“La Unidad tiene sentido, entendimiento y razón” me gusta parafrasear el polo margariteño cuando me refiero a la construcción y desarrollo de la alternativa de cambio político pacífico, democrático, constitucional y electoral a cuya fundación contribuí bajo la marca Mesa de la Unidad Democrática. Luego, el papel coordinador ha tocado a Jesús “Chúo” Torrealba, a Angel Oropeza por un período breve con características especiales y desde hace unos cuatro años a Omar Barboza ya con el nombre paraguas de Plataforma Unitaria.
Así como no hay dos transiciones iguales y sabemos que lo fueron cuando pudo decirse que las sociedades habían llegado a la otra orilla, tampoco las unidades para superar los autoritarismos, de suyo un género complejo, han sido diversas y atravesado distintos momentos.
En Chile no fue menor el tránsito de la Alianza Democrática a la Concertación por el NO, luego Concertación Democrática triunfante en 1990 y paralelamente, otros opositores al pinochetismo, más a la izquierda, mantuvieron el Movimiento Democrático Popular, relativamente marginal hasta que se integró en la Nueva Mayoría en la segunda presidencia de Bachelet, lideresa política tan solidariamente útil como denostada entre nosotros.
En Nicaragua la caída del último Somoza no puso fin a la guerra civil que rebrotó con la “Contra” frente al Sandinismo. La Unión Nacional Opositora (UNO) tomó el nombre de la unidad antisomocista encabezada en 1966 por el asesinado Pedro Joaquín Chamorro y con Doña Violeta como abanderada, ganó al FSLN y en el marco del “Protocolo de la Transición” auspiciado por la ONU, la OEA y el Centro Carter, gobernó. Eligió dos presidentes hasta que sus divisiones permitieron el retorno del Sandinismo regresivo de Ortega que hace prisionero hasta a su hermano Humberto, jefe militar de su primer gobierno que continuó con el de la señora Chamorro.
En Panamá, no fue idéntico el militarismo populista de Torrijos que el más represivo y sórdido de su sucesor Noriega. En 1983 hubo la frustrada liberalización del “Veranillo democrático”. La Cruzada Civilista de Spadafora y la ADO multipartidista, se unieron en la ADO Civilista, ganadora de las elecciones de 1989 con la fórmula Endara-Arias-Ford, seguidas del drama de su desconocimiento, la invasión norteamericana, la humillante asunción del poder por los electos en un Panamá ocupado y finalmente con ellos al frente, la apertura a la normalización democrática.
“La peculiar vía española a la democracia” empezó antes de la muerte de Franco en noviembre de 1975. Temprano ese año se habían reunido dirigentes socialistas, democristianos y de distintas familias ideológicas y políticas en la Plataforma Democrática, aunque ya desde el año anterior, el PC de Carrillo, el PSP de Tierno Galván y otros grupos habían formado la Junta Democrática que se fusionaron en marzo de 1976 en la popularmente conocida como “Platajunta”, pero la transición vendría de la mano del régimen con el rey Juan Carlos, su presidente del Consejo del Reino Torcuato Fernández Miranda y Suárez como jefe del gobierno y protagonista político del proceso en el que los opositores históricos en vez de negarle legitimidad, participaron e incidieron.
Del caso polaco escribí recientemente. A todos los he estudiado y a varios seguí bastante de cerca.
En Venezuela celebramos elecciones presidenciales este año y son, a no dudarlo, una estupenda oportunidad para lo que Edmundo González ha llamado sabiamente la “alternancia en paz” que abra las compuertas a una normalización progresiva y progresista de la vida política, institucional y económica del país ¿Cómo será su perfil definitivo? Me parece imposible anticiparlo. Lo normal es que haya, como ha pasado en todas partes, varios planes que compiten. El modo como resuelvan los problemas dirá del éxito que vayan alcanzando.
En cuanto a la unidad de los demócratas, cuyo sentido es promover ese proceso, lubricarlo y consolidarlo, es obvio que no puede pedírsele que regrese al 2008 o 2009. Muchas cosas han cambiado desde entonces, aunque no la principal. Comprender las nuevas realidades es vital. Uno siente que el affectio
societatis no es el mismo. También que hay un poderoso pegamento unitario surgido desde abajo y desde afuera que flaco servicio haría a la causa democrática de confundirse con autorización permanente a un mandato desde arriba, por sus sesgos de verticalismo antipluralista.
A los líderes, mujeres y hombres, con responsabilidad conductora, tocará encontrar los modos, sin olvidar que lo radicalmente distinto al poder concentrado es el equilibrio de poderes, así como al personalismo lo es la institucionalidad.
Ramón Guillermo Aveledo