En un mundo en caos, con guerras, persecuciones, genocidios, torturas, terrorismo, de todo lo cual me entero en la tranquilidad de mi alcoba, gracias, o por desgracia, a Internet, ¿voy a hablar de piernas? Pues sí. No las de en una época aseguradas en miles de dólares, como las de Marlene Dietrich o alguna otra vedette de Hollywood. No. De ese par de columnas que sostienen la estructura humana. El hombre es el único animal que se yergue sobre dos extremidades. Tal vez la razón lo hizo elevarse sobre sí mismo y dejar la condición de cuadrúpedo. Las extremidades que dejaron de caminar se dedicaron al trabajo y al arte. Y así nació y creció el constructor de civilizaciones.
Con ese par de piernas ha hecho maravillas, ha desarrollado el deporte, la danza, la acrobacia, ha recorrido territorios, descubriéndolos, ha transitado el mundo, agrandándolo. Sobre todo en la danza y el deporte las piernas tienen importancia capital, sin ellas, no existirían. No hay deporte sin piernas, salvo en los casos de personas lisiadas, que juegan tenis en sillas de ruedas, pero no es lo normal; como tampoco esos atletas que corren con piernas artificiales. El deporte necesita piernas y a éstas quiero referirme.
Si hay un deporte de pantorrillas, es el fútbol. Su fin es llevar el balón al arco ajeno sólo a punta de pie, las manos están prohibidas. Desgraciadamente, en la práctica no es así y los jugadores las usan contra los adversarios. El fútbol se ha vuelto un boxeo y ya no me gusta por eso. Demasiadas faltas que convierten el bonito espectáculo deportivo en una grotesca batalla campal. En añadidura, la pierna mal usada con la zancadilla que propicia la caída y evita el avance del oponente.
Me quedo con el tenis. El más limpio de todos los deportes. Los contrincantes no se tocan, los separa una red y un pundonor. Lo llamaban el deporte blanco por eso y porque los jugadores iban siempre de blanco. Ahora no, pueden ir de colorines, salvo en Wimbledon, cuya rancia tradición inglesa no lo permite. Me gusta esa tradición. Es sinónimo de respeto a los valores morales.
Son bellas las piernas de los tenistas. No todas, algunos las tienen muy flaquitas, uno no sabe cómo no se quiebran en los lances del juego. Porque el tenis es sobre todo un deporte de piernas, aunque en la mano se lleve la raqueta que le da a la pelota. Véase la foto estática de un instante del partido: las piernas protagonizan un arabesco inmortal. Ellas logran el ímpetu, la apertura en la cancha, la posición adecuada para sostener la bolea y rematar en la red.
Hay dos jugadores que para mí tienen las piernas más perfectas dentro de una anatomía que, de suyo, ya lo es también. Me refiero a dos campeones españoles: el mallorquín Rafael Nadal y el murciano Carlos Alcaraz. Da la casualidad de que tengo razones de peso para decir esto. En mi habitación, en la pared de fondo, tras el televisor, tengo la visión perenne de las fotografías de algunas obras escultóricas de mi ídolo artístico: Miguel Ángel Buonarroti. Dos fotos del Moisés, seis de la Pietá y tres del David. Los originales de estas obras, como todos deben saber, se encuentran, respectivamente, en la iglesia de San Pietro in Vincoli en Roma, en la Catedral de San Pedro, también en Roma y en la Galería de la Academia, en Florencia. Desgraciadamente, la fuerza impactante que transmite el Moisés en vivo, no se puede apreciar en una foto; son más fáciles de ver y de sentir las imágenes impresas de la Pietá y el David. Sobre todo, en éste. Las tres fotos que tengo son, una, de la cabeza de perfil y otra de frente, entre éstas, la escultura de cuerpo entero en su espléndida desnudez. Es la perfección de la anatomía masculina que Miguel Ángel sacó del mármol.
La réplica de las piernas del David la he encontrado en las de Nadal y Alcaraz. Da la impresión de que el cuerpo también. Nadal y Alcaraz son los tenistas mejores hechos y gallardos del ranking mundial. ¿Sería español el modelo del David de Miguel Ángel? Las cabezas difieren. Mientras David luce un cabello corto pero abundante y ensortijado, Rafa se está quedando calvo y Carlitos lleva un corte muy rapado, estilo Djakovic. ¡Ah! Esta foto del gigante de mármol tiene una extraña y fascinante condición para mí: danza. Sí, como lo leen: ¡danza! Es una ilusión óptica, lo sé, pero no deja de ser algo alucinante que gozo de vez en cuando.
Pero las piernas sirven para algo más que una contemplación estética. Nos llevan y nos traen. A dónde queramos ir. A donde no queremos. A dónde nos conviene. A donde no. Nos conducen, para el bien, a los sitios educacionales, de trabajo, de sana diversión, de enriquecimiento cultural y espiritual, a la cita familiar o amistosa. Pero sirven para el mal si caminando vamos a lugares de reputación dudosa, antros de vicios, espectáculos vulgares, donde Dios está ausente. Sin embargo, las piernas, con todo y ser esos colosales soportes de nuestro cuerpo, no son responsables de nuestras acciones. Hay otras columnas.
En el orden psíquico-espiritual, hay cuatro sólidas bases: las virtudes cardinales de la prudencia, justicia, fortaleza y templanza; rigen la conducta del ser racional. En un plano más alto, el espiritual, donde el hombre vive su relación con Dios y se alimenta de la gracia divina, hay un trípode de virtudes como fundamento inconmovible del alma, donde se construye el rascacielos de la vida interior: las teologales de fe, esperanza y caridad.
Y estamos completos. Al hombre lo transportan las piernas o los medios locomotores que ha inventado, a donde quiere su voluntad. Esta es una cualidad y virtud del ser racional. Educarla, fortalecerla y darle rumbo es tarea de la razón. Voluntad es hacer lo que debo y no lo que quiero. Es fundamental en la educación de los niños la formación de la voluntad. Con ella se responde a la misión que Dios nos ha confiado.
La visión escultural de unas piernas de atletas me ha llevado a regiones muy altas de contemplación, ¡bien…! ¡Pero vivan siempre los saltos armoniosos de las piernas en el deporte, la danza y la acrobacia!
Alicia Álamo Bartolomé