#OPINIÓN Instituto de Estudios Avanzados de Princeton (Piense usted lo que quiera) #10Jun

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Los mejores hombres de ciencia del orbe -entre los cuales estaba el ya laureado y reconocido Albert Einstein- llegarían a un pequeño pueblo llamado Princeton, Nueva Jersey, costa Este de los Estados Unidos, para realizar sus investigaciones sin laboratorios ni instrumental de ninguna clase, sin estudiantes, sin verse obligados a entregar pesados informes, y sin interferencia alguna: cada cual podía investigar lo que quisiera; lo único que debería hacerse era pensar. 

El físico Robert Oppenheimer, el de la película hogaño ganadora de varios Oscar, un físico de segunda, nos dice Mario Bunge, director del Proyecto Manhattan, padre de la bomba atómica, y quien se burlaba de Einstein llamándolo “viejo tonto”, fue director del Instituto durante 20 años, y lo definía como un hotel para intelectuales, un lugar donde los sabios podían aislarse y olvidarse durante todo el tiempo de las necesidades materiales de la vida. Con la proverbial sorna e ironía americana se le llamó Instituto de Sueldos Avanzados.  

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El 17 de octubre de 1933, año en que el paranoico Adolf Hitler sube al poder absoluto en Alemania, Albert Einstein se convierte en el primer profesor del Instituto. Fue un acontecimiento tan importante como si el Vaticano se mudara al Nuevo Mundo, comentó el físico Paul Langevin. El polímata húngaro John Von Newman, quien le dio piso matemático a las teorías de Einstein también se asentó allí en esos terribles días. 

El Instituto está formado por varias escuelas: Escuela de Estudios Históricos, Escuela de Matemática, Escuela de Ciencias Naturales, Escuela de Sociología, y Escuela de Biología Teórica, de nueva creación. Hay un reducido número de profesores en cada escuela, suplementados con miembros visitantes que son seleccionados cada año para disfrutar de una beca. Más que por la peculiar combinación de campos objeto de estudio, el Instituto se caracteriza por las interesantes personalidades que han pasado por él durante años. 

El Instituto fue fundado en 1930, dice Google Académico, por Louis Bamberger y Caroline Bamberger Fuld con las ganancias de su establecimiento comercial en Newark, Nueva Jersey. La historia del instituto estuvo cerca de frustrarse antes de comenzar: los hermanos Bamberger retiraron su dinero del mercado de valores justo antes de la Gran Depresión de 1929 que hundió a la Bolsa de New York, y su intención inicial fue mostrar su gratitud para con el estado de Nueva Jersey mediante la creación de una escuela dental. Sin embargo, su amigo Abraham Flexner, prominente pedagogo, judío de origen alemán, los convenció para que dedicaran su dinero al servicio de la investigación más abstracta, ciencia pura como la que defendió Madame Curie.

 Abraham Flexner (1866-1959), de origen judío ortodoxo alemán, que estudio en la Universidades de Harvard y Berlín, ingresó en 1884 en la recién fundada Universidad Johns Hopkins, donde realizó estudios clásicos y se graduó en dos años. Abraham quedó impresionado por el sistema de enseñanza de esta universidad, inspirado en el modelo alemán. Daniel Coit Gilman, el primer presidente de la universidad, le persuadió de la importancia que tenía la investigación original en todos los campos de la enseñanza. 

 Flexner desarrolló un modelo en educación secundaria en el que apenas existían reglas, no había exámenes, buscaba desarrollar las habilidades individuales de cada estudiante y fomentaba la automotivación, todo lo contrario a las Secundarias Michaela británicas, planteles  muy estrictos de los cuales hemos escrito antes. Fue así , dice Google Académico, como despertó el interés de Charles William Eliot, presidente de la Universidad de Harvard a quien acabó conociendo. Escribió un artículo para la «Educational Review» (Revista de Educación), llamado: «A Freshman at Nineteen» (Un Estudiante de Primer Año a los 19), en el que expuso sus métodos y sus ideas. El sistema de enseñanza de Harvard no le impresionó demasiado y, tras recibir su título se marchó a Europa, donde pasó un año en la Universidad de Heilderberg en Alemania. En 1908 publicó su libro «The American College: A Criticism» (El Colegio Americano: Una crítica) que ataca frontalmente al esclerosado sistema en enseñanza superior americano.

 Renovó con sus criticas agudas el sistema educativo universitario estadounidense que se encontraba entonces parapléjico. Fue muy crítico con las llamadas clases magistrales como método de enseñanza, tal como en Venezuela lo hizo el sabio catalán Pedro Grases hace medio siglo. Consideraba Flexner que se usaban porque «permiten a las universidades educar de manera barata a un gran número de estudiantes que de otra manera serían inmanejables y, además, dejan tiempo al profesor para la investigación»

.Su trabajo atrajo la atención de la Fundación Carnegie para encargar una evaluación a fondo de 155 colegios y universidades en los Estados Unidos y Canadá. Fue su resultante homónimo, el Informe Flexner, publicado en 1910, lo que provocó la reforma de la educación médica en los Estados Unidos y Canadá. Flexner recomendó reducir el número de escuelas y, en consecuencia, el número de estudiantes. Según él, se formaba a demasiados médicos para las necesidades del mercado, tal como dijo nuestro Ministro de Instrucción Eduardo Blanco hace una centuria. Treinta y una escuelas podían hacer mejor trabajo que las 155 que había visitado, diferentes en calidad. 

Sugirió que las escuelas médicas se articularan con las universidades; que se exigieran dos años de ciencias a los estudiantes que quisieran ingresar; integrar la enseñanza práctica en los hospitales; creación de laboratorios y desarrollo de investigación; estructuración de los estudios en materias básicas, propias de un preclínico, y materias de tipo clínico; fomentar la dedicación exclusiva no sólo entre los profesores de materias preclínicas, sino también entre los clínicos. Para Flexner no era rentable tener médicos incompetentes. Su idea de reducir las escuelas en zonas rurales y para los más pobres, especialmente negros, sería hoy muy polémica.

El instituto se fundó, explícitamente, para acoger emigrantes judíos (incluyendo a Einstein) a quienes la vecina Universidad de Princeton rechazaba debido a su antisemitismo institucionalizado. El Instituto ha acogido a algunas de las mentes más reconocidas en el mundo, como Albert Einstein, el físico suizo Felix Villars, el matemático austriaco Kurt Gödel, el físico chino Tsung  Dao Lee, el físico chino Cheng  Nin Yang, el físico estadounidense J. Robert Oppenheimer, el genio de la lógica John von Neumann, el físico británico Freeman J. Dyson, el matemático francés André Weil, el matemático alemán Hermann Weyl, el físico Frank Wilczek, el físico y matemático Edward Witten, y el historiador estadounidense George F. Kennan, teórico de la “guerra fría” y que después abjuró de ella, por nombrar a algunos de los más famosos.

Los famosos institutos europeos como el All Souls College de Oxford, fundado en 1438, y el College de Francia, fundado en 1530 en París, sirvieron de modelo a Princeton, que nace como institución privada en el periodo de entreguerras, gracias a la generosa filantropía hebrea asentada en Estados Unidos. La exitosa comerciante hebrea que patrocina Princeton, Caroline Banberger Fuld, perteneció al Consejo Nacional de Mujeres Judías, fundado en 1893 en Chicago. 

  El principio del Instituto era la búsqueda del conocimiento por sí mismo. No hay programas de grado o instalaciones experimentales en el Instituto. La investigación nunca se contrae o se dirige; se deja a cada investigador individual perseguir sus propios objetivos. Establecido durante el ascenso del fascismo y el antisemitismo europeo, el IAS jugó un papel clave en la transferencia de capital intelectual entre Europa a América ayudando a muchos matemáticos prominentes a huir de Europa. Algunos, como Albert Einstein y Hermann Weyl (cuya esposa era judía), encontraron un hogar en el nuevo instituto. Weyl como condición para aceptar, insistió en que el Instituto también convocara al gran pensador austro-húngaro John von Neumann, quien moriría prematuramente en 1957. De hecho, el IAS se convirtió en una línea clave de vida para que grandes intelectuales pudieran salir de Europa. ​ 

Einstein fue el primero de los convocados por Flexner y poco después fue seguido por el brillante estudiante del matemático Oswald Veblen, James Waddell Alexander II y el niño prodigio de la lógica Kurt Gödel, quien hizo gran amistad con Einstein antes de hundirse en la esquizofrenia. Flexner fue un afortunado al reclutar directamente a tantos pensadores brillantes y al mismo tiempo a los que vinieron con ellos. Por lo tanto, en 1934 el nuevo instituto fue llevado por seis de los matemáticos más destacados en el mundo. En 1935 el pionero de la física cuántica de origen austríaco, Wolfgang Ernst Pauli se convirtió en un miembro de la facultad. El Instituto de Estudios Avanzados de Princeton adquirió una gran reputación en el pináculo de la vida académica y científica, ​ reemplazando a la Universidad de Göttingen, como el principal centro de las matemáticas en el siglo xx, conservando hasta el día de hoy su reputación. Flexner se jubiló en 1939. En 1940 publicó su autobiografía con el título «I Remember: An Autobiography» (Yo Recuerdo: Una Autobiografía).

Pero no se crea que todo era color de rosa en aquellos lejanos días. Einstein levantaba sospechas por su ideología comunista, sus opiniones antirracistas y contra los nacionalismos totalitarios en Europa. El jefe de la FBI, J. Edgar Hoover, lo calificó de “extremista radical”. Lo cierto es que escribió a favor del socialismo democrático, resistió el macartismo y se opuso a la novísima física cuántica cuando dijo “Dios no juega las dados.” Fue el sabio mas célebre de la historia, fue también el peor conocido. Murió ignorado por casi todos sus colega. Al final de su vida, pocos físicos creían em la importancia de las ideas. A los físicos de aquel entonces, dice Mario Bunge, les parecía que la teoría einsteniana de la gravitación era marginal y que nada nuevo se podía esperar de ella. También creían que las criticas de Einstein a la física cuántica habían sido respondidas definitivamente por Niels Bohr. Un enfrentamiento que aún no se ha resuelto aún a favor de ninguno de los dos científicos, dice Banesh Hoffmann (Einstein, p. 173). 

Estas evaluaciones cambiaron drásticamente a partir de 1960, cuando los físicos experimentales y los astrónomos empezaron a sacar pleno provecho de la teoría general de la relatividad. En pocos años los tres “efectos” clásicos que la habían conformado inicialmente se convirtieron en una veintena…y a partir de 1970, los físicos cuánticos redescubrieron algunas de las criticas de Einstein a la interpretación ortodoxa de la física cuántica…en particular, dedicaron mucha atención a la famosa paradoja de Einstein-Podolsky-Rosen, que sigue causando insomnio a muchos de nostros, valora el físico y epistemólogo argentino Mario Bunge. 

Semejantes persecuciones sufrió Oppenheimer, pues en 1946 el temible FBI inició una intensa  persecución que duraría ocho años mientras dirigía Princeton. Sus antiguos contactos izquierdistas lo marcaron, los cuales fueron aprovechados desde 1950 por el senador Joseph R. McCarthy quien inicia su tristemente famosa “cacería de brujas.” Fue interrogado varias veces por el FBI. El presidente Eisenhower ordena en 1953 le sea restringido todo acceso a información secreta. Japón, país que sufrió en carne propia dos ataques nucleares por su país, le tributa un cálido y expectante recibimiento. Su salud se deteriora rápidamente mientras dirigía Princeton. A su funeral asistieron la flor y nata del mundo científico y político, tanto antiguos amigos como enemigos. 

La tragedia también se enseñorea sobre Kurt Godel, famoso creador del Teorema de la Incompletud. La anexión de Austria por la Alemania nazi y sus vínculos con los miembros hebreos del Círculo de Viena, lo hicieron huir a los Estados Unidos en 1938. Gödel y su esposa tuvieron que tomar el Ferrocarril Transiberiano hasta el Pacífico, navegando desde Japón hasta San Francisco (donde llegaron el 4 de marzo de 1940), y luego cruzaron los Estados Unidos en tren hasta Princeton. 7

​En sus últimos años, Gödel sufrió de períodos de inestabilidad y enfermedad mental. Tenía temores obsesivos a ser envenenado, y no comía a menos que su esposa Adele preparara su comida. A finales de 1977, Adele fue hospitalizada durante seis meses y no pudo continuar preparándole la comida. En su ausencia, Gödel rehusó comer, hasta el punto de dejarse morir de hambre. En el momento de su muerte pesaba unos 30 kg. El certificado de defunción en el Hospital de Princeton, el 14 de enero de 1978, dice que murió de «desnutrición e inanición causadas por perturbaciones en la personalidad»

El genial matemático judío-húngaro John Von Newman, quien fue de los primeros en llegar a Princeton, sufrió prematuramente una muerte espantosa. Se incorporó al Proyecto Manhattan y su principal contribución fue el concepto y el diseño de los explosivos de contacto necesarios para comprimir el núcleo de plutonio de la primera detonación nuclear de la historia, la prueba Trinity, y de la bomba Fat Man lanzada sobre Nagasaki. Allí se expuso, como la polaca Madame Curie en su momento, a las peligrosas radiaciones atómicas que lo condujeron a una muerte muy dolorosa en 1957. Falleció consciente del gran pavor que le ocasionaba perder la propia inteligencia por aquella enfermedad. 

*****

Mucho tiene que aprender el sistema educativo de Venezuela de la maravillosa experiencia de Princeton. En nuestro país domina, dice el sabio catalán venezolano Pedro Grases (Escritos Selectos, Biblioteca Ayacucho,1989) la clase uniforme, de tipo hispánico con tendencia fatal a la oratoria, a la recitación, al período bien dicho y a las notas más o menos mal tomadas por el oyente como método de enseñanza  no conduce a la formación de un alma de investigador o de un meditador. (p.456). propone este Maestro cambiar radicalmente de métodos: cambiarse del aula de clase a la biblioteca. Creo que Grases de alguna manera se vio influenciado por las fértiles ideas de abrahan Flexner, quien las da a conocer al mundo a principios del siglo pasado.

 Cuando el núcleo de a labor universitaria es la biblioteca y no el aula, desaparece entonces todo riesgo, todo peligro, todo desliz hacia la oratoria y hacia la facilidad de exposición, para convertirse entonces en lo que debe ser el alma de la más elevada formación: de esa chispa, de ese veneno, de ese contagio basado en la comunicación entre el profesor y el alumno, en la convivencia del maestro y del discípulo, en el adiestramiento de unas técnicas, de unos sistemas de trabajo, de manejo directo de textos, fuentes y  obras de referencia. (P. 457). 

Propone Grases una saludable costumbre del mundo anglosajón y que casi no se practica en Hispanoamérica: las office hours, las horas de consulta entre el maestro y el alumno existentes en las universidades alemanas ( a las que asistió Abrahan Flexner) y en los centros de enseñanza superiores franceses. Es allí donde cuaja precisamente la labor de enseñanza. Lo otro que propone el sabio catalán son los seminarios, donde el docente debe decir cuáles son sus fuentes, entregar sus propias armas. Quien escribe ha oído decir en clases de posgrado en Barquisimeto,Venezuela a algunos profesores “Yo no presto libros.”

Personalmente e influido por Grases, llevé una veintena de libros al aula de clases del Doctorado en Cultura Latinoamericana y Caribeña, Universidad Pedagógica Experimental Libertador, UPEL-Barquisimeto, donde mis discípulos pudieron degustarlos, acariciándolos y llevarlos a sus hogares. La inmensa mayoría los devolvió a mi persona. Solo un ejemplar no volvió a su legítimo propietario: Los reyes taumaturgos de Marc Bloch.  Luego los compañeros del estudiante que se apropió de mi amado libro me dijeron que el colega se había marchado del país. Hogaño esta tarea alrededor del libro se facilita enormemente gracias a la tecnología de internet, portento tecnológico que Abrahan Flexner y Pedro Grases no pudieron conocer y aprovechar. 

Por todo ello se lamenta Pedro Grases al decir que En Hispanoamérica, en la educación humanística hay alumnos, pero no discípulos. Pocas escuelas se forman entre nosotros alrededor de un Maestro, un hombre sabio. Menciona Grases unos pocos casos, los tres extranjeros: Adolf Ernst, Hentry Pittier, Augusto Pi Suñer. En la ciudad de Barquisimeto, Venezuela, hemos logrado tan  desusado y raro portento entre nuestra cultura de habla castellana al nuclearnos como comunidad de discurso alrededor de las posibilidades de conocimiento y de método de la Escuela de Annales, fundada por los maestros  franceses Marc Bloch y Lucien Febvre en 1929, que nos han hecho llegar, conocer y asimilar con gran entusiasmo y entrega los Maestros historiadores venezolanos Federico Brito Figueroa y Reinaldo Rojas.

 Estamos en la hora de revertir esa enorme y pesada carga tradicionalista en nuestra educación, en donde las aulas de clases, lamentablemente, son escenarios de verdaderos torneos de oratoria que poco saldo positivo dejan en la memoria y aprovechamiento estudiantil. A esta loable y urgente tarea estamos convocados mirando sin ningún prejuicio la experiencia de Princeton.

Luis Eduardo Cortés Riera

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