Hay una extraña calma en el ambiente político venezolano. Por un lado la oposición sigue adelante, montando cuadros para tener presencia en todas las mesas electorales – sobre todo en esas pequeñas y aisladas en lugares recónditos de la república donde la fuerza suele imponer las mayores trampas.
Por otro lado tenemos un régimen que no parece dar pies con bolas, con tropelías baratas e infantiles que no hacen sino soliviantar más a la gente del común. Pero el barraje de declaraciones desafiantes y altisonantes parece estar un poco en recesión.
Todos piensan que se trama algo. Y sin duda será así, pero lo que no se sabe es exactamente qué. Una votación abrumadora el 28J podrá ser una especie de tsunami contra el cual toda la sumatoria de marramuncias de siempre tendrían poco efecto. Solo una maniobra descaradamente burda pudiese alterar el resultado.
El país entero y el mundo saben que el candidato del PSUV es la peor opción. Un personaje que nadie sabe por qué fue colocado a dedo y que ha pasado 12 largos años sin un solo acierto en beneficio de la población o de la nación.
Un sujeto notoriamente mediocre, cuya mayor “habilidad” visible es bailar ante cualquier tragedia o calamidad. El caudillo desaparecido – que entendía muy bien el peso político del choteo – hubiese preferido la muerte a hacer el ridículo.
Lo que también se hace cada vez más evidente es que tal personaje realmente no gobierna solo; no es un dictador clásico que impone una férrea voluntad sino más bien es portavoz de una pequeña pandilla que de modo muy dudoso y cuestionado reemplazó al anterior vocero – mucho más carismático y efectivo.
¿Comprenderán los más avispados dentro del cogollo dominante que el actual candidato se ha vuelto un colosal bacalao colgado del cuello de lo que alguna vez pretendieron denominar “revolución bonita”?
¿No habrá entre ellos quien entienda que para tener un futuro político viable lo mejor que pueden hacer es pausar, cambiar de velocidades y de candidato, y presentarse – así sea postergando el fatídico 28 – en una nueva fecha dentro del calendario electoral venezolano?
La diferencia de siete meses entre el acto electoral y el cambio de mandato es realmente irracional y les ofrece margen para cambios. ¿Qué dirán los detentores de la fuerza armada de quienes depende por entero la permanencia del actual desaguisado? A ellos también les va mucho en la contienda.
El tiempo dirá por dónde irá el futuro inmediato, pero esta rara calma parece incubar mucho zarandeo. Como diría mi difunto tío Buck Canel, no se vayan que esto se pone bueno.
Antonio A. Herrera-Vaillant