Al asumir la ruta electoral como salida a la colosal crisis venezolana María Corina Machado pasó a ser de una dirigente de élites económicas y profesionales que atrincherada en la indignación moral se deslindaba de acuerdos políticos y pedía una drástica intervención de países aliados, a una mujer que encarna a plenitud el dolor por la quiebra nacional y la ruptura de los grupos familiares que ensombrece la vida nacional.
Lo mágico y hermoso de este tránsito de la ira a la política que realizó la hermosa dama caraqueña es que al dar este giro providencial a favor del destino, el pueblo la transformó internamente y ahora ella es una líder muy distinta que convirtió sus amargas denuncias en esperanzas gratificantes. Sin arriar banderas principistas en materia ideológica, simplemente acercando distancias hacia la esencial practicidad política logró borrar con su fortaleza espiritual la desesperanza colectiva y hacer que brotara de los almacenes del alma venezolana su histórico coraje libertario.
María Corina Machado ya no es la misma de hace un año, el pueblo venezolano vertido a la calle en multitud que la aclama la hizo suya y ella en correspondencia a este proceso telúrico elevó su alma a la peligrosa cúspide de esa soledad donde el compromiso con millones produce un desapego con los intereses del entorno humano que la rodea.
De las muchas fotos y videos que recogen sus giras épicas por todo el territorio nacional hay una escena que expresa con claro vigor simbólico el luminoso mimetismo de la agraciada mujer capitalina en la encarnación de los anhelos profundos de los humildes, ella montada en una canoa sobre el río Orinoco ataviada con los ornamentos distintivos de las autoridades aborígenes del territorio Amazonas. Esta imagen poderosa es más que una foto publicitaria, es la expresión de una mujer que atravesó la línea de sus aspiraciones personales para hacerse instrumento de las fuerzas ancestrales que dominan a la sociedad desde la madre tierra, desde la Pachamama que es vida, muerte y transformación de lo celeste en realidades tangibles.
El problema para María Corina es que su gente más cercana no ha logrado conectarse con su migración íntima de los planes políticos hacia la consagración de su vida a la causa popular que busca la redención social desde los abismos existenciales a una vida normal que pueda sostenerse sobre el esfuerzo del trabajo y las libertades democráticas. No la entienden y cuando acuden a su presencia para solicitar su apoyo ante las centenares de rencillas grupales que apuntan a las elecciones del 2025, ella simplemente dice: ”Ayúdenme”, sin que sus interlocutores entiendan que allí está hablando alguien que buscando el poder se encontró con la inmensa responsabilidad de encarnar las esperanzas de un pueblo que yace en lecho de espinas y clama ante ella el alivio de sus enormes padecimientos.
Cuando ella anda montada sobre el capot de una camioneta, sobre una curiara o sobre una moto tiene las alas para elevar vuelo junto a las multitudes pero cuando tiene que conciliar diferencias nacidas de las pugnas por el control organizativo de la campaña, cargos que los involucrados en las refriegas piensan son plataforma para sus aspiraciones, ella se siente prisionera o víctima de una trama de intereses personales que la alejan del matrimonio histórico que contrajo con la gente que llora de nuevas ilusiones cuando ella pasa al lado de sus angustias y pobreza.
Entonces quienes luchamos por un cambio debemos mudarnos de los escenarios donde se discute la supervivencia de los partidos y grupos vertebrados por la política a los escenarios de la calle donde la gente entre llantos y canciones implora ser rescatada de la tristeza y de la muerte. Esa es la mejor manera de apoyar el pacto que está subscribiendo María Corina con los venezolanos y que tiene a Edmundo González Urrutia como instrumento redentor.
Dios con nosotros.
Jorge Euclides Ramírez
