen millones, detrás de una candidatura aupada por María Corina Machado y personalizada en Edmundo González Urrutia, no tiene vuelta atrás. Candidato de una decencia ciudadana sin par, sosegado y a la vez enérgico en defensa de sus ideas que en dos meses se ha ganado el afecto y la voluntad del electorado. Contradecir tal avalancha de voluntades es una peligrosa alternativa que llevaría al país a una escalada de violencia impredecible.
No quisiéramos que tal paranoica decisión de sacar de la ruta electoral al candidato de la unidad democrática se pueda producir y ese aciago día llegue a Venezuela. Rechazamos vehementemente la posibilidad de que en nuestro país podamos bautizar esa fecha como se hizo en Colombia con el asesinato de Gaitán: “El día que murió la esperanza”. Nuestra esperanza sigue en pie y nos las da el vigor y robustez de un pueblo indetenible que ninguna fuerza podrá subyugar.
Jorge Rosell y Jorge Euclides Ramírez